Me encerré en mi habitación. Cerré la puerta con un golpe que hizo temblar el marco, como si así pudiera encerrar también todas las malditas emociones que me estaban matando por dentro. El silencio de mi cuarto era ensordecedor. Ni los grillos, ni el viento colándose por la ventana, nada me calmaba. Era ese vacío que me aprieta el pecho cada vez que la imagino con otro. Bianca. Mi cuñada. Mi obsesión. Saqué el celular del bolsillo, lo miré unos segundos, dudando si estaba por cometer una estupidez. Y sí, la estaba cometiendo, pero qué más da. Marqué el número de Julián, mi mejor amigo, mi confidente, el que sabe de mis demonios mejor que yo mismo. —¿Aló? —contestó con esa voz despreocupada que siempre tiene, como si nada en la vida lo alterara. —Amigo… —solté un suspiro, me pasé la man

