Mi error

1111 Words
Por primera vez después de despertarme, dirigí mi mirada más allá de mi campo de visión, dándome cuenta de que mis piernas estaban cubiertas de sangre, la mayoría casi seca, mientras un nuevo flujo escapaba de mi parte íntima, tiñendo también mi ropa de rojo. Podía sentir el colchón de mi cama, húmedo de esa misma sangre. El miedo me invadió, aterrorizada ante la idea de desangrarme y morir en el proceso. Levanté mi rostro en busca de la ayuda de Roger, pero él ya no estaba en la puerta. ¿Se había ido? ¿Realmente me había dejado sola en esta habitación mientras me desangraba? Un dolor sordo se instalaba en mi pecho, acompañado de un deseo de llorar y gritar, pero había algo más, algo que reprimía todo ese sufrimiento y me impedía expresar mi dolor. Ese sentimiento era indudablemente odio hacia todos aquellos que me habían traicionado, que me habían visto como una ingenua e inocente, todos los que me dieron la espalda en el momento en que más los necesitaba y que solo me habían utilizado a su antojo. Me levanté lentamente de la cama, avanzando a pequeños pasos, temiendo caer, ya que mis ojos aún estaban pesados y mi cuerpo muy débil. Sin embargo, debía llegar al baño y lavarme, porque el olor de la sangre llenaba mis fosas nasales. No podía quedarme allí, acostada en esa cama, esperando que alguien me ayudara o que al menos tuvieran piedad de mí. No lo harían, y una vez más, estaba sola en el mundo. Por eso, debía ayudarme a mí misma, sin esperar nada de nadie. Al ingresar al baño y contemplar mi reflejo en el espejo, pude observar con claridad el estado de demacración en el que me encontraba; el sufrimiento era evidente en mí, y mis labios, tan pálidos como ásperos. No deseaba verme de esta manera, no debía permitirme caer tan bajo. Ya había otorgado poder a otros para que hicieran lo que quisieran conmigo, pero era imperativo que mantuviera mi firmeza. —Debo encontrar fuerzas— me repetí a mí misma mientras me observaba en el espejo. Una lágrima descendió por mi mejilla, la cual limpié con determinación. No iba a llorar; el llanto no me sería de ayuda, solo me haría más vulnerable. Sacudí la cabeza para disipar esos pensamientos y me concentré en limpiar mi cuerpo. Mientras me despojaba del vestido manchado y notaba cómo un gran coágulo se asomaba de mi parte íntima, comprendí una única verdad: Ángela había logrado su objetivo, y mi cuerpo había expulsado toda la placenta, junto con el bebé que no tuvo la oportunidad de nacer. Apretaré mis puños contra mis costados, sintiendo los pensamientos negativos atravesar mi mente. Muchos de esos pensamientos solo me condenarían a vivir tras las rejas, y no podía permitir eso. He atravesado tantas pruebas en mi corta existencia, todas debido a mis propias malas decisiones, a mi incapacidad para abrir los ojos, a no ser lo suficientemente sabia para considerar las consecuencias de mis acciones, a no saber evaluar a las personas y a dejarme manipular por cualquiera, otorgándoles así el poder de hacer y deshacer a su antojo. —No— me respondí al mirarme en el espejo, sintiendo aún un dolor sordo en mis entrañas, lo que me recordaba que todavía estaba viva y que debía seguir luchando por obtener algo en la vida. Si aquellos que tienen corazones manchados y llenos de malicia pueden vivir cómodamente, ¿por qué yo no podría? ¿Por qué no podría luchar por una vida mejor? Indudablemente merezco eso y mucho más, porque no he causado ningún daño y he sido más que pisoteada a una edad tan joven. El agua de la ducha finalmente había limpiado mi piel, eliminando toda traza de sangre, pero eso no cambiaba el hecho de que seguía sangrando, aunque eso había disminuido considerablemente. No tenía toallas higiénicas; desde mi llegada, no había necesitado ninguna y me negaba rotundamente a pedir que me proporcionaran. — No, no podía solicitarles nada, ya que no deseaba incurrir en ninguna deuda — afirmé, mordiendo mis labios mientras escaneaba el baño con la mirada en busca de algún objeto que pudiera satisfacer mi necesidad, pero no encontré nada, salvo la toalla con la que me secaría. — Mmmm...— musité, reflexionando sobre qué debía hacer, pues mis opciones eran limitadas. Envolví un rollo de papel en mis manos con la intención de colocarlo sobre mis prendas íntimas, pero consideré que eso no me proporcionaría el soporte necesario. Por ello, opté por romper la toalla y cubrir el rollo de papel, con la esperanza de que me brindara la suficiente protección y evitar manchar mi ropa nuevamente. Regresé a mi habitación y, por el rabillo del ojo, observé la sala en busca de alguno de ellos, pero no estaban a la vista, lo que me provocó un suspiro de alivio. Al entrar, mi estómago se retorció debido al olor; rápidamente tuve que limpiar el colchón con lo que tenía a mi alcance, pero a pesar de todos los esfuerzos realizados, la gran mancha roja persistía. Sin ninguna duda, este colchón me recordaría día tras día la tristeza de la pérdida de mi hijo, pero más que eso, me recordaría la gran lección que Roger me había enseñado: «no confiar en nadie hasta que se conozcan sus dos caras». De hecho, el buen lado que Roger pretendía mostrar no valía la pena si su corazón estaba tan corrompido como el de su madre. Además, «nadie te salvará de las desgracias, excepto tú mismo», porque al final, la peor ceguera es la de aquel que se niega a ver la realidad. Ese fue mi error, creer que todas las personas tenían un corazón tan puro como el mío. Sin embargo, ya había tomado conciencia de la situación y aprendido esta lección a mis expensas: no podía confiar en nadie. No podía instalarme bajo un techo que no me pertenecía, rodeada de personas que no me consideraban su igual, sino como una simple alimaña. Tenía que encontrar una manera de escapar de esa casa, pero no podía hacerlo en ese momento, sin un céntimo en el bolsillo y sin idea de la distancia que podría recorrer huyendo. —No, debía pensar con claridad, elaborar un buen plan, buscar un empleo, y en ese momento me iría sin mirar atrás— me decía mientras sostenía mi pasaporte y mis documentos de identidad en mis manos, envolviéndolos en una funda de plástico, buscando el lugar más seguro donde nadie pudiera tocarlos o incluso imaginar dónde estaban, porque ninguno de ellos me privaría de mi libertad.
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