No respondí. No podía. Solo cerré los ojos y me dejé arrastrar. Me alzó entre sus brazos y me llevó a la cama, su respiración acelerada golpeándome la piel. Cuando mi cuerpo tocó las sábanas, lo sentí encima, cubriéndome, invadiéndome con cada caricia, cada roce desesperado. Me entregué sin reservas, con el corazón latiendo tan fuerte que parecía querer escapar de mi pecho.
El momento explotó. Nos hicimos el amor como si no hubiera mañana, como si el mundo entero fuera a desaparecer. Nuestros cuerpos se buscaron, se encontraron, se fundieron en un vaivén que arrancaba gemidos, suspiros y gritos ahogados. Mis uñas se clavaron en su espalda, mi respiración se mezclaba con la suya, y cada movimiento suyo me arrancaba un “¡ah!” cargado de todo lo que había callado hasta ahora.
—Mía… —jadeaba
