Me tapé la cara con las manos, reí, lloré, todo mezclado. Cuando al fin salí de la tina, envolví mi cuerpo en la toalla y me miré en el espejo empañado. El reflejo no mentía: ahí estaba yo, despeinada, con los labios hinchados todavía de tanto beso. Me dolió mirarme. Me dolió porque me vi feliz, y eso era lo peor. Sacudí la cabeza, solté el aire y me obligué a concentrarme en otra cosa. Tenía una cita. Sí, una cita. De viejas. De esas donde una se arregla demasiado para alguien que seguramente no valdrá la pena. Pero era justo lo que necesitaba: un escape, una excusa, cualquier cosa que me recordara que mi vida no podía girar alrededor de Emiliano. Me arreglé con calma, como si fuera un ritual. El cabello lo dejé suelto, lacio, como siempre. Brillaba cuando la luz de la lámpara lo

