++++++++++++++++++++++++++ Parece que dormí y dormí hasta que el sueño se rompió en mil pedazos y abrí los ojos como si hubiera salido a la superficie reteniendo aire demasiado tiempo. La luz de la mañana se colaba por las cortinas y me dolían los párpados; la piel del pecho todavía recordaba, la metáfora del anillo que escondí me quemaba la piel como un tatuaje fresco. —¿Desde qué hora llegaste? —oí, y la voz sonó tan rota que me sobresalté. Me senté con un tirón y ahí estaba: Emiliano, sentado al borde de la cama, la postura rígida, la cara demacrada por la falta de sueño, los ojos enrojecidos. Tenía el cabello revuelto de una manera que le daba un aire salvaje, vulnerable. Mis primeras sensaciones fueron una mezcla extraña de alivio, culpabilidad y miedo. ¿Cómo demonios había llegado

