1

1483 Words
Las farolas iluminan las mojadas calles de la ciudad luego de que al fin ha dejado de llover a cántaros. Mi sudadera se adhiere cada vez más a mi cuerpo. Estoy tan empapada que empiezo a sentir el frío calar mis huesos. Menuda tonta soy por no parar en algún sitio y esperar que dejara de llover. Ahora es probable que pille un resfriado. Maldigo en mi mente. La oscuridad empieza a envolver mis pasos, el sonido de los autos se va ahogando a medida que me introduzco por el callejón. No puedo respirar. Es como si de pronto se me ha cerrado la tráquea y moriré de asfixia. Hay un sujeto al final, mis piernas tiemblan. Apenas logro diferenciar su silueta de la sombría oscuridad. Ahora son tres hombres y me miran con una sádica sonrisa. Clavo las uñas a mis costados, hasta sentir el punzante dolor que causa el impulso. Miro mis uñas y veo sangre. Mi propia sangre. La amenaza está por todos lados y solo quiero llegar sana y salva a casa. Estoy nerviosa, empiezo a dudar y giro sobre mis talones. Entonces choco con algo duro y sé que estoy perdida. Doy un paso atrás. Su imponente figura me desvanece en un segundo. No soy capaz de defenderme. Mi fuerza no se compara con la suya. Lleva un suéter con capucha negra, pantalones del mismo color y zapatos deportivos. No dice nada, solo oigo su agitada respiración. Tampoco se mueve, sigue allí inmóvil sin decir una sola palabra. Entonces creo que se alejará, en cambio tuerce la cabeza hacia un lado y toma mi barbilla. —A-aléjate… —suplico casi inaudible. No dice nada, pero sé que le gusta que le ruegue. Estoy a punto de sufrir un ataque cardíaco. Voy a colapsar, el miedo es mi mayor enemigo. Ni siquiera puedo moverme. Silencio. De sus labios no brota una sola palabra, es como si no pudiera hacerlo o quizá quiere mantener su anonimato. Debe ser eso. “No dice nada porque no es real, estás volviendo a enloquecer”. Dice mi subconsciente. Pero no puede ser una locura, él es real. Sus largos y esbeltos dedos aprisionan mi rostro. Él puede oler el temor que emana mi cuerpo, se burla de mí, alimentándose de ese miedo para usarlo a su favor. Él sabe todo de mí. Yo no sé nada de él. Ese sicópata siempre ha estado detrás de mis pasos y desaparece como por arte de magia, en un parpadear. Se escabulle de mi mente, se aleja y me veo sola en la realidad. Ha sido una alucinación, un desvarío mental. “No le hagas caso a tu cabeza, no permitas que te controle”. Escucho esa voz que intenta sacarme del disparate que me atrapa. Abro los párpados y avanzo con rapidez. No miro hacia atrás, no quiero hacerlo. … Llego a mi desordenado apartamento. No he podido sacar tiempo estos días para arreglarlo, el turno nocturno en el trabajo y la responsabilidad en la universidad me deja exhausta. Coloco el seguro y me cercioro que las ventanas estén cerradas. Reviso mi teléfono y veo una llamada perdida de mi amiga. Se la devolveré después. Necesito una ducha. Bajo la cascada de agua pienso en lo que pasó, lo que imaginé. Se sintió muy real; incluso su tacto en mi piel. De solo recordarlo el cuerpo me tiembla. Salgo envuelta en un albornoz y me pongo la pijama. Ceno algo ligero y me preparo un té caliente antes de ir a la cama. Sé que será una noche larga. Como todas. Pero ni siquiera me preparo mentalmente para la película que a continuación se proyecta en mi mente, haga lo que haga nada me convence que estoy en medio de un episodio paranoide. Las horas, los minutos y segundos son infernales y transcurren devorándome. Quiero abrir los ojos pero no puedo, él se mete en mi cabeza y me arrastra lejos de la realidad. Intento defenderme, me atrevo a enfrentarlo y despierto. Mi cuerpo está lleno de sudor y mi corazón galopa con fuerza. —D-déjame en paz, por favor ya déjame —me escucho decir con súplicas mientras lo veo apoyado en el marco de la puerta. No puedo ver su rostro, no puedo saber quién es. Jamás se quita la capucha, ni siquiera se atreve