—Sí, Emiliano. —Me río con esa risa mía que es mitad carcajada, mitad grito de auxilio—. Voy a tener citas. ¡Citas!
Él se detiene un segundo en el baile, como si lo hubiera dejado congelado mi palabra.
—¿Citas? —repite, lento, como saboreando la sílaba.
Yo asiento con entusiasmo exagerado.
—Sí, citas. ¿O creías que me iba a quedar toda la vida aquí, sola, encerrada, con las flores del jardín y Netflix como compañía? ¡Pues no, mi amor! Bianca va a salir al ruedo. Bianca va a probar el mercado.
Él frunce el ceño, todavía sin moverse del todo.
—¿Y por qué?
Me echo a reír, tanto que me tengo que apoyar en su hombro para no perder el equilibrio.
—¡¿Cómo que por qué?! ¡Porque estoy sola, cuñado! Sola, solita, como perro sin dueño. ¿O acaso me ves rodeada de pretendientes?
Él, en lugar d
