Yo apoyé el codo sobre la mesa, sostuve la barbilla con la mano y lo estudié. Alto, demasiado alto para mi gusto, pero había algo en él que me llamaba. La seguridad, la risa fácil, esa manera de no pedir disculpas por su presencia. Y pensé: esto es lo que necesito. Un hombre que no me complique más la vida, que no me queme la piel con solo mirarme. Un respiro. Solo eso. Claro, una parte de mí gritaba: ¡Mentira, Bianca! Lo que quieres es volver a sentir lo que Emiliano te hizo sentir. Pero callé esa voz, al menos por un rato. —Dime, Roberto —empecé, con tono juguetón—, ¿a qué juegas? —¿Cómo que a qué juego? —Sí. Todos jugamos algo en estas apps. Algunos a impresionar, otros a engañar, otros solo a perder el tiempo. ¿Cuál es tu juego? Él apoyó las manos sobre la mesa, entrelazó los ded

