Seguía paralizada, sin salir de mi asombro. Pesaba sobre mi ese comportamiento impropio, pero más que eso, esos besos que Jon había permitido podían hasta expulsarme mis propios demonios. Recordar sus labios besándome me producía cosquillas en el vientre, mientras percibía un hondo vacío surgir. —Nunca antes me había sentido tan predispuesta a dejarme llevar con tanto ardor. Mis malos deseos me ayudaron a perder la poca cordura que me quedaba. Sonrió al verme tan preocupada. —No eres tú del todo… Tocó mi cabeza y escuché un murmullo a mis oídos. Voces hablarme sin poder comprender que decían realmente. —¿Qué es eso? —Un embrujo, un incubo susurra a tu oído inspirando tu pasión. —¡Padre Santo! «Qué es un hombre, sino hace valerse como tal. Sus labios anhelan los tuyos, ahora su p

