Al dirigirse a la habitación de Sophie la mañana después del desastroso viaje al club, Johanna no tenía ni idea de qué esperar. Al entrar, encontró a la Gran Duquesa aún en la cama, con la mirada fija en su teléfono y expresión seria. Sophie no levantó la vista para saludar a su visitante. —¿Puedo ofrecerte algo? —preguntó Johanna con cautela. Sophie levantó la vista del teléfono y Johanna no supo si su rostro reflejaba ira, vergüenza o alguna otra emoción. —No, gracias, Jo. Estoy bien.— —Está bien, entonces te dejo.— —No, espera, por favor. Siéntate aquí. —Señaló una tumbona junto a su cama. Johanna se sentó, esperando, en el mejor de los casos, una reprimenda, en el peor, una despedida. —Tengo que hacerte una pregunta, ¿de acuerdo?— Johanna asintió. —Por supuesto.— —¿Por qué?— —¿

