Mi hermana y yo estamos en casa, específicamente en mi habitación. Son las tres de la mañana y ambas comemos frituras de la gasolinera mientras nos vemos “diario de una pasión” subtitulado al español, porque amamos disfrutarla con sus voces originales.
—¿Crees que algún día logremos tener un amor como ése? Es decir, no soy tan estúpida para pensar que todo será al igual de romántico y todo eso, pero no está mal querer que alguien te ame de esa forma —me dice Jennifer antes de meterse un puñado de papas a la boca.
—Sé que no todo será color de rosas, pero no sé, esperaría tener un amor más pasional.
—¡¿Más pasional?! —chilla ante mi respuesta—, literalmente la película se llama diario de una pasión, ¿qué más pasión deseas tener?
—Sí, sé que ellos se aman y todo, pero no lo sé, prefiero el amor brusco, el amor, alocado, aventurero y dramático. El amor excitante y lleno de éxtasis.
Jennifer se acomoda en la cama para poder verme mejor.
—Entonces… ¿quieres un hombre que literalmente mate por ti?
Recuerdo que su pregunta me dejó perpleja en ese momento. Yo no sabía qué responder a eso, e incluso al ver que no respondí nada ella solo siguió viendo la película y metiendo papas a su boca. En ese momento no sabía que conocería a Damián, no sabía lo que implicaría enamorarme de él, que me escaparía de casa y que mi vida daría un vuelco, pero creo que, en el fondo, aunque no sería capaz de pronunciarlo y que probablemente intentaba reprimir la respuesta de mi mente, yo si la sabía; Yo, Jessica Aston, siempre quise un amor así, sí, de esos que matan por ti. Que literalmente matan por ti.
No sé si podré hacer esto, es decir, nunca pensé llegar a este punto ya que nunca lo necesité, lo que significa que es difícil imaginarse a uno mismo en una situación como ésta cuando técnicamente tu vida se ha basado en la escuela, tus amigos, fiestas, drogas de vez en cuando, una casa gigante y unos padres ricos.
Y es que es justo en lo que se ha basado mi vida desde que nací. Bueno, desde que mi hermana y yo nacimos, pero, en definitiva, no tengo cabeza para pensar en ella. De hecho, lo evitaré al máximo. No sé qué pensaría ella si me viera en este momento, bueno, si lo sé, me odiaría. En todo caso, como decía, mi vida ha sido literalmente una burbuja rosada. Me dieron buena comida, me vistieron con buena ropa, me pusieron a dormir bien y me limpiaron el culo desde el momento en que salí de la v****a de mi madre. Cuando cumplí catorce comencé a tener más preocupaciones, pero preocupaciones estúpidas, como qué ponerme para que aquel chico de allá me mirara, sí, el de segundo año, el deportista, guapo y rico, pero nunca se lo conté a nadie y creo que es lo que debe tener más triste a Jennifer, que nunca le conté nada y ella me contaba todo. Mierda, nunca le conté nada y ella me contaba todo. Se ha de sentir como una mierda.
No, carajo, dije que no pensaría en ella, no puedo pensar en ella. No es correcto, no quiero que vea en lo que me he convertido. En alguien atroz.
Cuando me vestía para que aquel chico me miraba, en ese tiempo, bueno hace un año, pensaba que era porque me gustaba, que era porque quería besarlo y tocarlo y olerlo. Que era porque quería que me llevara al baile y ganar las coronas juntos, pero estaba equivocada, no era por eso, en definitiva, no era por eso. Desde que llegué aquí, comencé a explorarme en muchos campos, comencé a encontrarme tal cual soy y comencé a notar las discrepancias en lo que creía y en lo que en realidad es. Probé el sexo en muchas situaciones, posiciones y emociones, drogas, mentiras, homicidios, poder… y me di cuenta de que hace un año cuando, repito, me vestía para aquel chico, no era porque me gustaba, era porque me gustaba la idea de ser mirada, de ser deseada, de tenerlos hincados ante mis putos pies. He descubierto que no amo a nadie, bueno, a Damián, tal vez, pero me amo más a mí, amo más el poder. Ser mujer es ser poder, y lo he descubierto en esta casa, con estas personas, con estos hombres.
Por eso no puedo defraudarme, no puedo dejar que lo que he logrado se baña al caño, que lo he descubierto se quede en el olvido, que yo quede en el olvido. No puedo permitirlo y no lo haré, justo por eso, estoy aquí, sentada en la sala, en medio de la penumbra, esperando que salga, como cada noche. Al ver que sale, me levanto y trazo su mismo camino, por todo el césped hasta llegar a lo más alejado de la casa, hasta llegar a aquella bodega ubicada al costado de la casa. Entra y cierra la puerta, así que me quedo esperando, y segundos después, hago lo mismo...