—¿No crees que deberías dejar de fumar? —me dijo de pronto, con esa voz grave que me da ganas de pegarle y besarlo al mismo tiempo. Yo solté el humo hacia un lado, sonriendo con picardía. —¿Y tú no crees que deberías dejar de mirarme con esa cara? Él parpadeó, confundido, como si lo hubiera pescado en falta. —¿Qué cara? Yo me reí tan fuerte que casi me atraganto con el humo. —¡Ja, ja, ja! Esa cara, Emiliano. La de "te estoy viendo con más ganas de las que debería". Él negó con la cabeza, como si quisiera sacudirse la culpa, pero yo lo vi. Esos ojos no engañan. —Ya, deja de hacerte el santo: Dime, ¿te gustaría entrarle a una app? Él abrió los ojos como si hubiera dicho que pensaba vender mi casa para comprar una moto. —¿Qué? Yo mordí el filtro con la sonrisa más pícara de mi vida

