Capítulo 10: "El mapa de Invierno". (Parte 1)

3077 Words
—La Cabina de la Diversión es una máquina que sale cientos de billones de dólares. Posee una inteligencia artificial tan avanzada que crea por sí misma los niveles del juego, basándose en toda la información que contiene sobre la Tierra, las realidades virtuales y otras civilizaciones. —No me importa su Cabina —soltó Mariana—. Sólo quiero ver a mi hija. En conclusión: nuestra deducción había sido correcta: la Cabina tomaba información de diferentes realidades para crear los niveles. Entonces, a la pregunta que contestamos de forma incompleta en el nivel ocho: ¿Qué era la Cabina de la Diversión? Era una máquina capaz de recrear una situación de forma tan realista que sentíamos que la experiencia era cien por ciento real, convirtiéndolas en un juego macabro. Ika, Magalí y algunos de los personajes que nos cruzamos en nuestro camino, habían existido. La Sociedad de las Sirenas, también ¿De dónde sacaba esa información la máquina? ¿Acaso venía de otros planetas? Si alguna vez salía de la Cabina, no podría ver al mundo con los mismos ojos. Si lo lograba. Si perdíamos tres vidas, (que ya nos habíamos quedado sin dos de ellas) moríamos ¿Por qué? Porque así debía de estar configurada la máquina. Si les servíamos y teníamos suerte, formábamos parte del software de la Cabina (y nos convertíamos en vegetales para siempre). Lo mismo con la relación al tiempo: disponíamos de un año para salir. —Abril. Noté que mi cuerpo estaba helado. Me recorrió un escalofrío por la espina dorsal. No me quedó más remedio que abrir los ojos y enfrentarme a un nuevo nivel —y dejar de perder tiempo reflexionando. Estábamos rodeados de hielo: montañas de nieve, árboles helados y el cielo nublado. Todos vestíamos abrigos gruesos, gorros de lana y guantes negros. Yo aún estaba acostada en la nieve, con mi cabello enmarañado hundido en ella. Miré a mi compañero, sin decirle una sola palabra. Jacinto y Nicole se encontraban detrás de él. —Te encanta empezar los niveles en el suelo —bufó, y me ayudó a ponerme de pie. —Y vos sos un gruñón. Sonrió, y pasó su brazo por mi cintura. —Hace frío, hay que mantenernos cerca —comentó con picardía. Sus ojos café brillaban tanto, que emanaban calidez en medio del paisaje invernal. —Qué conveniente —se burló Nicole. Me ruboricé, pero no solté a Ariel. Durante un buen rato, sólo escuchamos nuestras pisadas en la nieve. —¿No dijeron que aparecerían nuestros padres en este nivel? —pregunté. Debía admitir que, en el fondo de mi corazón, soñaba con que mi madre viniera a rescatarme. —Aún no los veo por ningún lado —comentó Ariel, sacando humo por la boca, ya que su aliento caliente contrastaba con el aire helado. La puta madre, qué frío que hacía. Tenía los pies y las manos entumecidas por caminar en la nieve. —A lo mejor tenemos que encontrarlos —agregó mi amigo rubio—. A los Cabineros les encanta jugar con nosotros. Dicho y hecho: Nivel Diez: Invierno. Sigan el mapa y las pistas, y encuentren a sus padres. Sólo tienen 24 horas para hacerlo. En ese instante, se formó un mapa en mis manos. El material parecía de papiro, y las ilustraciones estaban claramente hechas a mano. —El camino empieza justo después del lago congelado… —empecé a decir. —Es el que está ahí —Nicole señaló con la mano hacia nuestra izquierda. A cincuenta metros, podía verse un lago. —Bien… Después tenemos que seguir por el sendero y pasar por el Bosque Helado hasta llegar a un puente colgante… —Esperá —me detuvo Ariel—. No ignores la señal de que hay animales salvajes, que no está lejos del Bosque. Y que pasaremos cerca del Lago Calavera. —No, claro que no —volví la vista al mapa—. Luego veremos las montañas oscuras y finalmente, las torres frías. Supongo que allí nos esperarán nuestros padres. —Eso parece. En marcha. Ariel y yo tomamos la delantera, siguiendo el mapa. Jacinto y Nicole iban detrás de nosotros. —Este nivel es típico de un videojuego —comentó mi ayudante—. Seguir un camino, hallar pistas… —Ya era hora de que hicieran un nivel “normal” —Ariel hizo las comillas con los dedos. Nos quedamos en silencio hasta llegar al lago. En el mismo, había un set de