Las palabras de Gabriel resonaban en la mente de Ana mientras se preparaba para un nuevo día. La conversación de la noche anterior había dejado una mezcla de inquietud y esperanza en el aire. Aunque sabía que ambos estaban comprometidos en trabajar juntos, la duda implícita de Gabriel había encendido en ella una chispa de incertidumbre que no podía ignorar.
Decidida a no dejar que las preguntas sin respuesta la dominaran, Ana salió temprano esa mañana y decidió pasear por el parque cercano. Mientras caminaba, notó cómo las hojas comenzaban a cambiar de color, un recordatorio de que las transiciones, aunque incómodas, también podían ser hermosas.
En una banca, se sentó con su cuaderno, un hábito que había retomado durante la pandemia. Allí plasmaba sus pensamientos, sus miedos y, sobre todo, las pequeñas cosas que la mantenían conectada consigo misma. Después de unos minutos de escritura, levantó la vista al cielo y se dijo en voz baja:
“Tal vez el amor no sea solo sobre encajar. Tal vez se trata de aprender a aceptar que las piezas nunca serán perfectas.”
Mientras tanto, Gabriel había despertado tarde y se encontraba mirando por la ventana del apartamento. La ciudad se movía al ritmo de la vida cotidiana, pero él se sentía atrapado en un limbo emocional. Sabía que su comentario de la noche anterior había plantado una semilla de duda en Ana, y eso lo atormentaba.
Decidió salir a correr para despejar su mente. Mientras sus pies golpeaban el pavimento, los pensamientos seguían persiguiéndolo. ¿Qué pasa si esto no funciona? ¿Y si no soy lo suficientemente bueno para ella? Cada pregunta parecía más pesada que la anterior.
En un momento de pausa, se detuvo frente a un café pequeño. Entró, pidió un espresso y se sentó junto a la ventana. En una servilleta comenzó a escribir sus pensamientos, algo que rara vez hacía, pero que en ese momento sintió necesario.
“Ana es todo lo que siempre quise, pero a veces siento que el problema no es ella ni nosotros, sino yo. ¿Cómo puedo ofrecerle mi mejor versión si ni siquiera estoy seguro de quién soy?”
Esa tarde, cuando Ana regresó al apartamento, encontró a Gabriel sentado en el sofá con un libro en las manos. Parecía más tranquilo, pero ella sabía que todavía había algo sin resolver.
“Hola,” dijo mientras dejaba su bolso en la mesa.
“Hola,” respondió él, levantando la vista con una sonrisa tenue.
Ana se sentó a su lado y lo miró directamente a los ojos. “He estado pensando en lo que dijiste anoche. Sobre las dudas, sobre si esto es producto de las circunstancias. Y quiero que sepas que no te culpo por sentirte así. Todos tenemos momentos en los que no estamos seguros de lo que hacemos.”
Gabriel dejó el libro a un lado y tomó las manos de Ana. “Lo sé, Ana. Y no quiero que sientas que esto es algo que estoy cuestionando sobre ti. Eres increíble, y lo que hemos construido es especial. Pero a veces siento que estoy luchando con cosas que no tienen nada que ver contigo, sino conmigo mismo.”
Ana asintió, entendiendo lo que él trataba de decir. “Gabriel, no tienes que enfrentar eso solo. Estoy aquí, y quiero estar contigo en cada paso del camino, incluso en los momentos difíciles. Pero también quiero que sepas que está bien no tener todas las respuestas ahora.”
Por primera vez en días, Gabriel sintió un alivio genuino. “Gracias, Ana. Creo que a veces olvido que no tengo que tener todo bajo control. Y gracias por recordármelo.”
Esa noche, decidieron cocinar juntos, algo que no hacían desde que Ana se mudó. La cocina se llenó de risas, de bromas y de pequeños momentos que les recordaron por qué habían llegado hasta allí. Mientras lavaban los platos, Gabriel rompió el silencio con una confesión.
“He estado pensando en buscar ayuda, Ana. Quizás hablar con alguien que me ayude a entender lo que siento y por qué a veces me cuesta tanto aceptar lo que tenemos.”
Ana lo miró con una mezcla de sorpresa y admiración. “Eso es muy valiente, Gabriel. Y creo que es una gran idea. No estás solo en esto, y buscar apoyo no significa que estés fallando. Al contrario, significa que estás dispuesto a crecer.”
Por primera vez en mucho tiempo, Gabriel sintió que las piezas comenzaban a alinearse. No era una solución mágica, pero era un paso hacia adelante, y eso era lo que realmente importaba.
Al acostarse esa noche, Ana se acurrucó junto a Gabriel y le susurró: “No importa cuánto nos cueste, siempre podemos encontrar una manera de seguir adelante. Juntos.”
Gabriel la abrazó con fuerza y respondió: “Gracias por no rendirte conmigo. Te prometo que haré todo lo posible por no rendirme conmigo mismo.”
En la oscuridad, ambos comenzaron a vislumbrar una nueva luz. No todas las preguntas tenían respuestas, pero eso no significaba que no pudieran encontrar el camino.