La mirada de Víctor se clavó en don Enrique, un hombre cuya presencia llamaba la atención incluso en la más silenciosa de las habitaciones, después de toda su familia era de abolengo, generaciones y generaciones de gente de poder. Sin embargo, la quietud de la postura de Víctor no se quedó atrás, se mantuvo en completo silencio. Para el ojo inexperto, el silencio de Víctor podría parecer una deferencia, un gesto de respeto hacia el hombre mayor que tenía delante. A un patriarca cuya palabra había sido ley en el negocio familiar durante décadas que llevó las riendas. Sin embargo, para aquellos que realmente conocían a Víctor, que habían visto el fuego que se escondía tras su tranquilo exterior, esa tranquilidad, ni por asomo era paz, era un presagio. Una señal de que la tempestad estaba

