Luego de pensar y pensar en lo que su cabeza piensa, me tenso, la miro a los ojos, y no puedo contenerme más. Las palabras me salen como un rugido bajo, como si estuviera peleando con mi propio pecho: —Ya deja de decir eso… —suspiro, apretando los dientes—. En este momento tengo ganas de besarte. De besarte de verdad. Tengo ganas de hacerte el amor, de follarte aquí mismo, y que… No alcanzo a terminar porque ella, rápida, me corta, como si supiera que cada palabra mía amenaza con incendiar lo poco de control que me queda. —Vamos a beber —dice, con esa calma peligrosa—. Pasemos con las chicas y luego nos vamos. No podemos levantar sospechas. La rabia y la frustración me suben como un golpe de calor. La agarro fuerte, tan fuerte que sé que ella siente la tensión de mis dedos hundiéndose

