El sabor de ese té persistía en mi boca, y a pesar de toda el agua que había bebido, seguía provocándome escalofríos de asco. No entendía por qué la señora Angela me había obligado a consumir aquel té, y estaba demasiado asustada para hacerle la pregunta, temiendo que me agrediera de nuevo. Así que solo me conforme con cocinar, con la cara enrojecida y el deseo de gritarle y reprocharle que me hubiera golpeado. Sin embargo, sabía que si me permitía eso, corría el riesgo de ser echada a la calle, lo cual era inaceptable para mí. Podía imaginar que eso haría sentir triste a Roger, y no podía considerar arruinar todos los esfuerzos que había hecho para darme un hogar por un simple incidente con su madre.
El reloj marcaba las dos de la tarde, y había terminado de cocinar, disponiendo todo cuidadosamente sobre la mesa. Sabía perfectamente que no podría comer con ellos, pero por suerte, había podido guardar un poco para mí, escondiéndolo en un lugar donde Angela no pudiera ver que lo había tomado. Luego, cuando ella estuviera comiendo, me retiraría a mi habitación para comer tranquilamente.
Me sobresalté al verla entrar en la cocina y servirme de nuevo esa taza de té. En mi mente, la negativa era clara: no quería ingerir de nuevo esa bebida tan amarga. ¿Se preguntaba si quería matarme? Esta pregunta finalmente cobraba sentido en mi mente, ya que su existencia no era normal.
—¿Para qué es ese té? —murmuré en voz baja, no por negación, sino por una curiosidad plena respecto a la razón por la cual ella me obligaba a consumir dicho té.
—Este té es para evitar que, en caso de que estés embarazada, un bastardo no nazca de ti. ¿Entiendes? No deseo que ocurran accidentes en mi casa —respondió, mirándome fijamente con un odio evidente en su mirada, cuyas intenciones resonaban claramente en mi mente.
—¿Aborto? —musité, frunciendo el entrecejo. —Yo, yo no estoy embarazada —dije, dudando de mis propias palabras.
—No te hagas la inocente, porque no lo eres. Hablé con mi hijo y me dejó claro que te comportabas como una coneja en celo, subiéndote a sus piernas a cada momento, maldita descarada. Durante tres meses trabajaste arduamente para atrapar a mi hijo entre tus garras, deseando quedar embarazada. ¿Qué creías, que no iba a indagar sobre su intimidad? Conociendo lo trepadoras que son las de tu clase. Ahora respóndeme, ¿te ha llegado el periodo desde que llegaste a mi casa? —preguntó, acercándose tanto a mi rostro que me vi obligada a retroceder inconscientemente, intimidada por su cercanía y su aterradora presencia.
—Sí... no, sí, no —logré articular al darme cuenta de que realmente no había tenido mi periodo durante un largo tiempo y que ni siquiera me había preocupado por ello. ¿Quizás estaba embarazada? —me cuestioné a mí misma, instintivamente colocando mis manos sobre mi abdomen, un gesto que no pasó desapercibido para Ángela.
— Eres una persona descarada —exclamó con desdén y desprecio, escupiendo hacia mi rostro-; bébelo ahora, ya que más tarde lo consumirás nuevamente hasta que ese bastardo que llevas dentro muera.
— Yo, yo no estoy embarazada —repliqué con incredulidad ante sus palabras e intenciones, mientras limpiaba mi rostro.
— Ah, no —me respondió, sosteniendo fuertemente mi brazo y arrastrándome hacia el baño más cercano, donde me empujó, haciéndome perder el equilibrio y caer al suelo sobre mi espalda.
— Sabía que lo negarías, pero soy mucho más inteligente que tú, siempre un paso adelante—dijo, mostrando una prueba de embarazo, mientras su sonrisa revelaba la podredumbre de su corazón y sus claras intenciones en mi contra. Mi cuerpo temblaba ligeramente mientras me forzaba a orinar frente a ella, quien no apartaba la mirada ni un segundo. Finalmente, el líquido salió, cayendo en el vaso plástico donde ella había sumergido la almohadilla absorbente de la prueba de embarazo, intentando que esta absorbiera el líquido para finalmente conocer la verdad.
Esas dos minutos habían parecido una eternidad, pero lo que más temía se había hecho realidad. A juzgar por su reacción, la prueba había sido positiva, ya que me había abofeteado de nuevo, pero esta vez el golpe había sido más violento que el anterior. Sin embargo, lo que más me sorprendía no era eso, sino el hecho de que estaba embarazada. En el pasado, había intentado en numerosas ocasiones quedar embarazada, y ahora que esto había sucedido sin que siquiera lo deseara, finalmente había concebido.
Lloraba, no de tristeza, sino de alegría, porque estaba embarazada de un buen hombre como Roger. Lo único que me preocupaba era su madre, pero no tenía ninguna duda de que cuando Roger descubriera las intenciones de su madre, me protegería a mí y a nuestro futuro hijo.
Sin embargo, ya había consumido dos tazas de té, y si Angela tenía razón, eso podría perjudicarme y provocar un aborto espontáneo. Ese pensamiento me helaba la sangre, asustada ante la idea de tener eso en mi sistema y que tuviera consecuencias. Por eso había corrido sin mirar atrás, indiferente a los llamados que ella me hacía. Mi único pensamiento era encontrar a Roger y hacerle saber lo que estaba pasando lo más rápido posible para evitar perder a mi bebé.
Había corrido por toda la granja sin lograr encontrarlo, hasta que escuché el rugido del motor de su coche fuera de la propiedad. Sin pensarlo, corrí hacia él, las lágrimas cayendo por mi rostro golpeado, y me aferré a su torso como si fuera mi salvavidas, temiendo que si lo soltaba, eso significaría mi final.