Capítulo 6; El roce de sus labios.

1295 Words
La puerta de mi habitación se abre y me sobresaltó, me giro para ver de quién se trata y me llevo una desagradable sorpresa matutina. Patricia. ¡Que mujer tan desagradable! Esta mujer me cae realmente mal, no la soporto, no logramos congeniar para nada. Siento que me ataca todo el tiempo, es por ello que me veo en la necesidad de estar en guardia para defenderme de cualquier mala acción y ofensa. “Bien” Me dije recordando la lección del Maestro. Si Patricia no me tolera, es su asunto, no el mío. La que debe preocuparse es ella, no yo. Enderezo mi espalda y la miro fijamente. —¿Qué se te ofrece?— pregunto de manera cortante, ella me mira con reproche y desprecio— Estoy cansada de decirte que no entres a mi habitación sin llamar. —No lleva más de un par de semanas aquí y ya se cree con derechos en esta casa— me exhortó indignada. Cuadro mis hombros dispuesta a no dejarme intimidar. —No sobre la casa, pero sí sobre ésta habitación. Así que si deseas entrar, llama primero. —No recibo ordenes suyas. — casi me escupe con desprecio en sus palabras. —Quizás deba quejarme con el Maestro— le amenacé. —A ver muchachita— su tono despectivo me enfurece, me recuerda al maldito hombre del restaurant— no me das miedo, y quiero que lo tengas presente. Y segundo. . .¿ A qué se debe lo de Maestro? —Si quieres saberlo pregúntaselo tú misma— respondo encogiéndome de hombros— no tengo intenciones de darte explicaciones, no tengo porqué hacerlo— le dedico una mirada de superioridad. Esa que tanto he estudiado y perfeccionado. —Eres una pequeña arribista. ¿Crees que no he notado todas las atenciones que tiene el señor Von Fischer, para contigo? —¿Y eso te incumbe?, no eres su mujer, solo una empleada más— la veo tensar su mandíbula y sé que le ha dolido lo que le he dicho— ahora márchate. —Yo. . .—me mira enfurecida. —Ah, para desayunar, solo se me antoja; jugo de naranja, cereal y algo de yogurt, eso sí. . .que sea yogurt griego, Patricia. Hoy es mi cumpleaños y sólo comeré lo mejor— le sonrio y la veo tensar su espalda y marcharse agitando la puerta. No es nada fácil actuar así, creyéndome superior. Pero para eso me educa el Maestro, para ser superior a todas, para ser una dama y aunque tenga a penas diecisiete años, debo comportarme como lo que él espera; una aprendiz de seductora, segura de sí misma. Me visto con un hermoso vestido Azul rey, un cinturón n***o y unos tacones negros, no muy alto. Aún no aprendo a caminar del todo bien con ellos, así que decido usar calzado que me ayude a verme bien, pero que no me arroje al suelo a primera de cambios. Dejo mi cabello suelto, aplicó mascara de pestaña, rubor y brillo labial. La señorita dedicada a mi educación, me ha mostrado que en la sencillez matutina está el éxito. Al llegar al desayunador, el Maestro me espera, se pone en pie para recibirme y yo le sonrío. —Te vez hermosa, Irina, estás espléndida. —Gracias, Maestro— Sacó la silla, y me indicó que me sentará, era muy caballeroso, ese era un gran gesto. Patricia apareció, junto a una chica que se disponía a servir el desayuno. —¿Se le ofrece algo más señor?— preguntó con voz amable. —No, Patricia, estoy bien así. —A mí si se me ofrece algo— el Maestro me miró con una media sonrisa y ella tensó su mandíbula. —¿Qué se le ofrece señorita Irina?— mi nuevo nombre sonaba realmente bien. El Maestro fue muy gentil al permitirme escogerlo. —Deseo una ensalada de frutas. —Bien— se marchaba cuándo mi voz la interrumpió. —No te vayas, Patricia— ella se giró y volvió junto a la mesa— Maestro, no quisiera incomodar o dar más molestias de las que ya ocasiono. —No molestas en lo absoluto, Irina. ¿Qué sucede? —Gracias— le sonrío— Maestro, la señora Patricia, no comprende que debe llamar a mi habitación antes de entrar. Le he hecho la observación, pero me ha recriminado el hecho de que no tengo autoridad alguna en ésta casa— miro al Maestro a los ojos, bajo las pestañas en forma delicada y luego vuelvo a mirarle. La señorita Aura me ha dicho que es un gesto muy coqueto pero delicado y que nunca falla. El Maestro me sonríe— Yo quería pedirle, que usted le solicitara a Patricia que por favor, respete mi espacio. —Señor. . .— comenzó ella, tenía el rostro enrojecido y parecía a punto de estallar, mientras yo estaba allí frente a ella, sentada con gesto inocente. —La señorita Irina, no requiere nada de otro mundo, Patricia, solo desea que su privacidad sea respetada, creo que todos tenemos derecho a eso — el Maestro la mira severamente— Nada imposible de cumplir, ¿ o sí, Patricia? —No, señor— ella me mira molesta, pero desvía su mirada rápidamente. —Muy bien, espero que sea un problema solucionado. No quiero escuchar más sobre el asunto. La señorita Roberts, es mi invitada y como tal debe ser tratada. —Sí, señor. —Gracias Maestro, ahora si puedes retírate, Patricia— le digo dulcemente, ella giró sobre sus talones y se perdió en dirección a la cocina. —Cada día te tolera menos— me dice el Maestro medio riendo. —Ese es su problema, no el mío— digo firme mientras ingiero mi jugo de naranjas. —Muy bien, Irina— me alaba— eres una aprendiz magnifica. Ahora conversemos sobre lo que haremos hoy— lo miro sorprendida. —¿No irá usted a la oficina, Maestro? —Hoy no, me he tomado el día libre, es tu cumpleaños. Además le he dicho a tu equipo que hoy no recibirás clases, así que hoy compartiremos solo tú y yo— mi corazón dio un salto, pero lo disimulo. Aunque le dedico una sonrisa satisfecha— La pasaremos genial. Como siempre el Maestro cumplió con su promesa. Todo el día lo dedicamos a pasear, almorzamos en un elegante restaurant, me llevó a conocer hermosos lugares. Me compró rosas y chocolates. Me sentí tan mimada, como nunca antes lo había sido. Al llegar a la casa, ésta se encontraba con la iluminación a medias. Los de seguridad hacían su ronda. Seguramente el servicio se había marchado hacía ya mucho. El Maestro me acompañó hasta mi habitación, cuando coloqué la mano sobre la perilla de la puerta para abrirla, él me detuvo, su cálida mano cubrió la mía. Me giré para tomarme con su fija mirada. Él coloca sus manos en mí cintura y me gira completamente. —¿Qué sucede, Maestro? —Nada, Irina, no sucede nada— susurra débilmente. Siento que me empuja suavemente y quedo completamente recargada contra la puerta de mi habitación, me rodea la cintura con más firmeza y se acerca más a mí, puedo sentir que su cuerpo me oprime contra la puerta, me siento abatida y desconcertada. Mi corazón se acelera violentamente, como queriendo escapar de mi pecho, mis nervios amenazan con explotar, siento los latidos de mi corazón en mis oídos, mis manos tiemblan y mi cuerpo se estremece, desconozco todas estas sensaciones que me sacuden. —Yo. . . — intento decir, pero no alcanzo a protestar nada, pues mi sorpresa es mayor al sentir que los firmes labios del Maestro, entran en contacto con los míos.
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