Él dejó el tenedor sobre el plato, inclinándose hacia mí, con esa expresión que me ponía en guardia. —Significa que ella sabe mis intenciones verdaderas, sí, no se rendirá fácil, pero... Al final se tendrá que ir. Lo escuché, y aunque sus palabras deberían tranquilizarme, una chispa de desconfianza me recorrió la espalda. Con su madre nunca se sabía. Ella siempre aparecía como una sombra, como un recordatorio de que lo nuestro no era tan fácil como pretendíamos. —Suena demasiado bueno para ser verdad —murmuré, clavando el tenedor en un trozo de ensalada. Emiliano sonrió, ladeando la cabeza. —No subestimes el poder que tienes sobre mí, Bianca. Ni siquiera ella puede competir con eso. Me atraganté con la carne, tosí un par de veces y lo miré incrédula. —¿De verdad acabas de decir eso?

