Capítulo 2

2446 Words
Capítulo 2 Mayo – 3,390 a.C. Tierra: Villa de Assur Coronel Mikhail Mannuki'ili MIKHAIL El polvo ocre arenoso recorría el vasto y árido paisaje, tan desolado y vacío como el espacio entre sus oídos. Un grupo de arroyos, muertos por mucho tiempo, dividían el desierto en manchas de oscuridad y luz, con forma de cuadrados. Con cada paso, el destino lo movía hacia adelante, como si un dios ancestral lo estuviera trasladando a través de un tablero de ajedrez. —¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? Pasó un dedo sobre las chapas de identificación con las que había despertado colgando en su cuello. Sonaban con un tintineo hueco, reflejando la totalidad de su identidad: . Coronel Mikhail Mannuki’ili 352d GOE Fuerza Aérea Angelical Segunda Alianza Galáctica . Aquel nombre no le evocaba emociones ni un sentido de pertenencia o reconocimiento. Sólo el alfiler clavado a la altura de su corazón, un árbol blasonado con la leyenda “En la luz hay orden, y en el orden hay vida”, le provocaba una sensación de tener una misión. ¿Y en cuanto al resto de su vida? Todo se había borrado en el accidente, al igual que la arena que caía de nuevo en sus huellas, eliminando toda evidencia de que había estado allí. Miró hacia adelante, sin ganas de dejar que la belleza de los ojos color café que caminaba a su lado viera cuánto le dolía abandonar su nave. Ninsianna lo había sacado del borde de la muerte, pero cada paso lo alejaba de lo que le realmente le pertenecía. —> su voz interna le susurró. —No tuve otra opción. —> —¡Su padre dice que sus chamanes pueden decirme QUIÉN SOY! El viento se levantó, cubriendo sus plumas marrones con mugre ocre amarilla. Un montón de arena se arremolinó en sus ojos, su entrepierna y sus botas. Un viento cruzado hizo que la arena formara un vórtice. Agitó sus alas para proteger a Ninsianna del demonio de polvo. —¡Vaya! Ella se sacudió de lado, temblando como una aterrada madra. La cabra la empujó hacia delante, casi tirando de ella, boca abajo mirando la tierra. —Lo siento —él murmuró. Escondió sus alas en su espalda, exponiéndola, una vez más, al despiadado viento del desierto. Ninsianna bajó su mano para proteger su cuello. —Pensé que era una abeja —mintió. Se acercó a él, con la mano temblorosa; una mujer compasiva que se había hecho amiga de un depredador herido. Ella fingió no tener miedo, pero no importaba cuántas veces él lavara la sangre de su espada, no podía hacer que ella olvidara cuán salvajemente podía llegar a matar. —> —No, no lo soy. ¡Ellos me atacaron! —> El Angelical metió sus manos en su uniforme de combate, haciendo una mueca de dolor cuando su mano rozó la herida causada por la lanza en su muslo y caminó en silencio, su mente aceleró con aprensión. ¿Le ayudarían los chamanes a encontrar a su gente? ¿O se comportarían tan irracionalmente como los hombres que acabaron muertos en su nave? La cabra emitió un balido y tiró de su cuerda. Él se detuvo y agitó sus alas. —Huelo agua. Los labios de Ninsianna se abrieron en una sonrisa impresionante. Sentía como si el sol acabara de surgir en su oscuro y solitario mundo. —¡Te dije que llegaríamos al pueblo hoy! —dijo. El suelo se volvió más plano, mientras el aire era enriquecido con el aroma de la fertilidad. A lo lejos, un brillante collar azul serpenteaba por el desierto, hinchado por el derretimiento de las montañas distantes, rodeado de un exuberante y precioso verde. —Eso es... —señaló—, el Río Hiddekel. Encaramado en la orilla del río, un anillo de casas cerraba filas para crear una pared impenetrable. Por la forma en que la había descrito, Assur había adquirido el aura de una ciudad de cuento de hadas, y no de un triste grupo de ladrillos de barro que se achicharraban con el sol. —Ven. Le prometí a tu padre que te pondría a salvo. Ninsianna tiró de la cabeza de la cabra para