El primer pensamiento que tengo al salir de mi habitación luego de un turno largo en el hospital es que alguien, en algún punto de la mañana, había invadido mi espacio. No de manera desagradable, sino de esa forma inesperada que te obliga a detenerte en seco y mirar dos veces.
Ahí, justo en el centro de la mesa del comedor, descansaba un ramo de tulipanes blancos. Perfectos. Ordenados en un jarrón de cristal que reflejaba la luz del atardecer. A su lado, una caja de bombones envuelta con una cinta plateada y una pequeña tarjeta blanca con letras firmes y conocidas.
Mi corazón dio un salto que intentó disimular, incluso estando sola.
No necesito leer la tarjeta para saber de quién era. Aun así, la tomo
“Espero que te gusten los bombones y nuevamente… Lo siento.”
Una sonrisa inesperada
