El tintineo proveniente de mi puerta me sacó de un sueño ligero, seguido de un crujido metálico y un golpe seco que resonó en toda la pequeña habitación como un disparo. Me incorporé bruscamente sobre el colchón hundido, sintiendo mi corazón latir desbocado contra mis costillas. La oscuridad era casi total, interrumpida únicamente por la tenue luz que se filtraba a través de la rendija de la puerta. Sin embargo, esa luz, que antes era un consuelo, ahora revelaba una sombra en movimiento.
Un escalofrío helado recorrió mi espalda. No era un sueño. El ruido se repitió, más fuerte e insistente. Era el chirrido inconfundible del metal forzado, el crujido de algo cediendo. Estaban rompiendo la manija de la puerta, mi única manija, mi frágil barrera contra el mundo exterior. El miedo me paralizó, anclándome a la cama mientras mis ojos, ahora completamente abiertos, se fijaban en la puerta.
Un último estallido, un ruido sordo de metal contra metal, y la puerta se abrió de golpe, revelando una silueta alta y oscura en el umbral. La bombilla del pasillo, siempre titilante, proyectaba una luz fantasmagórica que apenas definía los contornos de la figura. Contuve la respiración, el aire atascado en mis pulmones. No había tiempo para gritar ni para reaccionar.
La silueta entró, moviéndose con una rapidez inquietante. Sus ojos, acostumbrados a la penumbra, se dirigieron directamente hacia el saco que yacía en el suelo cerca de la cama. Era mi única posesión de valor, lo que tenía para vestirme. Un movimiento rápido, casi imperceptible en la oscuridad, y mi bolsa fue arrancada.
Sentí un vacío en el estómago, un frío que no tenía nada que ver con la temperatura de la habitación. No era solo la bolsa, era la sensación de que mi último refugio, mi pequeña burbuja de seguridad, estaba siendo violada. La silueta se movió de nuevo, tan rápido como había entrado, y desapareció por la puerta, dejando tras de sí solo el chirrido de las bisagras y el silencio ensordecedor de la puerta abierta.
La luz del pasillo se deslizó sin obstáculos, revelando la manija rota en el suelo, testigo silencioso de la intrusión. Permanecí inmóvil, el cuerpo temblando y la mente vacía. El miedo se había transformado en una desesperanza fría. Mi pequeño santuario había sido profanado, y con él, la frágil esperanza que había comenzado a construir. La habitación miserable parecía ahora más inhóspita que nunca, un recordatorio brutal de que, incluso en los márgenes de la sociedad, no existía un verdadero lugar seguro.
He esperado mucho tiempo antes de poder moverme de nuevo, y en esa espera, moví la cama contra la puerta, tratando de protegerme por el resto de la noche, ya que mi seguridad se había visto comprometida. Mi mirada se posó tristemente en la habitación, donde constaté que no tenía más ropa, el único artículo que me quedaba era el delantal de trabajo que había dejado inadvertidamente sobre la cama para evitar que se arrugara.
La realidad me golpeó como un cubo de agua helada cuando recordé que, esa misma mañana, había escondido todo mi dinero y mis documentos en una cavidad de la estructura de madera de la cama. En la oscuridad de la noche, rodeada de miedo, me puse en cuclillas, palpando a ciegas para encontrar lo que había escondido. Mis manos no sentían nada, y comencé a entrar en pánico, sudando frío mientras mis manos temblaban. Por un momento, creí que todo había sido llevado, pero finalmente, mis dedos encontraron la bolsa de plástico.
Todavía estaba allí, pensé, mientras mi corazón se calmaba y mi alma regresaba a mi cuerpo. Sin embargo, no tenía idea de lo que debía hacer a continuación. No podía permitirme creer que mi escondite estaba a salvo; si habían entrado en mi habitación sin preocuparse por mi presencia, era probable que lo hicieran de nuevo. Exhausta por mi día de trabajo, mis ojos comenzaron a picar, empecé a bostezar y me dejé caer sobre la cama, agotada, mientras permanecía atenta a cualquier movimiento fuera de mi puerta.
