AGRADECIDO Y FASCINADO

1376 Words
**RICCARDO** El taller estaba a la vuelta de la esquina, y, mientras nos acercábamos, una sensación de esperanza comenzó a florecer en mí. Quizás, solo quizás, había una salida a este oscuro laberinto. Al llegar, entramos por una entrada que conocía de tiempos atrás. Las paredes estaban cubiertas de grafitis, y el aire olía a metal oxidado y a la nostalgia de días pasados. Al llegar, ella rápidamente me acomodó en un viejo banco de madera, que, aunque desgastado, ofrecía un refugio temporal. —¿Te sientes bien? —preguntó, su voz cargada de inquietud. —Sí, tranquila —respondí, intentando sonreír a pesar del dolor que aún sentía—. He estado en peores condiciones. —Eres alguna especie de chico malo —dijo, con una mezcla de curiosidad y reproche. —Más o menos. Pero jamás te dañaría —le aseguré, sintiendo que esas palabras tenían un peso que no podía ignorar. —Qué bien —dijo, pero no parecía completamente convencida. En ese instante, su celular sonó, rompiendo la tensión en el aire. —¡Aló!, ¿quién es? —preguntó, levantando el teléfono con un tono de voz cauteloso. —Pásame al hombre que está contigo —dijo una voz familiar al otro lado de la línea. Supe quién era de inmediato, y ella me entregó el celular sin dudar. —Antonio, estoy en el taller —dije, sintiendo cómo el alivio se asomaba a pesar de la situación. —¿Por qué te moviste? —preguntó, la preocupación evidente en su tono. —Es que escuché unas camionetas —respondí, recordando el ruido que había captado antes. —Éramos nosotros —aclaró, y su voz se tornó un poco más tranquila. —¿Quién para saber? Ven al taller. —No te muevas, estamos con los muchachos, no hay peligro —con eso, corté la llamada, sintiendo que una pequeña carga se levantaba de mis hombros. —¿Ya vienen tus amigos? —preguntó Valeria, sus ojos reflejando la mezcla de ansiedad y esperanza que ambos compartíamos. —Sí, ya vienen. Te dejaré en la panadería si lo deseas —respondí, tratando de mantener la calma y la claridad en medio del caos. —Está bien, me da algo de miedo este sitio —admitió, su voz temblando ligeramente. —Conmigo no debes temer —dije, intentando infundirle confianza, aunque en el fondo, sabía que la inseguridad también me acechaba a mí. —Sí, claro, mírate en qué situaciones estás. Deja de meterte en problemas, mejor haz algo bueno —dijo, y en ese momento, no pude evitar soltar una risa fuerte y contagiosa. Su comentario me hizo reflexionar sobre lo absurdo de la vida. Aquí estábamos, en un taller en desuso, rodeados de sombras y recuerdos, y ella aún encontraba la manera de hacerme sonreír. A pesar de las circunstancias, sentí que había algo especial entre nosotros, una conexión que iba más allá de la situación en la que nos encontrábamos. —Lo sé, lo sé —respondí, intentando calmarla—. Pero a veces, hay que arriesgarse para proteger a quienes se quieren. Y tú eres una de esas personas, Valeria. Ella me miró con un destello de asombro en sus ojos. Era como si, en ese instante, ambos supiéramos que nos habíamos embarcado en un camino del que no había retorno. Tal vez lo más peligroso no era la situación en la que nos encontrábamos, sino lo que significaba para nosotros. El silencio se instaló por un momento, y en ese espacio, pude escuchar nuestros corazones latiendo al unísono. Era un recordatorio de que, a pesar de todo, estábamos vivos y luchando. —Tranquila, han de ser mis amigos. —¿Tú crees? Finalmente, escuchamos el sonido de pasos que se acercaban. Mi pulso se aceleró nuevamente, y la tensión regresó a la sala. Valeria se aferró a mi brazo, y el vínculo entre nosotros se volvió tangible, como un hilo invisible que nos unía en medio de la incertidumbre. —¿Crees que son ellos? —preguntó, sus ojos buscando los míos en busca de respuestas. —Espero que sí —respondí, tratando de infundirle un poco de optimismo—. Solo mantente cerca de mí y todo saldrá bien. La puerta del taller se abrió, y entraron mis amigos, su presencia trayendo un alivio instantáneo. El caos parecía desvanecerse un poco ante su llegada. Antonio de inmediato miró a la atractiva joven que me sostenía el brazo herido, me miró con ojos de picardía. —¿Todo bien? —preguntó, su mirada, examinando rápidamente la situación. —Sí, pero necesitamos salir de aquí —dije, sintiendo la urgencia de actuar. Valeria miró a mis amigos y luego a mí, como si esperara una señal. La determinación en su mirada me hizo sentir más fuerte. Ahora yo tenía la ventaja ante mis enemigos, aunque deseaba que se dieran por vencidos, por lo menos hasta que ella estuviese fuera de peligro. —Vamos, tenemos que movernos —dije. Subirme al auto con Valeria, mi inesperada salvadora, fue un alivio indescriptible. La sensación de la adrenalina aún corría por mis venas, y la herida en mi costado pulsaba con cada movimiento. Mis hombres, fornidos e imponentes, vestidos de n***o como sombras vivientes, abrieron la puerta del coche y me ayudaron a entrar con una precisión militar. Valeria, aunque tímida y visiblemente nerviosa, se unió a mí en el asiento trasero. La vi observar a mis hombres con una mezcla de inquietud y fascinación; no podía culparla. Era evidente que no estaba acostumbrada a tratar con tipos tan duros y rudos, especialmente en una noche como aquella. —Gracias por ayudarme —le dije, intentando suavizar el ambiente con mi voz más serena—. No sé qué habría hecho sin ti. Ella sonrió tímidamente, con los ojos grandes y curiosos, sin saber exactamente cómo responder. La luz tenue del interior del coche iluminaba sutilmente su rostro, y me di cuenta de que su valentía había sido lo que la llevó a actuar sin dudar. Esa misma valentía era lo que me había salvado en un momento en que todo parecía perdido. Durante el trayecto, me aseguré de prestarle atención. La conversación fluyó con cierta dificultad, pero cada palabra que intercambiábamos me parecía un pequeño paso hacia un terreno más seguro. Le pregunté si estaba bien, si se sentía cómoda, y le agradecí varias veces por haber vendado mi herida. Cada vez que hablaba, trataba de transmitir calma y seguridad, pero era complicado, considerando las circunstancias. La tensión en el aire era palpable, y mi mente aún estaba atrapada en los ecos de lo que había sucedido. Valeria, a pesar de su evidente nerviosismo, mantenía la cabeza alta. Su mirada reflejaba una mezcla de preocupación y curiosidad. Era una joven valiente, y eso me hacía cuestionar quién era realmente. ¿Qué historia había detrás de esos ojos que ahora me miraban con tanto interés y cautela? Finalmente, llegamos a una pequeña panadería. El lugar, iluminado con luces cálidas, parecía un refugio en medio del caos. Le pedí al conductor que se detuviera y uno de mis hombres bajó para abrir la puerta. Valeria se giró hacia mí, y vi en sus ojos una mezcla de preocupación y curiosidad. —¿Estarás bien? —me preguntó, aún insegura, como si su pregunta pudiera cambiar el rumbo de la noche. Asentí, tratando de ofrecerle una sonrisa reconfortante, aunque la preocupación seguía nublando mi mente. —Lo estaré, gracias a ti. No olvides esto —dije, sacando un pequeño paquete de dinero y entregándoselo—. Para ti y tu abuela. Lo mereces. —No es necesario, lo que hice lo hice sin interés. —Lo sé, solamente para tus gastos y la enfermedad de tu abuela. Te espero, te llevaré a tu casa mejor, ya es muy tarde. —Está bien. Ella tomó el paquete, algo sorprendida, sus manos temblando ligeramente. La vi bajar del auto, y mientras se alejaba hacia la panadería, sentí una extraña conexión con ella. La imagen de su silueta se fue desdibujando mientras entraba al establecimiento, y no pude evitar pensar en la marca que había dejado en mi vida. Una marca que, sin duda, nunca olvidaría.
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