Antes de que el sol asomara en el horizonte, ya me había levantado de la cama, tomado un baño de agua fría y vestido un atuendo cómodo para iniciar la limpieza del hogar. El reloj marcaba las cinco cuando comencé a mover los muebles y barrer debajo de ellos. Me ocupé de despolvar desde los objetos más pequeños e insignificantes hasta los más grandes y pesados, todo por mi propia cuenta. Cuando finalmente Roger se asomó, yo ya estaba concluyendo la tarea de trapear la casa.
No había limpiado en su totalidad, ya que había dos habitaciones a las que, por motivos de privacidad y en ausencia del consentimiento de Roger, me había limitado a no ingresar. Deje todo exactamente como lo había encontrado; mi única intención fue limpiarlo y dejarlo lo más reluciente posible. Además, me aseguré de que la casa emanara un agradable aroma a lavanda, que invitaba a no ensuciar el lugar. Sin embargo, la labor no terminaba ahí, ya que en la cocina se percibía el delicioso olor del desayuno que había preparado antes de trapear el piso.
—¡Wao, wao, wao! —lo escuché exclamar mientras silbaba con alegría.
Una sonrisa se dibujó en mis labios y mi corazón se sintió pleno, desbordando de alegría ante su emoción tan genuina.
—He preparado el desayuno — pronuncié esta oración, ya que había dedicado toda la mañana a practicar diversas palabras con el fin de poder comunicarme con él. Su mirada sorprendida se posó en mí y una sonrisa de orgullo se dibujó en su rostro.
Decidí dejar lo que estaba haciendo y me dirigí a la cocina para mostrarle lo que había preparado, pues había encontrado un libro de cocina que contenía varias recetas de los desayunos tradicionales de su país. No estoy segura de cómo había quedado, ya que me tomó más tiempo del esperado descifrar el contenido, pero una vez traducido todo, pude completar la tarea.
— He hecho dobles rellenos de channa, garbanzos al curry, pepino, tamarindo y bandhaniya; gracias a Dios que todo esto estaba en la despensa — dije, leyendo una nota que había escrito con la intención de no tener que recurrir a mi celular para informarle.
— Me encanta, me gusta cómo has dejado la casa tan limpia. Aún no he probado la comida y sé que la voy a amar, pero amo aún más la intención de hablarme directamente — dijo, y yo me sentía en un estado de éxtasis, ya que solo había comprendido la palabra “amo”. Sin embargo, sabía que le había agradado todo lo que había hecho, y eso me hacía sentir vista y apreciada, especialmente cuando sus brazos me rodearon y sus labios se encontraron con los míos.
Roger había consumido el desayuno con una voracidad que sugería que era lo primero que había ingerido en siglos, y los sonidos que emitía con cada bocado corroboraban esta afirmación. Disfrutó de la comida de una manera que pocos han experimentado con mis preparaciones, ya que, sin pretender exagerar, puedo afirmar que el arte culinario se me da de manera innata y que soy capaz de elaborar cualquier platillo siguiendo las instrucciones, logrando resultados perfectos.
Aproveché el momento en que él se encontraba reposando tras su desayuno para concluir lo que aún me faltaba, consciente de que mis tareas no habían finalizado y que el día apenas comenzaba.
Roger inició su recorrido hacia la caseta de las gallinas; aunque no eran muchas, estas representaban un sustento para ellos. Recolectamos los huesos y los colocamos en una canasta, al igual que los alimentos. Esta labor debía realizarse diariamente, sin excepción, y debía estar atento por si algún día su madre me solicitaba llevar a cabo esta tarea.
Posteriormente, nos adentramos en el área donde se cultivaban diversos tipos de limones, naranjas y toronjas. Según lo que él me relataba, estos eran los cultivos que más ingresos generaban. Sin embargo, su padre también se había dedicado a cultivar algunas frutas nativas, como la mariposa, el abiu y el banga. A pesar de los esfuerzos de sus padres por cultivar caña, la tierra no lograba producirla adecuadamente.
Después de varias horas bajo el sol dedicadas al mantenimiento de los cultivos y a la recolección de lo que se utilizaría para la venta del día, nos dirigimos al área de vegetales, la cual resultó ser menos extensa de lo que había imaginado, pero que era suficiente para abastecer a los restaurantes y hoteles cercanos que diariamente cocinaban y notificaban cuando sus reservas se agotaban.
Posteriormente, me enseñó cómo alimentar a cuatro pares de cabras y cerdos que poseían, así como a ordeñar a dos vacas. Al indagar sobre la presencia de perros y gatos, su respuesta fue que a su madre no le agradaban, ya que no representaban ningún tipo de beneficio económico, razón por la cual no habían decidido adquirirlos.
Roger me preguntó si consideraba oportuno cocinar algo más para nosotros dos, y aunque no me negué, aprecié que tuviera en cuenta lo agotador que había sido el día. Sin embargo, él debía salir a realizar entregas, por lo que encontré la fuerza necesaria en lo más profundo de mi ser para preparar alguno de los platillos del libro de recetas.
Al concluir mis labores culinarias, me encontré sola en la casa. Por un instante, me hallé sentada en el sillón, rememorando todo lo que había acontecido la noche anterior. Sin embargo, mi atención se centró en las dos habitaciones que aún no había limpiado. Sentía una imperiosa necesidad de abrir las puertas, consciente de que mi soledad me permitía actuar sin ser descubierta.
Reconocía que esta acción no era correcta, pero me repetía que un vistazo no causaría daño alguno mientras abría la primera puerta, la cual daba acceso a la habitación de Roger. En su interior, se podían observar algunas prendas sobre una silla, otras esparcidas por el suelo y su cama desordenada; en resumen, el espacio carecía de organización. Era previsible encontrar una habitación en tales condiciones, dado que pocos hombres poseen la delicadeza de ordenar sus pertenencias.
Solo quedaba la habitación que presumiblemente pertenecía a su madre, y aunque anhelaba conocer su contenido, era de esperar que su puerta estuviera asegurada. Saciando mi curiosidad, decidí ver la televisión mientras aguardaba el regreso de Roger.