La estancia de la madre de Roger se había prolongado durante tres meses, periodo en el cual ella había logrado comprender aproximadamente un setenta por ciento de lo que se decía y podía comunicarse en el idioma, aunque de manera algo rudimentaria. Sin embargo, la necesidad de utilizar nuestros teléfonos móviles para la comunicación resultaba completamente innecesaria. Roger desempeñó un papel fundamental en este aspecto, ya que un día decidió que debíamos prescindir de los mensajes de texto, lo que me obligó a esforzarme al máximo para que pudiéramos comunicarnos de manera adecuada, dado que la comunicación es esencial en una relación de pareja.
El trabajo durante esos meses había sido sumamente exigente, pero con el tiempo mi cuerpo se había adaptado a la carga, permitiéndome gestionar todo el lugar de manera autónoma. Me había acostumbrado a las labores arduas, a levantarme temprano, a limpiar, a preparar el desayuno y a realizar las tareas que requería la granja. Además, había aprendido a elaborar una variedad de platillos, por lo que ya no necesitaba consultar el libro de recetas.
No obstante, el día de hoy era completamente diferente a los anteriores, ya que su madre regresaba a casa tras haber estado ausente para cuidar de su hermana. Ahora, con el corazón destrozado por la muerte de su hermana, no tenía más opción que regresar y afrontar esa pérdida. Roger no había podido asistir al entierro de su tía, ya que su madre le había solicitado que se quedara y cuidara de la granja, asegurándole que su presencia no era necesaria en esa ocasión y que ella se excusaría por la ausencia de su hijo.
Esta situación resultó ser un desafío adicional para mí, ya que esa misma semana había tenido múltiples entregas y pasaba la mayor parte del tiempo fuera. Esto había sido muy estresante, ya que tuve que preparar todo para dichas entregas, y hubo noches en las que me resultó imposible dormir, dado que toda la responsabilidad del empaque recaía sobre mí.
Me encontraba indudablemente nerviosa ante la inminente llegada de la madre de Roger. No sabía cómo reaccionaría ella ante mi presencia en su hogar, aunque debo reconocer que había sido de gran ayuda para su hijo durante los últimos meses y que, de hecho, aún continúo brindándole apoyo. Además, había mantenido la casa en un estado de impecable limpieza.
Roger me había solicitado que los esperara en la sala, sentada en una silla de plástico que daba hacia la puerta. Hasta ese momento, él no le había mencionado nada acerca de mí a su madre, y nuestra comunicación sobre ella había sido escasa, al punto de que ni siquiera conocía su nombre, ya que la mayor parte de nuestro tiempo juntos lo habíamos pasado entre las sábanas o trabajando arduamente.
Sentí un nudo en la garganta al escuchar el sonido del automóvil estacionándose frente a la casa. Mis manos estaban sudorosas y mi rostro mostraba una sonrisa forzada y rígida, reflejo de mi nerviosismo. Intentaba limpiar mis manos sudadas sobre mi vestido y rogaba a Dios que mis palabras fluyeran con naturalidad y no se quedaran atascadas en mi garganta al dirigirme a ella.
—Oh Dios mío —exclamé, respirando rápidamente al escuchar sus pasos acercándose. No podía quedarme sentada ni un segundo más; decidí salir a su encuentro y presentarme de la manera adecuada.
Me había dirigido a su encuentro y no había logrado pronunciar ni siquiera la primera palabra cuando ella emitió un grito desgarrador. Más que un simple grito, exclamó al mismo tiempo que sus cejas se fruncían y sus labios se torcían con desprecio.
—¿Qué es eso? —dijo, apuntándome con su dedo de arriba hacia abajo, mientras uno de sus pies golpeaba el suelo con indignación—. ¿Qué hace esa cosa en mi casa, pisando mi piso, respirando mi propio aire? ¡Sácala, saca esa cosa horrible de mi vista! No quiero verla, Roger.
—¡Ahhh, no, qué asco! —exclamó—. Quítala de mi frente, Roger, tengo miedo de eso tan feo, es asqueroso verla. ¡Sácala de mi casa, sácala! —repetía una y otra vez, mientras yo permanecía paralizada, sin comprender lo que estaba sucediendo.
Al principio, pensé que ella había visto algún animal detrás de mí, pero a mi alrededor no había nada y pronto me di cuenta de que se refería a mí. Su mirada de repudio estaba dirigida hacia mí; a quien ella llamaba “eso” era a mí. Pero, ¿por qué? No le había hecho nada y este era solo nuestro primer encuentro, donde se suponía que yo me presentaría, nos abrazaríamos y ella me daría la bienvenida oficial en su hogar. Sin embargo, aquello no fue la bienvenida que había imaginado.
—¡Saca a esa negra de mi casa ya, Roger! —exclamó, haciéndome sentir mal y triste.
Nunca hubiera imaginado que mi presencia le desagradaba tanto y comprendí que todo se debía a mi color, de dónde venía y lo que era.
La imagen que antes habitaba mi mente sobre lo que podría llegar a ser una mujer dulce, amable y tierna había cambiado radicalmente. De hecho, asociaba la buena educación de Roger con la de su madre, pero sus caracteres no coincidían, aunque había cierta semejanza física. Esa mujer no poseía el mismo corazón que su hijo; eran totalmente diferentes.
— Nala, por favor, ve a tu habitación — la voz de Roger me sacó de mi asombro y, sin pensar, intenté ir a mi cuarto. Sin embargo, ella se había liberado del control de Roger y no esperaba que me agarrara por mis trenzas, haciéndome caer de cara contra el suelo.
— Madre, no, le estás haciendo daño — Roger se precipitó hacia nosotras e intentó liberarme de su agarre.
— ¿Daño? Ni siquiera son sus verdaderos cabellos, una negra como ella se pone extensiones para tener ese aspecto horrible. Ella no siente nada, soy yo quien sufre por haberte dejado introducir a esta negra, repugnante y fea, en mi casa. ¿De qué lado estás, Roger? Hijo mío, ella te ha echado un hechizo, por eso estás ciego y actúas así.
— No, madre, déjame explicarte, pero suéltala, por favor — dijo él con tono suplicante, y ella finalmente me soltó a regañadientes.
Me levanté como pude, tambaleándome, mientras mis labios temblaban de ganas de llorar, abrumada por la humillación y con más preguntas que respuestas. Buscaba la mirada de Roger, esperando atraer su atención, pero él sacudió rápidamente la cabeza, invitándome a regresar a mi habitación y no salir hasta que él viniera a buscarme.