No sé qué demonios estaba haciendo cuando dejé que me arrinconara contra. Yo quería buscar algo, un poco de aire, cualquier excusa para no hundirme otra vez en ese pantano. Pero Emiliano tenía otra idea. Siempre la tiene. Su mano atrapó mis muñecas y las levantó sobre mi cabeza con una facilidad que me enervó. Yo forcejeé, claro, porque soy terca, porque quiero sentir que no soy solo una muñeca en sus manos. Pero él… él me inmovilizó como si nada. Como si mi resistencia fuera solo un juego que lo divierte. —Me vas a soltar —le escupí, con la voz temblando más de lo que quise mostrar. —¿Eso quieres? —su sonrisa se torció, peligrosa—. Porque tu cuerpo dice otra cosa, no me importa repetirlo una y otra vez. Lo odié más por tener razón. Mis pezones endurecidos bajo el vestido, el calor sub

