Él frunció el ceño, serio, y respondió: —Mamá, es que aquí hay muchos hombres. Yo me detuve en seco, lo miré directo a los ojos y casi me da un ataque de risa. —Eres muy celoso. Él no dijo nada, solo apretó los labios como niño regañado. Y ahí entró Thiago, que ya venía con cara de “me quiero morir, pero igual me hago el fuerte”. —¡Yaaa! —dijo con esa voz exagerada suya—. Venimos por tragos, ¿sí? Yo rodé los ojos, solté la mano de mi hijo de un tirón y seguí caminando hacia la barra. Cuando llegamos, pedimos. Yo estaba inclinada hacia adelante, con los codos en el mostrador, cuando lo vi. Él. Gary. Dios, sí. El de la app. Camiseta negra, ajustada, marcando unos músculos que parecían esculpidos. El tatuaje en su antebrazo asomaba como un secreto peligroso. Pelo oscuro, barba de tr

