En eso que llego a la cocina, me encuentro con las chicas del servicio listas, como si hubieran estado esperando mi aparición triunfal. Todo ordenado, todo en su punto, las bandejas servidas con ese olor delicioso que ya llenaba el aire. —¿La comida está lista? —pregunté, fingiendo calma, aunque todavía me hervía por dentro la sangre con lo de “señora” y “madre”. —Sí, señora —respondió una de ellas, con esa amabilidad que a veces me incomoda, como si me pusieran más años encima. Tragué saliva, sonreí como pude y solté: —Bueno, discúlpenme… me quedé más tiempo en… en… Y ahí me quedé. En blanco. ¿Qué les iba a decir? ¿Que me quedé más tiempo en la cama, desparramada bajo Emiliano, gritando como una loca mientras él me hacía olvidar hasta cómo me llamaba? No. Mejor cerré la boca y guardé

