Dolor

1029 Words
En medio de la tumultuosa situación que estaba viviendo, no había tenido la oportunidad de conversar a solas con Roger. Su madre, Ángela, me seguía de cerca, observando cada uno de mis movimientos con una atención casi depredadora. Esta vigilancia se intensificó al punto de que había colocado un seguro adicional en la puerta de mi habitación, del cual solo ella poseía la llave. Aquella noche, me encontraba sumida en la confusión al escuchar cómo aseguraba la puerta desde el exterior, dejándome completamente impotente. En mi habitación no había persianas, y mi única vía de escape, esa puerta, me había sido también arrebatada. Así, había perdido mi libertad y me había convertido en la sirvienta de la casa, un títere sin control, sometido a la voluntad de Ángela. A la mañana siguiente, Ángela se presentó en mi puerta, sosteniendo una taza de té. No hubo objeción de mi parte, pues era consciente de que si me negaba, las consecuencias de mi negativa serían el maltrato físico. Por ello, bebí aquel líquido de un solo trago, acostumbrándome al sabor y tratando de evitar las náuseas. Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, le rogaba a Dios que aquello no tuviera ningún efecto en mi cuerpo, que cuidara de mí y de la pequeña criatura que se estaba formando en mi interior. Porque, tal vez, si ese bebé llegara a nacer, podrían aceptarlo y, con ello, aceptarme a mí también. Sin embargo, su mirada, la forma en que me observaba con tanto desprecio y odio, me hacía entender que eso no iba a suceder, que era una idiota por creer que podría pertenecer a esta familia, que nunca sería una de ellos y que nunca podría obtener su amor, o al menos su afecto. No, su odio hacia mí no me daría la oportunidad, y mucho menos a mi bebé. Sin embargo, en mis momentos de soledad, oraba por esa pequeña persona que aún no conocía para que fuera fuerte, y que pudiéramos triunfar juntas. —¿Qué haces ahí, de pie mirándome? ¿Has terminado de beber tu té? Ahora hay que limpiar y cocinar, ¿qué esperas? ¡Muévete! — me gritó, sacándome de mis pensamientos. Por miedo, salí apresuradamente de mi habitación, sin siquiera lavarme los dientes o ducharme, pero eso no le importaba; lo que le importaba era tratarme como a una esclava. A lo largo de la mañana, no había visto a Roger en ninguna parte de la casa; parecía haberse evaporado por completo o quizás me estaba evitando deliberadamente, ya que su madre se había encargado de servir el desayuno para los dos y no me permitía acercarme a su habitación, alegando que ahora me estaba prohibido. Había barrido la mayor parte de la casa, lista para pasar el mapo, cuando mi cuerpo comenzó a sentir una extraña sensación. Mi vista se nubló y un dolor intenso en mi abdomen me impedía moverme. Mis manos estaban sudorosas y mi respiración se desordenaba debido al inmenso dolor que sentía; tenía la sensación de que estaba muriendo en ese momento, y las náuseas eran inextinguibles. — ¿Cuál es tu justificación para estar ahí parada? Completa la limpieza para que puedas preparar mi comida. — Me duele, me duele mucho — murmuré con voz apenas audible mientras las lágrimas comenzaban a brotar. — No te creas que voy a aceptar tu excusa, no señor. Termina de limpiar o yo misma me aseguraré de que lo hagas de una manera que no te gustará. — Por favor, no puedo moverme, me duele, por favor — mis piernas se debilitaban cada vez más y sentía que perdía fuerza. Solo deseaba ir a mi habitación y descansar en la cama, rogando a Dios que no fuera algo grave, tratando de infundirme ánimo y alejando cualquier pensamiento negativo. — Te lo digo yo, esta gente no sirve ni para ser alimentada a los perros — murmuró entre dientes, mirándome desde la distancia. Podría jurar que, a pesar de su rostro enojado, había un abismo de satisfacción apenas perceptible en su mirada, y una ligera sonrisa se asomaba en sus labios, cubierta por sus gritos de enojo mientras me ordenaba y exigía que terminara mis tareas. No sé de dónde saqué la fuerza suficiente para trapear el piso, pero lo logré con gran dificultad y dolor, un sufrimiento que reprimía para no gritar, mientras sentía que todas mis entrañas se desgarraban por dentro, causándome el peor dolor que jamás había experimentado, ya que el dolor de la traición no se comparaba en absoluto con aquello. El sabor amargo que invadía mi boca me obligaba a reprimir las náuseas, mientras mi estómago se retorcía, provocándome escalofríos por todo el cuerpo. Estaba decidida a retirarme a mi habitación después de terminar la limpieza, aunque era consciente de que aún quedaba por preparar la comida del mediodía. Sabía que mis fuerzas estaban agotadas. — ¿A dónde crees que vas? No creas que me voy a dejar engañar por tu pobre actuación, haciéndome creer que estás enferma. Aquí, incluso estando enferma, se trabaja, sin importar en qué estado te encuentres. ¿Lo entiendes? — Por favor— dije apretando los dientes, mientras temblaba de dolor y de las violentas calambres que sentía en la región pélvica. El dolor sordo parecía intensificarse con cada segundo, y mi cuerpo solo pedía descansar, o tal vez dormir para olvidar este sufrimiento. — No, si lo deseas, puedo darte un analgésico, pero hoy cocinas, pase lo que pase. No me siento capaz de preparar comida, mis… mis manos tiemblan y siento que me voy a desmayar— dijo ella casi llorando. No entendía por qué actuaba así hasta que escuché la voz de Roger detrás de mí. —¿Cómo te atreves a negarte a un simple mensaje de mi madre, Nala? Eres una mujer vil y sin compasión. Mi madre te ha permitido quedarte bajo nuestro techo, y tienes la osadía de rechazarle, y así es como dices amarme— dijo él cruzando los brazos, y sentí mi corazón apretarse bajo su reproche, sin que él se molestara en indagar sobre mi verdadero estado de salud.
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