herramientas y un cartel que rezaba: Para que éste aparezca, uno de ustedes hará una proeza: Romper la capa de hielo y sumergirse en el agua ¡Durante al menos diez segundos! Será sencillo ¡El lago no es profundo! >> —¡Mierda! —pateé el cartel, furiosa. Uno de nosotros tenía que congelarse el culo. —Abril, no te preocupes, yo lo haré —se ofreció Jacinto. Él siempre tan gentil. —Sos muy amable, pero lo único que podés hacer por mí es el hoyo. Este es mi juego y el de Ariel, y nadie más que nosotros podemos cumplir las pistas al pie de la letra. —April tiene razón —bufó Ariel—, aunque no estoy de acuerdo con que lo hagas vos… —Vos has hecho mucho durante todo el juego. Esta vez, me toca a mí. Ahora, dejen de perder tiempo y pónganse con Jacinto a hacer el pozo. Cuando lo tengan listo, Nicole se quedará conmigo para el resto. —¿Por qué sólo Nicole? —protestó Ariel. —¡Porque no me vas a ver desnuda! ¡Ahora, apurate! Se ruborizó. No dijo nada, y levantó la caja de herramientas. Él y Jacinto se pusieron a trabajar. —La puta madre, no puedo creer que voy a tener que meterme en agua helada para que aparezca un camino de mierda. —Es horrible, hace un frío infernal —Nicole se frotó los brazos—, pero pensá que en los países nórdicos es común que la gente se bañe en agua congelada ¡Y no suelen morir por eso! —No le tengo miedo a la muerte, sino al frío —me froté los brazos—. De sólo pensar que me tengo que sacar los abrigos, me tiemblan las piernas. —Tranquila, serán sólo diez segundos. Yo te sostendré la ropa mientras vos lo hacés. Y antes de vestirte, te prestaré mi abrigo para que te seques. —Te agradezco, pero prefiero usar el mío. —No te arriesgues a resfriarte por alguien que no tiene chance de salir de acá —me puso una mano en el hombro. Sus palabras me rompieron el corazón, y se me llenaron los ojos de lágrimas. —Ustedes son muy generosos, de verdad. Podría haberme tocado un juego mucho más cruel, no sé si me explico… —No tientes a la suerte. Por lo que me contó Jaz, el nivel de los caníbales fue bastante horrible. —Es verdad. Lo fue. Decidí quedarme callada, porque Nicole tenía razón: no debía tentar al algoritmo. Pero era cierto: no me había tocado asesinar a ningún amigo, ni ver pura sangre ni nada por el estilo. Lo único horrible que me había visto obligada a hacer fue aniquilar a Perpetua con mi brazalete. No pude evitar ponerme a pensar en mis vivencias en la Cabina, y recordé que, durante el Nivel Uno Ariel no había utilizado su brazalete ¿Lo habían hecho mantener el secreto adrede? Luego recordé lo de las vidas, y la explicación que mi amigo me había dado al respecto ¿Teníamos que intuir cuando sucedía? Morí en el nivel cinco, pero no en el seis con las puñaladas de los Mocasines ¿Sus golpes habían sido más “débiles”? Sin embargo, el Tetris me rompió la cabeza en el nivel ocho… —¡Listo! —exclamaron los chicos. Me acerqué al lago… y de repente, un nuevo cartel apareció: >. —¿Recién ahora? —protesté. —Abril, no pierdas tiempo. Jacinto y yo estaremos con los ojos cerrados mientras vos te metés en agua. Le lancé una mirada asesina, y asentí. Me aseguré de que no estuvieran viéndome cuando empecé a desabrocharme el abrigo. Nicole me ayudó a quitarme la ropa. La peor parte fue cuando tuve que apoyar los pies descalzos en el hielo. —Vos podés ¡Has tenido que soportar cosas peores! Respondí haciendo un ruido similar a un gruñido. Completamente desnuda y muerta de frío, metí la punta del dedo gordo en el agua. Estaba tan helada que sentí que me cortaba la circulación. Sabía que no podía perder tiempo y que, cuando más vuelteara para hacerlo, peor sería para Ariel. Por lo tanto, cerré los ojos y salté al interior del hoyo. El lago no era muy profundo, apenas me cubría la cabeza. Empecé a contar hasta diez… Diez, nueve… ¡La puta madre, el agua estaba helada! Siete, seis, cinco, cuatro… Quería salir… Dos… uno… Volví a la superficie. Salí tan rápido como pude. Nicole me ayudó a secarme con su abrigo mientras temblaba como un papel a causa del frío. —Apurate, tenés los labios morados… —Estoy… congelada… —No hables ¡Y vestite! Me sequé y me cambié tan rápido como pude, aunque me costaría un buen rato recuperarme del frío que había agarrado. Una vez lista, llamé a los chicos, y empezamos a seguir el mapa. Obviamente, nos quedamos con la caja de herramientas. Los martillos, el cincel, el serrucho y los demás objetos podrían servirnos en el futuro. —La ruta parece larga… —observó Jacinto, mirando el camino de tierra que se encontraba justo a pocos metros de nosotros. —Debemos comenzar, ya —solté. —April… —comentó Ariel, mientras nos echábamos a andar—. Cuando tuve los ojos cerrados… en un momento apareció una barra de energía. Cada vez que bajo los párpados, aparece. Sos una genia ¡Ahora tenemos algo más a nuestro favor! —¡A ver! —cerré los ojos. Dicho y hecho. Había una barra rectangular con cinco micro rectángulos de color rojo en mi campo de visión. —¡Podrían habernos dado antes esta habilidad! —Tuvimos que ganárnosla —suspiró Ariel—, por lo menos ahora sabremos a lo que nos enfrentamos. Asentí. A lo lejos, pudimos ver un frondoso bosque de pinos, que se hallaban bañados de nieve. Ni bien lo contemplé, un viento helado sopló hacia mi rostro. —Aj, la puta madre ¡Qué frío! —yo todavía tenía el pelo mojado. Ariel no dudó en estrecharme hacia él. —Debés mantenerte cálida. Un hormigueo recorrió mi cuerpo. No me acostumbraba a tenerlo tan cerca. —Se pasan de cursis —se burló Nicole—. Estén atentos. Presiento que el pasaje por el bosque no será algo sencillo. Y no lo sería. Ni bien ingresamos al mismo, tuve que utilizar mi pulsera para iluminar los laterales del sendero, ya que sólo podíamos ver el camino claramente y no lo que había entre los árboles. Se escuchaban los sonidos de nuestras pisadas, de nuestras respiraciones jadeantes… y de algo más. —Animales salvajes —comentó Ariel. —Pensé que se encontraban detrás de las montañas… —comencé a protestar. —¡Chist! —susurró—. Debemos ser lo más silenciosos que podamos —él tenía una especie de oído súper-desarrollado. Siempre era el primero en “oír cosas”. Me liberé del brazo del jugador cuatrocientos noventa y nueve, y le tomé la mano. Me pareció más práctico en caso de que tuviéramos que huir. Cada pisada se me hacía eterna. Estaba muerta de frío y los nervios me hacían dar ganas de ir al baño. Si aparecía algún animal salvaje… De pronto, vimos movimiento a lo lejos. —¿Será el viento? —inquirió Jacinto. —¡Chist! Empezamos a escuchar que unas ramas crujían. —¡Corran! —exclamó el (ex)jugador cuatrocientos noventa y siete. —¡NO! —murmuró Ariel—. ¡Alterarán a las bestias! Sin embargo, Jacinto y Nicole ya se habían echado a correr. Los seguí, aunque correr en la nieve era algo complicado. También era muy consciente de que aquello era una pésima idea. —Deberíamos dejarlos atrás —murmuró Ariel, enojado—. ¡Son unos pelotudos! ¿Y si…? No terminó de decir la frase. Delante de Jacinto y de Nicole, había dos osos pardos gigantescos… y estaban preparándose para atacarlos. —¡NO! Empecé a correr tan rápido como fui capaz. También extendí los brazos e intenté rugir —como ya saben, he visto National Geographic en varias ocasiones, y la gente solía espantar así a los osos—, pero no funcionó. Ariel me imitó, pero las bestias nos ignoraron… y cada una de ellas lanzaron varios zarpazos, hiriendo a nuestros amigos. —¡NOOO! ¡Ataque! —les lancé un rayo solar ardiente. Sin embargo, las bestias astutas lo esquivaron, y empezaron a correr hacia nosotros, mientras Nicole y Jacinto yacían heridos en el suelo. —¡Ataque! —lancé otro rayo, pero los osos levantaron nieve del suelo y contrarrestaron mi arremetimiento con la misma. —¡Arma! Ariel era inteligente. No atacó directamente a los osos, sino que usó su brazalete para mover la nieve… y enterrarlos en la misma. —¡Esto no los retendrá mucho tiempo! —exclamó—. ¡Vamos! Corrimos hacia donde estaban Jacinto y Nicole. Ambos tenían los hombros en muy malas condiciones. Tenían la piel rajada. Me dio muchísima impresión verlos así. —¡Necesitan atención! ¡Se desangrarán! —¡No hay tiempo! —él ayudó a Jacinto a ponerse de pie—. ¡Arriba! Le di una mano a Nicole… Justo cuando escuché que los osos escapaban de la montaña de nieve. Y en ese momento, tuve una idea horrible. —Dame la Mariposa Plateada —extendí la mano hacia Ariel. Él no dudó