No sé porque decidí que esto era buena idea. Estoy de pie frente a mi armario, observando la funda que guarda el vestido que pasé a recoger hace unas horas, justo después de salir del hospital, cuando el cansancio se me enreda en los huesos y la cabeza todavía zumba con el recuerdo de la mañana. Desde entonces no he podido sacarme de la mente el rostro de Eric en el pasillo, la sorpresa en sus ojos cuando vio a Stefan medio semidesnudo en la puerta, ese segundo en que vi lo que pensaba. Lo que él creyó, lo que yo no pude explicar, y la certeza absurda de que nada de eso importa, porque ya había ocurrido. Suspiro. El vestido cuelga inmaculado, un verde satén que se desliza como agua entre los dedos. Me quedo observándolo, intentando convencerme de que no estoy tan loca como para ir a un e

