Luego de casi una hora, yacían dos cuerpos tirados sobre el suelo de la habitación, entre sabanas y sudor, risas y una calma que acompañaba el momento después de la gran agitación. El lugar lucía desordenado, ropa tirada por acá y por allá, unas zapatillas encima de la cama, y esta última sin sus sabanas, el olor a sudor y sexo, eran la evidencia más clara de una evidente escena del crimen. Había muerto el pudor y la vergüenza, había ganado el pecado y la lujuria. ¿Quién podría parar ahora esto que acababa de comenzar? ― ¿Te gustó? ―Preguntó Jean Pierre con aquella característica sonrisa en su rostro, estaba agotado, lucía como si estuviera saliendo de uno de sus entrenamientos del ejército, aunque aún no estaba liquidado. A un lado, sobr