El olor dulce de la panadería, que normalmente era un consuelo para mí, me parecía esa mañana sofocante, casi asfixiante. Las luces fluorescentes, siempre tan brillantes, parecían aún más deslumbrantes, revelando cada arruga de preocupación en mi rostro. La señora Regina amasaba el pan, sus movimientos rítmicos y expertos, indiferente al ligero temblor de mis manos mientras intentaba colocar algunas conchas en la vitrina.
— Señora Regina — mi voz apenas salió como un susurro, ronca por el nudo en mi garganta. Ella se detuvo, con las manos cubiertas de harina, y me miró. En sus ojos, vi un calor familiar, pero también una pregunta silenciosa.
Tomé una profunda respiración, el olor de la levadura invadiéndome.
》 Anoche, ingresaron en mi habitación — declaré, mi voz temblando ligeramente al pronunciar estas palabras. La imagen del candado roto y del vacío donde debería haber estado mi bolso parpadeó en su mente. — Me robaron. Se llevaron... toda mi ropa. — La expresión de Regina cambió. La calidez de su rostro se transformó en una mezcla de preocupación y profunda tristeza. Se secó las manos en su delantal y se acercó a mí, colocando una mano reconfortante sobre mi hombro. —Mi niña, ¿estás bien? ¿Te hicieron daño? — Su voz era suave, impregnada de una empatía genuina que no había escuchado en mucho tiempo.
Negué con la cabeza, mis lágrimas picándome los ojos, pero resistiéndome a derramarlas. —No. Solo... se llevaron mi bolsa en la que estaban mis ropas, pero mis documentos y mis ahorros están intactos. Sin embargo, era poco lo que tenía y no tengo ropa para vestir — Mis últimas palabras salieron en un susurro, cargadas de la desolación de verme nuevamente despojada. Era como si el ciclo de huida y pérdida nunca terminara.
La señora Regina apretó mi hombro con más firmeza. —Ay, mi Dios. ¿Y la policía? ¿Has presentado alguna denuncia?
—No... no lo sé — balbuceé. La idea de acudir a la policía, de exponerme aún más en un lugar donde no conocía a nadie, me parecía abrumadora. —¿Qué voy a hacer ahora? No tengo nada — La fragilidad de mi situación, mi constante precariedad, me golpeó con una fuerza abrumadora. Las lágrimas que había contenido comenzaron a desbordarse, rodando por mis mejillas. El sueño de comenzar de nuevo se sentía ahora más distante que nunca.
La señora Regina me miró con ternura, pero también con una determinación férrea en sus ojos. —Tranquila, mi niña. No estás sola. Aquí estoy. Si deseas, podemos cerrar un poco más temprano y te llevaré a comprar algunas mudas de ropa, así como un candado de alta seguridad y dos pestillos para que los instales desde adentro, de modo que te sientas más segura cuando estés sola en casa. Y no te preocupes por el dinero; puedo pagarte el mes por adelantado, pero primero, vamos a hacer ese pan, ¿sí? Luego, hablaremos de esto con calma— Su tono no era de lástima, sino de un apoyo inquebrantable, una pequeña luz en la oscuridad que me había envuelto esa mañana.
—Oh, no... no, yo pagaré por todo, tengo ahorros. Solo lo mencioné para desahogarme, por favor, no me malinterpretes. Yo pagaré por todo, no quiero que pienses que lo he dicho para obtener mi pago por adelantado — mencioné rápidamente, avergonzada ante sus palabras y temerosa de que nuestra amistad se viera afectada por el dinero.
—¿Cómo crees? No, mi niña, yo soy la que se ha ofrecido a pagarlo...
—No, por favor, si deseas acompañarme, lo aceptaré, pero yo puedo costear todo. Por favor, ¿sí?
—Bien, si así lo deseas, mi niña. Ahora, manos a la obra — expresó con una sonrisa amable en sus labios y admiración en su mirada.