—¡Yaaa! —le contesté, con voz dura, como quien quiere cortar de raíz un drama innecesario—. No es el momento. Y sí, estoy en una cita. Con mis amigas. Y con el bartender que estoy conociendo. Eso no es nada malo. Vi cómo sus labios se fruncían en una mueca peligrosa. El aire entre nosotros se volvió denso, sofocante. —¿Nada malo? —repitió, con esa calma falsa que da más miedo que un grito—. Claro que es malo. Porque tú y yo tenemos algo. Me quedé muda un segundo. Su forma de decir “algo” me atravesó como un disparo. Él dio un paso más cerca, tanto que mi espalda tropezó con la pared oscura del pasillo, donde las luces de colores apenas llegaban. —No quiero que veas a nadie —me dijo con los dientes apretados—. ¿Entiendes? A nadie. Sentí la posesión arder en sus ojos. Me jaló de golpe,