a mirarme a los ojos. En el fondo es un cobarde. —¡¿Por qué no me miras a la cara?! —exploto y le lanzo lo primero que tomo de mi mesita de noche. Solo escucho el crujir de mi despertador haciéndose trizas en la pared y él ha vuelto a desaparecer. El sonido es ensordecedor. Cubro mi rostro y lloro, me lamento en silencio. Es difícil conciliar el sueño, siempre escucho sus pasos sobre la madera, su aliento en mi oreja, pero él siempre se esfuma. Ya no me siento segura allí. La habitación se ha vuelto el escenario principal de una película de terror y yo soy la protagonista; aunque presiento que si no hago nada al respecto, seré la víctima en esta cinta de horror. …Ya amaneció. Los rayos de luz se meten en mi habitación a través de la ventana. Bostezo y voy a rastras hasta el baño. Tengo unas ojeras horribles y el cabello hecho uno nido de pájaros; dejo de observar mi aspecto de zombi andante y me ducho. No debo llegar tarde a clases. La universidad queda a unas cuadras del edificio donde vivo. Por eso no tengo problema en ir caminando. También es una manera de ahorrar dinero. Me pongo una sudadera rosa, jeans y mis zapatos favoritos. No soy asidua al maquillaje, pero debido a los oscuros surcos bajo mis ojos, tomo la base de mi tocador, que llevo siempre en un neceser, y empiezo a aplicarla en mi piel. Solo tardo un momento, pero termino saliendo un poco tarde y no me da tiempo de comer. Lo haré en la uni. Comienzo a andar. A estas horas las calles están abarrotadas de transeúntes que llevan prisa y el tráfico ya es tedioso. Tropiezo con unos cuantos y pido disculpas, pero no se detienen, no me responden. Tienen mucha prisa estas personas. Cuando llego a la universidad me encuentro con Laura. Es la única en la que confío, de hecho todo el tiempo que llevo allí no me he relacionado con alguien más. No puedo confiar en las personas. Pero con Lau, ha sido la excepción. Ella es dulce, inteligente, me hace reír y siempre está ahí para brindarme un consejo o darme un empujoncito cuando más lo necesito. Hace que me olvide de mi trastorno, de la preocupación excesiva que siento sobre las personas, de la existencia de un peligro que no hay. Lau me hace ver la vida desde otra perspectiva. La quiero como a una hermana. —No soy la única que llega tarde —dice envolviéndome en sus brazos. —Es que me dormí tarde, de hecho no pegué un ojo en toda la noche. —¿Otra vez… él? Lo sabe. —Sí —es lo único que digo y aparto la mirada. Me toma las manos y da un suave apretón. —Vente a mi casa, ya te lo he dicho, me preocupo por ti, April. Todas las noches me voy a la cama pensando si estás bien o mal. Por cierto, no tomaste mi llamada. Reclama. No tengo excusas. —Lo siento, iba a devolverte la llamada pero… tuve un episodio de paranoide. —¿El mismo sujeto con capucha? —quiere saber. Asiento. —Debes visitar al doctor. Hace mucho que no pides una cita. —No, ni siquiera tengo el valor de ir sola a ese consultorio. Solo iba con mi abuela —susurro melancólica, agrego: — ella ya no está. Siento nostalgia. Ya pasó más de un año y medio que la perdí y cada vez me hace más falta. Su ausencia me dejó sola en este mundo, hasta que encontré a Laura. —Iré contigo ¿vale? —insiste. Sé que lo hace por mi bien, pero no quiero volver a ser interrogada por un hombre que finge ponerse en mi lugar, cuando en realidad no sabe ni un poco de la porquería con la que cargo. Nadie podrá ayudarme. Jamás. —No. —Al menos piénsalo —hace un tonto puchero y ruedo los ojos. —No te prometo nada —digo sin más. No tengo que pensarlo, no iré y punto. —Vale, ¿Irás a mi casa? —Un día de estos, vamos a clases. Asiente y nos ponemos en marcha. Tomo apuntes y presto atención a los comentarios de mis compañeros. Laura está detrás de mí. Así que hablamos en susurros cuando la profesora no nos mira. —¿Tienes turno en la noche? Me volteo con disimulo. —Desafortunadamente.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD