Prefacio

550 Words
Atenea observó en completo silencio el momento que el ataúd pasó frente a sus ojos, tragó el nudo que se había formado en su garganta al recordar que recientemente había pasado por algo parecido. La única diferencia es que ella nunca había conocido a su madre, Adara Markos nunca le dio la cara. Ella la había abandonado con apenas unos días de nacida sin importarle nada, sin importar si la familia de su padre iba a quererla. Para su suerte, los Stavros no solo la habían aceptado como una más de la familia, sino también la habían amado y educado con buenos principios. Esa fue la principal razón por la que había acudido al funeral de su madre, después de todo, Adara le había dado la vida. Dejó de pensar cuando la voz de Anastasia llamó su atención. —Lo siento Atenea, esto debe ser difícil para ti —dijo la hermosa morena. —Estoy bien, Ana, estoy bien —respondió con una ligera sonrisa, su mano apretó la mano de la mujer a quien veía como su madre. —¿Quieres volver? —preguntó Ana de nuevo. —No, quiero acompañarte —pronunció viendo a Enzo, el hombre estaba destrozado y quien no lo estaría tras la muerte de un hombre tan único y especial como Massimo Lombardi, el hombre había sido un amor y casi un abuelo para ella. A ella también le dolía aquella pérdida tan grande, le dolía por Enzo, por Ana y por sus primos. Los mellizos y Claudia lloraban sin parar, parados al lado de su abuela. —Cuando quieras marcharte, solamente tienes que decírmelo —le indicó Ana. —Te lo prometo, Ana, pero no te preocupes por mí. Adara no significaba nada en mi vida, me duele mucho más la pérdida de Massimo, tu madre fue una mujer muy afortunada al conocerlo. Anastasia asintió, por supuesto que su madre se sentía afortunada por haberlo conocido, su historia era muy dura y difícil, pero quizá un día no muy lejano ella les contaría. Por ahora le preocupaba su dolor. Perder a Massimo era un duro golpe. Luego de casi treinta años de matrimonio. Anastasia no sabía cómo su madre iba a sobrevivir a esto. —Iré con mi madre —anunció Ana. —Ve, ella te necesita —le instó. Luego de varios minutos de permanecer sola, salió de la iglesia y caminó por el jardín. El pecho le dolía y sentía que el aire empezaba a faltarle. Le dolía ver a Enzo tan triste, le dolía tan profundo su dolor. Lo amaba, estaba tan enamorada de él, que todo lo que le sucediera, era como si le estuviera pasando a ella, lo sentía en su corazón, en su piel y en su carne. No obstante, sabía que era un amor unilateral, Enzo tenía veintiséis años y jamás se fijaría en una niña de solamente dieciséis. Y el tiempo le dio la razón cuando al día siguiente, durante el entierro, una hermosa rubia apareció y abrazó a Enzo antes de darle un beso en los labios, aquella fue la primera vez que sintió su corazón romperse. Aquella vez también comprendió que nunca tendría una sola oportunidad de realizar su amor con Enzo y que debía conformarse con la amistad que él le ofrecía…
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