Ciudad

1097 Words
No entiendo por qué me comporté de manera tan grosera con ese desconocido, pero había algo en lo más profundo de mí que me impedía confiar o creer en las palabras de cualquiera, especialmente después de lo que me había sucedido. Respiré... profundamente, fijando mi mirada hacia afuera, el paisaje gris y monótono de la carretera desfilando rápidamente. Árboles indistintos, cercas de alambre, y de vez en cuando, los faros de otro vehículo que circulaba en dirección opuesta. La monotonía del viaje debería haber sido reconfortante, pero la resonancia emocional de mi pesadilla me mantenía en alerta. Cada sombra que pasaba por la ventana, cada bache en la carretera, me provocaba un sobresalto. La pesadilla se había disipado, pero el miedo que había engendrado aún me envolvía como una capa helada. Necesitaría más tiempo para que la realidad se asentara completamente y que el recuerdo del terror se disipara en el aire matutino del autobús. Por ahora, solo podía aferrarme a mi asiento y esperar que el sol se levantara por completo, trayendo consigo la claridad y la seguridad que tanto deseaba. Me sorprendí a mí misma limpiando silenciosamente mis lágrimas en mi asiento mientras recordaba cómo finalmente logré tomar el taxi y llegar a la parada de autobús: Mi aliento se atascaba en mi garganta, un nudo apretado de miedo y adrenalina. Mis ojos, dilatados, no querían mirar hacia atrás mientras mi corazón latía con la fuerza de un tambor de guerra. Mis dos bolsas, ligeras pero torpemente cargadas, golpeaban mi costado con cada paso desesperado. No miré hacia atrás. No podía. El sonido del claxon del coche resonaba aún de manera amenazante detrás de mí. De repente, un destello amarillo. Un taxi. Levanté la mano con una urgencia que rozaba la súplica, mi voz siendo solo un hilo apenas audible: —¡Taxi! — El conductor, que estaba estacionando, se detuvo con un chirrido de neumáticos, y me lancé hacia él, entrando en el asiento trasero y cerrando la puerta de golpe, como si eso pudiera sellar el mundo exterior. —A la estación de autobuses, por favor. Y rápido— dije, mi voz temblorosa pero firme. El conductor me miró por el espejo retrovisor, percibiendo la tensión en mi postura, pero asintió y arrancó, sumergiéndome en el torbellino del tráfico. Una furgoneta pasó frente a mí, pero no era la que Roger usaba, y me sentí ridícula por haber corrido de esa manera pensando en lo peor, pero me sentía segura allí, en ese taxi, en camino hacia mi libertad. Los minutos en el taxi fueron una tortura silenciosa. Cada semáforo en rojo era un golpe en el estómago, cada claxon un recordatorio de que el tiempo pasaba. Me aferraba a mis bolsas, sintiendo el peso de mi nueva vida en ellas. Cuando finalmente llegué a la estación, pagué con manos temblorosas y bajé, el aire del terminal siendo un poco más denso, cargado de la urgencia de los otros viajeros. Los letreros luminosos de los andenes parpadeaban, mientras el rugido de los motores de los autobuses llenaba el aire. En ese momento, busqué el destino más lejano de donde me encontraba, con la intención de no ser encontrada. Adquirí mi boleto y, con una determinación ferviente, busqué mi número, el 34B. El autobús ya se encontraba allí, un imponente vehículo de metal humeante, listo para partir. Subí los escalones, mostrando mi boleto recién adquirido al conductor, quien apenas le prestó atención. El interior estaba casi vacío, y me deslicé hacia un asiento junto a la ventana, lo más alejado posible de la entrada. Me dejé caer, sintiendo cómo el cansancio me invadía de golpe. Apoyé la frente contra el frío cristal, observando cómo la estación se alejaba lentamente. A medida que el autobús tomaba velocidad, sentía cómo el nudo en mi pecho se aflojaba poco a poco. No sabía a dónde me dirigía exactamente, ni qué me depararía el futuro. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, el aire que respiraba se sentía un poco más ligero, un poco más libre. Había escapado y contaba con suficiente dinero para sobrevivir durante un largo período. El autobús, con un ruidoso suspiro de sus frenos de aire, se detuvo mientras el conductor anunciaba la llegada a la última estación. Las puertas se abrieron con un silbido, pero lo que se reveló ante mis ojos no era en absoluto lo que esperaba. Un torbellino de emociones me asaltó al descender los escalones: una mezcla de alivio por haber llegado, una punzada de ansiedad por la incertidumbre y una curiosidad cautelosa por lo que se presentaba. El aire me golpeó de inmediato, distinto al que había dejado atrás. Quizás un poco más fresco, o con un aroma a tierra mojada que no reconocía. El zumbido del motor del autobús, que había sido una constante reconfortante durante horas, ahora se desvanecía a lo lejos, dejándome en un silencio que solo el viento y los sonidos extraños del nuevo lugar llenaban. Observé a mi alrededor. Había edificios altos y luces parpadeantes a las que estaba acostumbrada. Parecía que había llegado a una pequeña ciudad. El cielo ya no era un lienzo amplio y despejado como solía ver, sino un enjambre de cables que se extendía sobre mí. No había tantos árboles, ni hojas susurrando secretos con la brisa. A lo lejos, ya no distinguía lo que parecían ser campos, sino construcciones altas, difuminadas por la distancia. No me abrazaba la soledad, sino el bullicio de una estación con gente yendo y viniendo. No estaba sola ni siendo seguida por la mirada de Angela. Mis bolsas se sentían más pesadas sobre mis hombros, no por su contenido, sino por el peso de la decisión que me había llevado hasta allí. Di un paso, luego otro, sintiendo el concreto bajo mis pies. No había un destino inmediato, ningún plan concreto más allá de la necesidad de escapar. El horizonte se extendía vasto y desconocido, y aunque el miedo era un compañero persistente, una chispa de esperanza, de pura posibilidad, comenzaba a encenderse en mi interior. Estaba en un lugar desconocido, sí, pero por primera vez en mucho tiempo, mi futuro no parecía un callejón sin salida. Continué caminando sin rumbo, apreciando cada edificio, cada negocio que se cruzaba en mi camino, un sinfín de oportunidades y variedades de trabajos que anhelaba explorar. Sin embargo, lo primero que debía hacer, sin duda alguna, era buscar un lugar donde arrendar, y una vez establecida, podría comenzar a buscar empleo para seguir generando ingresos, ya que debía regularizar mi estatus migratorio cuanto antes.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD