En ese momento, el mundo se le iluminó a la anciana al ver entrar aquel pequeño quien era idéntico a toda la generación de su amado exesposo fallecido. Posteriormente, lágrimas comenzaron a inundar los ojos de la condesa al escuchar al pequeñito llamarla abuelita.
—¡Oh, Dios mío, oh, Dios mío, mi tataranieto! —puso sus dos manos sobre su boca de la emoción al ver al pequeño Ricky.
En aquel momento, Rosa al ver la impresión de la condesa a quien por primera vez veía llorando, no dudó en soltar muchas lágrimas también. Entonces, el pequeño al mirar a las dos mujeres llorando, con una expresión de duda les dijo:
—¿Qué pasa? ¿Por qué están tristes?
—Mami y la abuelita no están tristes mi amor, solo lloran de felicidad.
—¡Ven tráemelo por favor! —exclamó la condesa con muchas ganas de ver