en entregármela. Tomé el amuleto con ambas manos y grité: —¡Ataque! El resplandor me ardió en la muñeca mientras unos rayos dorados salieron disparados hacia los osos… Quemándoles las extremidades. Pude escuchar sus rugidos de agonía mientras se revolcaban por la nieve, tratando de calmar su dolor. Caí de rodillas, y me eché a llorar ruidosamente. Soy vegana. Amo a los animales. Siempre los protegí, y ahora… ¡Los hago sufrir! Entre el frío, los nervios, las heridas de mis amigos y mis emociones abrumadoras, me sentí increíblemente descompuesta. Vomité bilis. —Abril —Ariel me tocó del hombro—, sé que esto es horrible para vos, pero… debemos irnos. He vendado las heridas de los chicos, pero será complicado el resto del camino para ellos. No debemos perder tiempo. Has hecho un gran trabajo, al igual que con Perpetua. Volví a vomitar. La cabeza me daba vueltas. La Cabina me había cambiado: priorizaba mi supervivencia por sobre todas las cosas. —¡Vamos! —exclamó Ariel. Corrí hasta donde se encontraba Nicole y la tomé de la cintura para ayudarla a avanzar. —¿Podés? Te ves pálida. —Puedo —solté, no muy segura de ello—, tenemos que sobrevivir. El joven Escalada fue el primero en salir trotando, tomando a Jacinto por la cintura para ayudarlo a moverse. Los seguimos. El viento empezó a soplar con más fuerza, meciendo la copa de los pinos con violencia. Se me dificultaba avanzar rápidamente debido al clima (y porque tenía que ayudar a una compañera herida). A lo lejos, escuchamos los rugidos de los osos que quedaron atrás. Sentí que las piernas me temblaban a causa de los nervios, pero no quería voltearme. —¡Veo un puente desde acá! —exclamó Jacinto, jadeando. —¡Rápido! —Ariel arrastró a su compañero tanto como fue capaz. Nicole era pesada, y andar en la nieve y con el viento helado azotándome el rostro, sentía que avanzaba súper lento. Además, aún me sentía descompuesta. La garganta empezaba a dolerme, no era una buena idea andar con el cabello mojado en ese clima. —Esto está mal… —murmuró Nicole, con pesar—. Nosotros deberíamos estar ayudándoles a ustedes, y no al revés. —No desperdicies oxígeno, lo necesitás para recuperarte de la herida. Y no digas cosas que no son ciertas. Jacinto me cargó dos veces, en el nivel cinco y en el seis. Y vos nos salvaste de los Mocasines… —No es suficiente… Oímos un nuevo alarido ¿De dolor o de furia? Me esforcé al máximo para correr, a pesar de que sentía los músculos de las piernas entumecidos por el frío. Al cabo de algunos minutos, llegamos hasta el puente. Éste estaba hecho de madera —bastante frágil, a mi parecer—, y cruzaba un río cristalino de aguas turbulentas. Los rugidos comenzaron a oírse más cercanos. A lo mejor no había herido gravemente las extremidades de las bestias y por eso venían a por nosotros. No quería averiguarlo. —¡Vamos! —apuré a Nicole y cruzamos juntas. Tuve que agarrarme de una especie de barandilla hecha de cuerdas, ya que el puente colgante se movía muchísimo. Mirar hacia abajo me daba muchísimo vértigo, y no podía desperdiciar una vida. A pesar de lo malherida que estaba Nicole, me abrazó y nos movimos juntas hasta el final. Una vez que nosotras llegamos del otro lado, ella se sentó en la nieve. Miré hacia atrás: Ariel y Jacinto avanzaban lentamente por el puente. Éste último cargaba la caja de herramientas que habíamos utilizado en el lago. A lo lejos, vi dos siluetas oscuras arrastrándose por la nieve. Los osos heridos venían a por nosotros. Debían de estar muy doloridos, por eso se movían de forma tan lenta. Quizás estaban gritando de dolor. Me estremecí. —¡Apúrense! —grité con nerviosismo. Me daba mucha impresión cómo se movía el puente porque mis amigos lo estaban cruzando juntos. Una vez en tierra firme (o en la nieve), tomé la caja de herramientas. Saqué un martillo, un cincel y un serrucho. —Tenemos que cortar las cuerdas que sostienen al puente para que los osos no crucen. Están heridos y andan lentamente, pero quiero quedarme tranquila de que no vendrán a por nosotros. —Bien. Las herramientas serán más útiles que nuestras pulseras. Ariel y yo nos pusimos manos a la obra.
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