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1901 Words
Merlina. —No puedo creer que no me hayas dicho que tenías un bombonazo de jefe —cuchicheo en cuanto Emanuel se va. Se ríe y niega con la cabeza. —Te dije mil veces que no es mi jefe, es una especie de subjefe, ¿está bien? —¿Y nunca te gustó? —le pregunto arqueando una ceja. Hace una mueca de disgusto—. ¿No tuviste la fantasía de jefe-secretaria? —Para nada, es demasiado lindo para mi gusto, parece un muñeco Ken. —Mira su teléfono, escribe algo en una agenda y aprovecho para sacar mi pinza de depilar y el espejo. La luz de este lugar es ideal para depilarme las cejas. —¡Lo sé! —exclamo—. Es perfecto, me enamoré. Qué bien le queda el traje azul... —Muerdo mi labio. —Ay, Mer... Es imposible que te enamores, justo vos que tardas siglos en aceptar tus sentimientos. —Me mira de reojo y sonríe—. El señor Lezcano junior nunca tuvo novia. —Ja, sí, claro. —Ruedo los ojos y tiro el último pelo de mi ceja fuera de lugar antes de mirarla con seriedad y volviendo a guardar los objetos—. Eso sí que no te lo creo. —Bueno, creo que solo tuvo una. —Se encoge de hombros—. Pero tiene veintinueve años, es raro que solo haya tenido una novia con esa belleza angelical. —¿Y si es gay? —interrogo chasqueando los dedos—. Puede ser, la mayoría de los hombres lindos son gays. —No es gay, Mer... —Suspira y continúa escribiendo cosas en sus papeles—. ¿Hace cuánto te separaste? ¿Cuatro años? —Uf, ni me hagas acordar. Mi último novio fue a los veintiuno, ¿te parece? Necesito algo ya, y ese jefe tuyo me flechó terriblemente. —¿Vas a hacer algo? —cuestiona con tono divertido. Estoy por responder cuando él vuelve. Me dirige una mirada de reproche al verme con los pies sobre el escritorio de mi amiga y me acomodo rápidamente. —Vas a hacer que pierda el trabajo —me dice Vale respondiendo su propia pregunta. Suelto una carcajada y Emanuel se detiene en seco con el café en su mano antes de cruzar el umbral de la oficina. Vuelve a dirigir sus preciosos ojos hacia mí y frunce el ceño. —A mí no me estás dando imagen de persona responsable —comenta—. Solo veo a mujer actuando como adolescente. ¿Tengo que arrepentirme de haberte contratado? —¿Perdón? —cuestiono notablemente ofendida—. No puedo creer que se base en mi profesionalismo solo con ver cómo hablo con mi mejor amiga. Es más, si tengo que basarme en usted, puedo decir que es un amargado. —Mer... —murmura mi amiga abriendo los ojos para callarme. —Ni siquiera me conocés como para decirme que soy un amargado —responde el muchacho con seriedad y se acerca a mí. Me pongo de pie, que no crea que me inhibe. —Y usted no me conoce como para decirme que soy infantil. ¿Y sabe qué? Voy a hacer la mejor fiesta empresarial de su vida, porque me ofendió, se metió con mi trabajo y con mi trabajo no se mete nadie. —Doy un paso más para enfrentarme y sonríe con expresión burlona. Estoy tan cerca de sus labios que podría besarlo ahora mismo, solo que debería ponerme en puntitas de pie porque mis labios están a la altura de su pecho. Me siento enana. —Más te vale que sea la mejor fiesta de trabajo, quiero disfrutar para dejar de ser tan amargado —dice con el mismo tono que expresa su rostro. Sonrío y me alejo de nuevo. —Va a disfrutar. —Le guiño un ojo y vuelvo a sentarme, haciéndole caso omiso a su presencia y hablando nuevamente con Valeria, que no sabe qué hacer ante la situación. —¿Por qué me tratas de usted si sabés muy bien que puedo tener tu edad? —interroga interrumpiendo mi charla. Suspiro y lo miro con una sonrisa forzada. —Porque