En cuestión de segundos, la mesa quedó llena de ropa tirada: shorts, blusas, vestidos, sandalias. Nos quedamos desnudas, como si eso no significara nada, aunque en realidad significaba todo: confianza, descaro, esa complicidad de mujeres que sabemos que, en el fondo, nuestra desnudez no es competencia sino espejo. Thiago, cómo no, se quedó sentado con su vaso en la mano, mirando como si hubiera pagado entrada al show más caro. —¿Vienes o qué, pervertido? —le lanzó Isabella. Él rió, se levantó, se quitó la camiseta y se tiró con nosotras. El agua nos recibió con un chapoteo enorme, con gritos, risas y ese momento de libertad que pocas veces se siente tan verdadero. Me sumergí y cuando saqué la cabeza, Thiago estaba frente a mí, mojado, serio, con esa mirada suya que a veces se clava com

