Finalmente, había llegado mi último día. Como se había previsto, el personal de los servicios me había informado amablemente que tenía una hora de salida programada para la mañana. Por lo tanto, había tomado mi maleta con mis efectos personales y estaba esperando en el vestíbulo la llegada de Roger.
Las horas pasaban y yo escaneaba los alrededores en busca de la silueta de Roger, pero no aparecía. Al principio, el personal me había asegurado que no había problema en que esperara en el vestíbulo, pero después de más de cinco horas, me pidieron que me fuera.
Agotada por la angustia, con lágrimas en los ojos, les pedí que me dieran al menos una hora más, ya que simplemente estaba esperando a que mi compañero viniera a buscarme. Me concedieron un tiempo adicional hasta que el reloj marcara las seis de la tarde, después de lo cual no se me permitiría quedarme en el edificio.
Mi estómago rugía fuertemente, recordándome que no había comido nada y que necesitaba alimentarme, pero no tenía dinero para comprar comida en la cafetería, y tampoco había bebido agua, lo que hacía que mi sed fuera aún más incómoda. No había comido nada desde que me levanté a las seis de la mañana.
Mi intención inicial era esperar a que Roger viniera a buscarme a las ocho de la mañana, después de lo cual podría proporcionarme algo de comida. Sin embargo, las cosas no sucedieron así. Desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, estuve sin agua y sin dinero. Simplemente me encontraba inmóvil en ese lugar, esperando su llegada, pero él no aparecía, lo que me llevaba al borde de la locura.
Lo había llamado en numerosas ocasiones, pero él me enviaba sistemáticamente al buzón de voz, lo que no me tranquilizaba en absoluto. Tenía la sensación de que mi vida estaba en peligro, me sentía morir desde que me habían expulsado del hotel y no me permitían volver a entrar sin alquilar una habitación. Esperaba afuera, aferrándome a la última luz de esperanza que me quedaba. Confié demasiado en que Roger se encargaría de la situación, pero todo indicaba que eso no sucedería y que acabaría en la calle, como debió ser desde el principio.
Para empeorar las cosas, mi teléfono comenzaba a descargarse, añadiendo una nueva calamidad a mi lista de infortunios. Mi cuerpo se sentía extremadamente débil debido a la falta de comida y deshidratación, y mis ojos estaban más rojos que un tomate. Mi mente elaboraba escenarios sobre lo que podría hacer si Roger no se presentaba ese día, dónde podría pasar la noche como refugio y cómo mendigar un trozo de pan para tener la fuerza de encontrar a alguien que tuviera piedad de mí.
A las siete de la noche, mi teléfono móvil emitió una señal que indicaba que solo contaba con un tres por ciento de batería. Apreté mis labios con firmeza para reprimir las lágrimas, pero mis piernas me traicionaron, comenzando a temblar de miedo y terror, mientras mis ojos se percataban de que el sol ya no se contemplaba y la oscuridad de la noche me envolvía. No pude contener mi llanto y, con vergüenza y pena hacia mí misma, cubrí mi rostro mientras mis lágrimas caían como cascadas.
Me cuestionaba repetidamente qué haría a continuación. El dolor punzante en mi cabeza nublaba todos mis sentidos, de tal manera que ni siquiera escuché cuando Roger aparcó frente a mí; solo sentí sus brazos rodeándome, abrazándome y brindándome la comodidad que tanto anhelaba y que creía haber perdido. Sin embargo, él había llegado por mí; mi salvador no me había dejado desamparada.
Después de estar en su vehículo, aún no comprendía por qué no se había comunicado conmigo desde la mañana. Solo me había indicado a través de señas que su teléfono no contaba con carga, haciéndome entender que esa era la razón de su falta de contacto. Sin embargo, me preguntaba por qué no me había llamado desde temprano. Le había dejado numerosas llamadas, las cuales no fueron respondidas, hasta que finalmente me redirigieron al buzón de voz. No obstante, esto no me preocupaba en absoluto, ya que él había cumplido con su palabra, lo cual era más que suficiente para mí. Ya estábamos en camino a su casa, y pronto podría tomar una ducha, comer algo y relajarme en sus brazos.
La emoción de ver su granja llenaba mi pecho de anticipación; muchas ideas sobre cómo sería se agolpaban en mi mente, pero ninguna se comparaba con la realidad. El terreno era bastante espacioso, no tanto como el de una finca, pero lo suficientemente grande como para impresionarme.
Al ingresar por la puerta de la casa, observé que no se encontraba tan limpia como había imaginado; sin embargo, los utensilios presentes eran lo suficientemente atractivos, aportando un toque distintivo al diseño del hogar.
—Me gusta— intenté expresar en su idioma, lo que provocó su risa debido a mi acento, lo que me hizo sentir un tanto avergonzada. No obstante, debía armarme de valor e intentarlo, ya que era la única manera de aprender a comunicarme con él.
—Esta es tu habitación y al lado se encuentra el baño— me indicó, haciendo gestos que me ayudaron a comprender el significado de sus palabras. Yo me limitaba a asentir con la cabeza o a responder afirmativamente, aunque no comprendía del todo lo que decía.
Recuerdo que en un momento me mostró el teléfono y luego lo conectó para cargarlo, antes de desaparecer en una parte de la casa, dejándome a solas para que pudiera tomar un baño y acomodarme. Agradecí este gesto, ya que sentía mi cuerpo pegajoso y sucio tras haber estado expuesta al sol durante varios minutos, y mi rostro estaba marcado por las lágrimas derramadas.
Mi habitación no era muy amplia; la cama era individual y había un pequeño armario para mis prendas, nada más. Sin embargo, era más que suficiente para mí, y me sentía profundamente agradecida por la oportunidad de despertar en una cama y no en la calle.