usted es mi cliente y debo tratarlo con respeto. —¿Soy tu cliente? —cuestiona divertido. Asiento con la cabeza. —Así es. Bueno, en realidad su padre es mi cliente, pero en este momento no está, así que es usted. —Me hace sentir incómodo, señorita Ortiz. —Qué lástima, señor Lezcano. —Nos miramos desafiantes hasta que el ruido de Valeria mordiendo una galleta de arroz interrumpe nuestra batalla mental. Aunque en mi mente la única batalla que hay es una en la cama con este hombre. —Hagan algo —dice mi amiga y me guiña un ojo con disimulo—. Usted le demuestra a ella que no es un amargado y ella le demuestra que es una buena organizadora de eventos. Emanuel la mira como si estuviese loca y suspira. —Yo no tengo que demostrarle nada a nadie —dice finalmente—. ¿Saben qué? Me cansaron, voy a tomar mi café en mi oficina con tranquilidad, ya basta de charlas sin sentido. Cada vez me demuestran más que son adolescentes. Estoy por abrir la boca para responder cuando entra al despacho y me cierra la puerta en la cara. Tomo una bocanada de aire por la sorpresa y miro a Vale, que está observando la escena con fascinación. —Dejame decirte algo, amiga —manifiesta esbozando una sonrisa traviesa—. ¡Lo volviste loco! A este tipo le encantan las minas difíciles, estoy segura de que dentro de poco lo vas a tener comiendo de la palma de tu mano. —¿Vos decís? Mierda, es tan sexy que tuve que aguantarme para no abalanzarme contra él cuando nos enfrentamos. —Vuelvo a poner los pies sobre el escritorio y me mira mal, pero no le hago caso. Le robo una galleta de arroz y continuamos hablando de lo que acaba de suceder. Cuando vuelvo a casa, me encuentro a todo en absoluto silencio. Mi mamá debe estar en el supermercado y mi hermano en el trabajo. Suspiro, tiro mi cartera al sillón, me dirijo a mi habitación y me tiro a la cama. Quizás reaccioné un poco mal ante el comentario de Emanuel, pero que sea lindo no significa que puede decirme infantil y esas cosas, no voy a dejarme pisotear. Además, debo admitir que se ve aún más lindo cuando se hace el malo. Sé que es súper tierno y se ve buena persona, pero cuando se enoja me dan ganas de comérmelo a besos. Voy a comerlo a besos, lo juro. Jamás, jamás tuve la oportunidad de estar con alguien que realmente me gustase. Por supuesto que tuve un par de novios, pero ellos me conquistaron a mí, yo nunca conquisté a nadie. ¿Por qué siempre tiene que ser el hombre el que da el primer paso? No, esta vez juro que voy a conquistar al hombre que me gusta. Tampoco es que soy tan fea. Y Emanuel es ideal para mí, es hermoso. Sonrío como una tonta al recordar su mirada burlona y divertida cuando me acerqué a él. Dios, si pudiera mirarme con otros ojos... Al menos ya tengo dos puntos a mi favor: Es el jefe de mi mejor amiga y su padre es mi cliente, así que puede que nos veamos seguido. ¿Cómo puedo hacer? Ruedo en la cama pensando en algún modo de conquistarlo. De repente se me ocurre: hacer una lista para organizar los planes de conquista. Busco una lapicera y un cuaderno y comienzo a escribir. 1) Averiguar lo más posible sobre él. 2) Intentar pasar tiempo juntos. (Sin parecer acosadora) 3) Desorganizar su vida :) Nada mejor que dejar huella en un hombre. Creo que él es un tipo correcto, ordenado, me da la sensación de que tiene miedo de romper las reglas. Mi mamá siempre me dijo que soy buena leyendo a la gente, y Emanuel no es la excepción. ¿Cómo me doy cuenta de todo lo anterior? Fácil. Se la pasa disculpándose, como cuando me caí cuando me corría, cuando me preguntó si tenía novio y me incomodé o cuando se sintió mal por no recordarme. Es fácil leer a las personas, solo hay que prestar atención a esas pequeñas cosas. Releo la lista de conquista. ¿Algo más? Ah, cierto. 