forzarla a seguir su incesante caminar. Un estruendoso sonido de un cuerno de carnero lanzó una advertencia: ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Cuidado! Echó un vistazo detrás de ellos para ver si los Halifianos los acosaban, pero nadie los siguió. El pueblo, al parecer, sólo desea estar advertido sobre su presencia. Se detuvo a cien metros de la pared, lo suficientemente lejos del rango de alcance de una lanza. Era tan alta que se necesitarían cinco hombres de pie sobre los hombros del otro para escabullirse hacia los tejados. —> —Si mi ala no estuviese rota. —> Por primera vez, él y su subconsciente estuvieron de acuerdo. Ninsianna señaló las enormes puertas de madera que bloqueaban su entrada. —Mi abuelo supervisó la construcción de esta puerta... —su voz se llenó de orgullo—. Dijo que ningún enemigo podría vulnerarla. —Tu abuelo era un innealtóir, uhm —se esforzó para traducir. ¿Hombre que construye cosas? —¡No! —ella dijo indignada—. Mi abuelo era un chamán, incluso mejor que mi padre. Él frunció el ceño, en una expresión incrédula. —¿Tu abuelo construyó esta puerta con magia? —Behnam lo hizo —dijo ella—. Pero usó los planos que mi abuelo recibió en una visión. Mikhail escaneó la construcción, observando todos sus detalles. A pesar de su pérdida de memoria, su comprensión instintiva de las tácticas militares permaneció intacta. —Parece que está anclada sólidamente en las paredes... —señaló a los dos enormes troncos de árboles que habían sido trabajados, y luego argamasados, en las casas adyacentes—. Pero no resistiría a esto... Tocó la pistola de pulso, bien guardada en su funda. —La magia de mi abuelo resistiría cualquier cosa —resopló. —La magia no es rival para un arma de plasma. Un peculiar destello bailó en el borde de su visión periférica. Inclinó la cabeza, con un ala levantada, mientras su ala herida lucía como una madra de orejas caídas, e intentó sacar el recuerdo de su subconsciente. —He visto una puerta así... —trazó el aire, tratando de sacar un recuerdo de algo que no podía ver, pero recordaba haber tocado—. Más grande que esta, con un árbol de madera tallado. ¿Podría ser oro? —¿Has visto las puertas del cielo? Tocó el lugar donde ella había vuelto a coser su cuero cabelludo. —Sólo recuerdo una puerta —dijo—. Nada más. Ninsianna se decepcionó. Estaba fascinada con la idea de que había caído del cielo. Pero para él, lo que estaba frente a ellos no era más que una puerta. Voces amortiguadas llamaron su atención hacia arriba. Si bien los guardias permanecían ocultos, pudo detectar el movimiento de tal vez dos docenas de hombres. —¿Y qué pasa si tu padre no arregló las cosas con el Jefe? —dijo. —Es sólo una precaución —dijo—. Jamin llenó su cabeza de mentiras. Él la miró, aquella frágil mujer a quien le debía su vida. ¿Sin ella allí para distraerlo, tal vez podría arreglar su nave? Sin ella allí, necesitando protección, no importaría si peleaba con los Halifianos. Sin tener que preocuparse por ella, podría completar su misión, o morir intentándolo. —Entra —dijo él. —¡Prometiste que haríamos esto juntos! —¡Prometí llevarte a casa! Su expresión se volvió frenética. —¡No! —ella lo agarró del brazo—. ¿Qué pasa con los chamanes? ¿No quieres saber sobre tu gente? —Ninsianna —dijo suavemente—. Esta es tu casa. Las palabras resonaron tristemente en su subconsciente. Casa. Él no tenía un hogar. O si lo tenía, a nadie de ese lugar le importaba lo suficiente como para venir a buscarlo. Los ojos de Ninsianna brillaban con un color cobre dorado, una peculiaridad luminosa que había notado cada vez que se enojaba. Se giró hacia la puerta y apuntó con un dedo a los centinelas. —Soy Ninsianna, nieta de Lugalbanda —gritó—. ¿Por qué me niegan atravesar la puerta de mi abuelo? Un hombre de piel morena, que reconoció desde su primera confrontación con Jamin, se asomó por el