Aitana soltó un largo suspiro, mientras miraba la ambulancia, a través de la luna polarizada, donde hace unos minutos habló con Jordi, y del otro lado, el auto de Antov se ponía en marcha, su cabeza estaba hecha un lío, pero no se comparaba con el desastre en su corazón. ― Vamos a los Cibeles, Edward. ―ordenó Aitana, mientras sacaba un pañuelo de su cartera y limpiaba su rostro, pues su maquillaje estaba arruinado gracias a las lágrimas que se escapaban sin control alguno de sus ojos y demostraba lo mal que la había pasado aquel fatídico día. Ya la noche caía y sentía la necesidad de verse con alguien, su amiga Rachell. Aitana recordaba perfectamente que no fue muy amable con ella la última vez que hablaron por teléfono, pero, aun así, su amistad era tan incondici