4) Besarlo. Mi último objetivo es besarlo, es algo que tengo que hacer sí o sí. Estoy decidida con este paso, no pienso perder una sola oportunidad, aunque primero tengo que tener el terreno seguro, no quiero que sea un beso feo y sin sabor, quiero que sea un beso inolvidable. Solo con uno me conformo. Ay, Dios, estoy actuando como una maldita adolescente. ¿Desde cuándo soy así? Creo que la sequía amorosa ya me está afectando. Escucho la puerta de la entrada abriéndose y ruido de bolsas. Debe ser mi madre, así que salgo a ayudarla. —Hola, ma —saludo al verla. Se sobresalta por la sorpresa, pero luego me dedica una media sonrisa y me mira con sus ojos azules a través de sus anteojos. —Hola, hija. —Me da un par de bolsas para que la ayude y nos dirigimos a la cocina—. ¿Cómo te fue en la entrevista? —me pregunta colocando cosas en la alacena. —Bien, me contrataron —anuncio con una sonrisa. Se detiene para mirarme y tira su cabello largo, lacio y rubio hacia atrás. —¿En serio? —Asiento enérgicamente—. ¡Bien, Mer! ¡Te felicito, te lo merecés! Espero que te paguen bien. —Espero. Tengo que hablar con el jefe porque la entrevista me la tomó su hijo. La verdad es que me da un poco de miedo, creo que todavía no estoy contratada del todo. —Me siento sobre la mesada y me señala la pila de mercadería para que la ayude a seguir guardando. Suspiro y continúo guardando. —¿Cuándo empezarías? —interroga. —Supongo que mañana. Me tiene que llamar. —Ah, buenísimo. Te va a ir perfecto, Mer. Confío en tus aptitudes como organizadora. —Sus cachetes gorditos se mueven al esbozar una sonrisa de oreja a oreja y no puedo evitar abrazarla. Desde que mi papá falleció a causa de un infarto, hace tres años, engordó unos veinte kilos. Se dejó estar muchísimo, lo único que cuida es su pelo y para que no se le noten las canas. Si no fuera por mi hermano y por mí, creo que no le importaría más nada y hubiera estado en un profundo pozo de depresión. Ella cree que fue su culpa de que papá muriera porque no se dio cuenta de que estaba enfermo, pero es obvio que no fue su culpa. Nadie lo sabía. Nadie sabe cuándo van a suceder las tragedias. Estoy por decir algo cuando mi celular suena y corro a buscarlo. Todavía está metido en mi bolso y me cuesta un poco encontrarlo entre tantos pañuelos descartables, pero finalmente logro hallarlo. —¿Hola? —contesto rápido antes de que corten. —Buenas tardes, ¿hablo con la señorita Ortiz? —cuestiona una voz masculina ronca y profunda desde el otro lado de la línea. —Sí, soy Merlina Ortiz. —Bien, soy Ricardo Lezcano. Tengo entendido que mi hijo la contrató esta mañana, ¿está disponible mañana para una pequeña reunión? —Sí, por supuesto. ¿A qué hora? —A las diez de la mañana en mi oficina. Intente ser puntual, por favor. —Bueno, no tengo problema. A las diez de la mañana estoy ahí. Que tenga una buena tarde. —La espero. Hasta mañana. —Cuelga y festejo en silencio volviendo a la cocina. —¡Mañana tengo la reunión con el jefe! —exclamo. Mi mamá aplaude y me felicita. Espero que vaya todo bien y que no pida nada extravagante para la fiesta. Sinceramente, estoy algo asustada y no quiero decepcionar a nadie. Ni a mí, ni al hombre ni a mi familia, tengo que hacer mi mayor esfuerzo para hacer lo mejor posible. Ahora tengo que dar el primer paso: hablar con el señor Lezcano.
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