+++++++++++++++ Salimos tarde. Muy tarde. Horas en la cama discutiendo como adolescentes sobre si valía la pena levantarnos o quedarnos un rato más hundidos en ese colchón que parecía tragarnos. Yo quería ducharme otra vez, él quería otra ronda. Yo decía “ya basta”, él me respondía “solo un poco más”. Y entre risas, mordidas, besos y gemidos, el reloj avanzó como si el tiempo nos odiara. Al final cedí. Me levanté a duras penas, recogí mi ropa arrugada del suelo y me puse de pie con la dignidad de una reina descalza. Emiliano, en cambio, se tomó su tiempo, como si disfrutara verme apurada. Cuando terminé de vestirme, o algo parecido, él se acercó con ese aire de hombre dominante y me puso su saco del traje sobre los hombros. —Para que no salgas con cara de “acabo de pecar toda la noche”

