Me sentía súper nerviosa y tensa, mi corazón latía cada vez más rápido y fuerte, y mis manos temblaban mientras agarraba el pomo de la puerta con demasiada fuerza, aterrorizada de ser descubierta y perder mi libertad. Mis manos estaban empapadas de sudor mientras escuchaba los pasos acercarse cada vez más, mi boca se secaba y mis piernas empezaban a temblar. Atrapada por el pánico, decidí correr y esconderme en algún lugar de la habitación; no sabía qué más hacer, pero tenía claro que si abrían esa puerta, no podía dejarme ver.
Escuché cómo se abría una puerta y mis ojos se dirigieron hacia ella mientras yo estaba incómodamente escondida debajo de la cama. Por suerte, la puerta nunca se abrió, pero sí escuché el sonido de que se cerraba. Nadie había entrado en la habitación de Angela, lo que me hizo suspirar un poco más tranquila, aunque no del todo, porque tenía que salir de ahí y echar a correr. Con mucho cuidado y sin hacer ruido, salí de mi escondite, mi corazón latiendo como loco, un tambor frenético contra mis costillas mientras me dirigía hacia la puerta.
No tenía idea de quién había llegado a la casa, y eso me daba una sensación de peligro y miedo. El sudor frío perlaba mi frente y mi espalda estaba empapada. Mis pulmones ardían por el esfuerzo de respirar, y el sabor metálico del miedo llenaba mi boca mientras movía la perilla de la puerta con la intención de salir. El crujido de la puerta al abrirse me aterrorizaba, pensando que la persona que había vuelto lo escucharía tan fuerte como yo. Intenté moverme con la mayor precisión y sigilo posible, pero un gemido proveniente del baño me paralizó momentáneamente, mientras el olor fuerte y desagradable me golpeaba.
Me di cuenta de que los sonidos y maldiciones que venían del baño eran de Roger, que al parecer había vuelto porque necesitaba ir al baño. Eso no me daba tranquilidad, porque si Roger me encontraba, no tendría piedad y sería mi fin. Con el paso más rápido que pude, cerré la habitación y miré por el pasillo en busca de alguien más, pero solo estábamos nosotros dos en la casa. Aún se escuchaba el sonido de la lavadora en la parte trasera mientras mis pies se deslizaban como plumas en el agua, sin hacer ruido, con la mirada fija en la puerta. Sentía el miedo recorrer mi cuerpo mientras las agujas del reloj de la pared seguían su curso, porque el tiempo no se detendría por mí y tenía que apurarme antes de que Roger terminara en el baño.
Mi plan era simple: correr lo más rápido posible y alejarme de esa propiedad. Pero al abrir la puerta, mis ojos se encontraron con la parte trasera de la camioneta cubierta con una lona azul, y una idea loca cruzó por mi mente. Sabía que si me escondía debajo de la lona, tendría más posibilidades de salir de allí. No era la mejor opción, pero llena de adrenalina y con el deseo de ser libre, me subí a un lugar incómodo pero que no era visible para cualquiera, y sabía de él porque había sido quien organizó todo.
Estuve escondida unos quince minutos, que me parecieron horas, cuando escuché los pasos de Roger acercándose a la camioneta mientras su voz gutural pronunciaba mi nombre. "Nala, Nala" —su voz se acercaba y se alejaba, y sentía que el tiempo se estiraba, un tormento interminable mientras yacía escondida bajo la lona, sin intención de salir. Era consciente de que era mi única opción, porque quedarme significaba una vida de sufrimiento y maltratos, pero escapar… eso era un salto al abismo en un país desconocido, pero lleno de oportunidades.
—¿Dónde se habrá metido esa desgraciada? No tengo tiempo para jugar al gato y al ratón con ella. Maldita sea, debe estar escondida sin querer darme la cara —lo escuché decir mientras aseguraba la puerta principal y luego sus pies se arrastraban hacia la camioneta y la ponía en marcha. El terror era una bestia tangible que me arañaba la garganta, amenazándome con asfixiarme mientras imaginaba todos los posibles escenarios si me descubría, acobardándome y diciéndome que había sido una mala idea esconderme en la camioneta. Solo podía imaginar el momento en que levantara la lona y mis ojos se cruzaran con la crueldad de los suyos, y ahí se acabaría mi vida.
La camioneta se detuvo de golpe y el terror se intensificó en mí. No sabía por qué Roger se había detenido o si había llegado a su primer destino; lo único que sentía era cómo las llamas de mi pánico avivaban el temblor de mis piernas.
—Llegaste justo a tiempo —escuché una voz femenina después de que Roger cerró la puerta de la camioneta, y mis sentidos se pusieron en alerta, esperando lo peor, abrazando con fuerza la bolsa negra con el dinero y la otra con mis documentos envueltos en algunos vestidos.
—Sabes que siempre voy a sacar tiempo para ti, aunque hoy me tardé en venir por cuestiones familiares, ya sabes, problemitas que surgen en la casa— Mi ceño se frunció al escuchar esa conversación, que no sonaba a negocios, sino bastante íntima para un tipo que estaba a punto de casarse.
—No te preocupes, yo siempre estaré aquí para aliviar tus cargas, esperándote ansiosa por estar debajo de ti.
—Sabes cómo subirme el líbido, ah —el sonido de lo que parecían ser besos y gemidos me sorprendió, seguido del sonido de una puerta y pasos torpes alejándose.
Tenía miedo de mirar hacia afuera, pero si era lo que imaginaba, era mi momento de escapar. Sin pensarlo dos veces, levanté un poco la lona y miré hacia afuera en busca de Roger.