borde del techo. — Porque traes a un enemigo a nuestra entrada —dijo. —¡Sabes que eso no es cierto! —dijo ella—. Siamek, estabas allí. Mikhail sólo atacó después de que Jamin trató de ahogarme. Hubo un largo silencio mientras unas voces susurraban mensajes de un lado a otro. Siamek miró por encima del borde del techo. —Puedes entrar —dijo Siamek, pero tu amigo tiene que irse. Mikhail le tocó el hombro. —Ninsianna —dijo él—. Ve adentro. ¿Por favor? Ella levantó su barbilla. —Cuando necesitaba refugio, me lo diste. ¡Ahora tú necesitas refugio porque Jamin trajo problemas a tu canoa espacial! Ella se volvió hacia la puerta y levantó los brazos. —Entonces, ¡dile al Jefe que eliminaré el hechizo que mi abuelo lanzó para proteger estas puertas! Un coro de voces masculinas se echó a reír y gritó desde las paredes. —¡Adelante! —se burlaron—. ¡Las mujeres no pueden hacer magia! Ninsianna comenzó un cántico con una voz profunda. El viento se levantó. Su cabello ondulaba en el viento como una rebelde bandera color castaño oscuro. Un rayo de sol se reflejaba en las paredes de ladrillo de barro y hacía que sus ojos brillaran como el oro más puro. El cabello se erizó en el cuello de Mikhail cuando la voz de Ninsianna se hizo más fuerte, como si dentro de sus palabras rugiera el poder de un hipermotor. . ¡Abran! ¡Abran! ¡Barrera de los dioses! Lo que está cerrado ¡Por mí será destrozado! . Ella arrojó sus manos hacia la puerta. Con un chirrido, la puerta se abrió. —¿Ven?... —gritó triunfalmente—. ¡Yo soy la nieta de Lugalbanda! La puerta se abrió aún más. Siamek asomó la cabeza. Sus ojos castaños relucían de alegría. —Puedes dejar de hacer el ridículo —dijo—. Firouz fue a ver al Jefe. Dijo que recibirá a tu amigo. Ninsianna se detuvo en mitad de su gesticulación. —De acuerdo —gritó ella. —No hagas ningún movimiento inesperado —Siamek señaló al Angelical. Dos docenas de guerreros salieron corriendo, incluyendo a Siamek, empuñando lanzas pesadas. Todos vestían faldellines con flecos, con sus pechos descubiertos, revelando músculos acostumbrados al entrenamiento marcial. Mikhail batió sus alas y se agachó con una mano en la pistola de pulso. —No me toques —advirtió. Siamek no pudo ocultar su sorpresa. —¿Hablas nuestro idioma? —Sí... —se esforzó por articular las palabras con claridad —Ninsianna me enseñó. —¿En sólo tres lunas? —Ella habla mucho —señaló a la cabra—. Incluso conversa con animales. Siamek quiso reír. Parecía que conocía esta peculiaridad de su personalidad. Lo ocultó rápidamente detrás de su expresión seria. —Se supone que debo desarmarte —señaló la espada. —No mientras respire —Mikhail negó con la cabeza. Más guerreros aparecieron en la azotea, llevando un par de redes de pesca. Una sensación de déjà vu onduló a través de su cuerpo. Ira desencarnada. La última vez que esto sucedió, había enloquecido y matado a dieciocho hombres. Una sensación de frialdad se asentó en su lengua. Los ojos leonados de Ninsianna se llenaron de terror. —No los lastimes —imploró. Esa sensación de presión aumentó. Su mirada estaba quieta. —Debería irme —se apartó de ella. Sintió un cosquilleo cuando Ninsianna le tocó el antebrazo. —¿No quieres hablar con los chamanes? —No… —su voz se apagó—. No si eso significa que tengo que matar a todos estos hombres. Los ojos de Ninsianna brillaron con un tono dorado a la luz del sol, filtrados entre lágrimas. Una emoción tembló en su brazo. Solo… Una memoria surgió de su subconsciente. Chispas volando. Una sensación de caer. Una hermosa criatura legendaria se aparta de la luz del sol, con los ojos brillantes, como si ella misma fuera el sol... Puso su mano en el mismo punto de su cuerpo donde un trozo de escombro le había hecho pedazos la caja torácica y lo había acuchillado peligrosamente cerca de su corazón. El lugar donde se colocó el alfiler con la figura del árbol. Había