No había sudor tan fácil como lo que mi mente había planeado a mi llegada; el calor era una bofetada en mi cara a cada paso que daba, acentuado por la dura realidad de mi situación. Mi mochila, mi única posesión tangible, parecía volverse más pesada con cada paso en esa acera desconocida. Llegué con la esperanza de encontrar alojamiento de inmediato, pero los propietarios de los hoteles que había consultado exigían una serie de condiciones estrictas: un ingreso mínimo, un historial de crédito impecable, referencias profesionales y personales. Al no contar con ninguno de estos elementos, me encontraba nuevamente en un callejón sin salida. Sin embargo, no podía rendirme; seguía caminando sobre el asfalto ardiente, mientras las imponentes fachadas de los edificios parecían susurrar lo ingenuo de mi plan.
Me topé con una tienda de telefonía y no dudé en adquirir uno de los modelos más baratos, pensando que sería mi única ventana a un mundo de posibilidades. Una vez configurado, deslicé mi dedo por la pantalla, descubriendo anuncios de apartamentos que me parecían inalcanzables, o estudios que me helaban la sangre.
— Estudio, 1,500 al mes, con los mismos requisitos de un historial de crédito perfecto y tres meses de depósito — leía en un anuncio. Tenía una mochila llena de dinero, pero me negaba a desperdiciarlo simplemente para darme una vida mejor, especialmente porque sabía que todo lo que venía rápido se iba igual de rápido. Además, no tenía historial y prefería no recordar nada de mi pasado; sentía que la ansiedad me apretaba la garganta. Cada llamada que hacía a los agentes inmobiliarios de bajo costo era un interrogatorio: "¿Tiene un empleo fijo? ¿Referencias? ¿Crédito?". Sus respuestas negativas resonaban como puertas cerrándose bruscamente, una tras otra. La idea de dormir en una cabaña cruzó por mi mente, un escalofrío de desesperación, pero eso significaba gastar dinero innecesariamente.
Paralelamente, la búsqueda de empleo era una tortura diferente. Me senté en un café con la intención de descansar mis pies y reabastecerme. Sorbía un refresco frío mientras enviaba currículos a diestro y siniestro. Cada anuncio de "Se busca personal con experiencia" o "Se busca personal con cinco años de experiencia" era una puñalada para mí. Tenía la voluntad y la urgencia de trabajar, pero ¿cómo demostrarlo sin una dirección fija, sin contactos, sin documentación, y con el fantasma de mi pasado persiguiéndome?
En ese café, bajo la brillante luz de las bombillas, recorría nuevamente los mismos sitios de empleo, las mismas páginas de alquileres, como si una búsqueda más intensa pudiera revelar una opción mágica. Los mensajes de "Rechazado" o el ensordecedor silencio de aquellos que no respondían eran un recordatorio constante de mi precariedad. La frustración era un grito mudo. Quería gritarle a la ciudad que me acogiera, que me diera una oportunidad. Me sentía atrapada en un ciclo cruel: necesitaba un empleo para un alojamiento, y necesitaba un alojamiento para la estabilidad de un empleo. La noche caía, trayendo no el alivio, sino la angustia de una noche incierta, preguntándome dónde dormiría y si algún día encontraría mi lugar en esta vasta y deslumbrante ciudad.
— Buenas tardes, le pido disculpas si mi presencia resulta atrevida al acercarme a su mesa — una joven de cabello n***o azabache y estatura promedio, con piel de tono oliva, se sentó en el extremo opuesto de mi mesa.
— Oh, no hay inconveniente - respondí, sintiéndome algo asustada, cohibida y, al mismo tiempo, extrañada por la presencia de aquella joven.
— Trabajo aquí — indicó, señalando el logotipo de su camisa mientras esbozaba una sonrisa - me tomé la libertad de acercarme porque percibo el estrés reflejado en su rostro, ¿sabe? Me recuerda a mí cuando llegué a la ciudad con mi esposo; no teníamos nada y mi primer empleo fue en la panadería. ¿Está usted buscando trabajo? - me dijo con una sonrisa que me transmitía calma.
— Sí — respondí, asintiendo con precaución, pero al mismo tiempo esperanzada por lo que ella pudiera compartir.
— Lo imaginé, sabía que estaba en busca de algo así, pues así me veía yo al llegar. Lo mejor es que en esa panadería siempre están en busca de personal. Son muy amables, aunque el horario y la remuneración pueden ser un inconveniente, pero aceptan a todo tipo de personas, sin requisitos específicos. Cuando emigré desde Panamá, ese fue mi primer trabajo y estuve allí durante años hasta que, por motivos económicos, tuve que conseguir este empleo. Créame, ellos me salvaron; son verdaderos ángeles.
Deseaba abrazarla por la valiosa información que me proporcionaba, pero el temor a decir algo inapropiado y arruinar el momento me llevó a simplemente asentir con la cabeza mientras decía — Oh, gracias, sin duda enviaré mi solicitud.
— Pero debe hacerlo de inmediato, ya que ellos cerrarán en menos de una hora. Así, tal vez mañana mismo pueda comenzar a trabajar — comentó mientras sumergía un trozo de pan en su café y luego lo llevaba a la boca.
— Bueno, iré ahora mismo y… — reflexioné un momento antes de preguntarle sobre el alquiler, pues realmente lo necesitaba con urgencia. Sabía que sería casi imposible, pero si debía pasar una noche en una cabaña y comenzar al día siguiente, eso sería más que suficiente.
— ¿Sabe de alguna casa en alquiler cerca de aquí?
— Oh, eso era lo primero que debiste considerar, pero conozco unos pequeños apartamentos de una sola habitación, aunque no están tan cerca. Es una zona bastante problemática; yo viví allí, pero me mudé debido al mal olor, la pestilencia y el tipo de personas que habitan en esa área. Siempre hay disponibilidad, ya que aceptan a cualquier tipo de inquilinos, lo cual es un inconveniente. Lo positivo es que es muy económico y le permitirá ahorrar bastante, aunque debe tener mucho cuidado. ¿No tiene algún novio o familiar que viva cerca? Porque usted sola sería un blanco fácil para algunos de los individuos peligrosos que residen en esa zona.
No podía negar que me sentía asustada por la descripción que ella me había proporcionado, pero, por el contrario, la necesidad me obligaba a aceptar lo primero que se presentara. No debía ser exigente; debía armarme de valor una vez más y tener la determinación necesaria para protegerme de cualquier peligro que pudiera acecharme.
— Además, le aconsejo que adquiera un spray de pimienta y busque algún alma caritativa por si acaso. Aquí tiene la dirección y el número de teléfono de la encargada del departamento, para que se comunique después de hablar con la dueña de la panadería. Diga que Dalia la ha enviado; estoy segura de que podrá conseguirlo.
— Gracias, usted es un verdadero ángel. Espero que Dios la bendiga y le multiplique lo que ha hecho por mí hoy.
— Gracias, solo estoy haciendo lo mismo que una vez hicieron por mí. Ahora, le deseo mucha suerte.