mirado al vacío, la ausencia de luz. Si no fuera por aquella mujer, ahora mismo estaría muerto. —Me reuniré con tus chamanes —tragó una sensación de desolación—, pero luego debo buscar a mi propia gente, o regresar a mi nave y hacerla volar. Ninsianna asintió con entusiasmo. —¿Te quedas? Dijiste que nos darías una oportunidad. Su sentido del deber estaba en conflicto con el hecho de que él le había prometido que la acompañaría. Señaló a los guerreros que los rodeaban con lanzas. —No confío en ti —le dijo a Siamek—. Deja a Ninsianna llevar mis armas. —¡Pero ella es una mujer! —dijo Siamek. —Sí, lo es —estuvo de acuerdo—. Así que no debería ser un problema. ¿O sí? Los ojos de Ninsianna mostraron un amenazante matiz cobrizo, pero era lo suficientemente sensata como para no contradecirlo. Mikhail buscó en su cadera. —Primero le daré mi espada —habló calmado y mesurado. —Hazlo muy lento. Siamek se puso en pie de manera engañosamente relajada, pero por la forma en que sus ojos marrones estaban fijos en su mano, con sus músculos tensos, el guerrero estaba listo para atacar si el Angelical hacía el más mínimo movimiento inesperado. Mikhail agarró la espada para que Ninsianna la tomara. Los guerreros murmuraron: —¿Esa es? ¿La espada de la profecía? —Jamin dijo que mató a dieciocho hombres con esa arma. —¿Dieciocho hombres? ¿Sin ayuda? —Immanu dice que él es la espada de los dioses. La mano de Ninsianna se sacudió cuando le quitó el arma de los dedos. Envolvió el cinturón alrededor de su cintura y, sin entender cómo usar una hebilla, lo ató en un nudo. Mikhail buscó su pistola de pulso. —¡Un momento! —Siamek puso su lanza en el pecho del Angelical. Mikhail agitó sus alas. Los guerreros retrocedieron de su envergadura de diez metros. —¡Ninsianna no sabe cómo sacarla de su funda! —dijo. —¿Cómo sé que no tratarás de usarla? —preguntó Siamek. —Me viste empuñarla el día que llegaste a mi canoa espacial —dijo—. Si quisiera dañar a tu aldea, esa puerta no estaría de pie. La expresión de Siamek se volvió sombría. —Sí. Vi el rayo azul —señaló a los guerreros para que dieran un paso atrás. Mikhail sacó la pistola de pulso de su funda. De medio metro de largo, con un calibre ajustable, a toda potencia podría fácilmente derribar estas paredes. Con un movimiento más que practicado, sacó el cartucho de energía del mango con la boca de la pistola hacia abajo antes de pasársela a Ninsianna. Mientras los guerreros miraban detenidamente el arma, metió discretamente el cartucho de energía en el bolsillo de su muslo. Solo le quedaban uno o dos tiros, pero lo último que quería era darle a esa gente primitiva ese tipo de poder de fuego. —¿Y ese cuchillo? —Siamek señaló el cuchillo de supervivencia de titanio montado en su cadera. —Guardaré el cuchillo —dijo Mikhail— para comer. —No si quieres conocer al Jefe —los ojos marrones de Siamek se entrecerraron—. Por todo lo que sabemos, ¿has venido a asesinarlo? Ninsianna tocó su brazo. —Es un procedimiento estándar —dijo ella—. Nadie tiene permitido encontrarse con el Jefe armado, excepto su guardia personal. Con sus plumas crujiendo, sacó el cuchillo de su funda. Sin decir una palabra, Ninsianna lo metió en su morral de cuero. —¿Es eso todo? —preguntó Siamek. —Tenemos una cabra —Mikhail señaló a la criatura que se acurrucó bajo sus alas—. La llamo Némesis. Si te duermes cerca de ella, se comerá tus cosas. Los labios de Siamek se contrajeron. —Llama a la cabra —se las arregló para mantener una expresión seria—. Mantendrá tus manos donde pueda verlas. Mikhail tomó la cuerda con la que amarraban al animal. —Vamos —gruñó a Pequeña Nemesis—. No me causes problemas. La verja chirrió cuando los centinelas la abrieron completamente. Las puertas giraron completamente hacia dentro... ... revelando a Jamin parado en el callejón.
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