CAPÍTULO 1

2656 Words
¿Inmortal?   Nigromante ya no pertenecía a los inmortales, sino hacía algo moriría ante mis ojos, lo había herido en el pecho haciéndole una rasgadura profunda y larga. La sangre emanaba escandalosamente, esparciéndose en su magnífico traje, respiraba con dificultad. —¡Déjame salvarlo! Me clavó sus ojos y bajó su espada, mientras los míos estaban llenos de lágrimas, no quería verlo morir. —Te lo suplico, si me lo concedes te juro que me entrego a ti a tu entera disposición. Te pertenezco, lo sabes, y ahora también será por mi voluntad. ¡Te lo juro, Esteban, te lo juro! Me fulminó con la mirada, me soltó con rudeza. —Ve, aunque no creo que viva— Mencionó entre dientes denotando en su semblante frialdad. Corrí con todas mis fuerzas hacia Nigromante, me costó un poco brincar la enorme g****a, pero lo logré. Al estar junto a él me recliné a su lado y lo sujeté fuerte de la mano. Él la oprimió débilmente. — ¡Nigromante, por favor resiste! ¡No puedes dejarme aquí y menos ahora! — Supliqué sollozando al verlo tendido en el suelo, respirando con dificultad. —Alexia. Estoy bien, no debiste dar tu palabra, no de ese modo— Susurró. Sus manos estaban frías. Y su apariencia me daba a notar cuan mal se sentía. —Nada importa si te pierdo a ti. Por favor no me dejes, no puedes. —Esteban… Él ya no es tu esposo, eres una preciosa mujer sin ningún tipo de compromiso con él o conmigo. Él tiene el apoyo de Farga y sus adeptos, por favor huye, lejos lo más lejos que puedas irte. No te preocupes por mí. Lo miré horrorizada mientras algunas lágrimas bajaban por mis mejillas. Alguien me sujetó con fuerza por los hombros hasta apartarme de Nigromante. — ¡Suficiente, cariño! No ves, que agoniza. —Suéltame, hicimos un trato. Me dejarías salvarlo y a cambio yo haría todo lo que quisieras. —Lo siento, mi amor, cambié de planes. Ven, habrá festejo por nuestra reconciliación. Me sujetaba con un brazo por la cintura y con el otro por el cuello con una fuerza que tan solo conocía en Jon; apartándome irremediablemente de Nigromante. —¡Que no! — Exclamé con todas mis fuerzas, buscando la daga en el escote de mi vestido; sabía que la debía tener sujeta al pecho. Me resultó un poco complicado sacarla sin que él se diera cuenta, la desenvainé, la tenía sujetada en una de mis manos, tratando de ocultarla a su vista. Pero sin bastarle ya llevarme arrastrada me sacudió poniéndome al frente. — ¡Tú jamás te revelaras ante mí! ¡NUNCA MÁS! Siempre me pertenecerás, aunque eso implique arrastrarte conmigo al infierno — Vociferó. Con todas mis fuerzas se la ensarté en su abdomen, él me soltó lentamente. La desajustó de sí, observándola muy impresionado. — ¡Nunca seré tuya! Y nuestro acuerdo se acabó— Mencioné apretando los dientes, mientras aún sostenía la daga incrustada. — ¡Eres la peor de todas las traidoras! — Dijo empujándome. Luego la lanzó con fuerza al suelo. Parecía inmune al veneno de la daga lo cual confirmó todas mis conjeturas. Pero incluso así no le temía. — ¡Alexia, huye! — Gritó Nigromante tratando de ponerse de pie. A pesar de lo mal que se sentía luchaba por salvarme de Esteban. Observé hacia el frente y la luz que había salido de Nigromante bailaba sobre el altar. Tenía que hacer algo para que la inmortalidad de Nigromante volviera a él. Esteban reflejaba en su semblante cierto dolor. Recordé que Jon, había hablado algo de los enlaces del alma. Todo de pronto tenía sentido, si me negaba a ser su esposa, no tendría por qué perder su inmortalidad y su compromiso al estado original.  Me quité el velo del rostro y justo en ese preciso momento eché a correr. Esteban no podía moverse tan sólo me veía tan sorprendido como todos los que estaban presentes. Varios guardias estaban a su alrededor apuntándole con lanzas y espadas. Me arrodille ante el altar, y el obispo me veía asombrado. — ¡Dios mío, que Nigromante no muera! Se lo ruego Señor Todopoderoso. Rápidamente me puse de pie, buscando con la vista a Nigromante y justo cuando iba a vociferar su nombre, me quedé paralizada. Esteban llegó hasta Nigromante sujetándolo con fuerza del cuello con ambas manos, en un intento de asfixiarlo, pero al parecer sus manos aún no tenían toda la fuerza para lograrlo. — ¡Guardias! — Dije voceando a todo pulmón señalando a Esteban. Todos los guardias me obedecieron atacando a Esteban, y a pesar de no tener tanta vitalidad logró someter a todos. Los invitados seguían trinchados contra los muros horrorizados. Mi padre estaba paralizado y muy desconcertado mirando como el resto lo que ocurría. La tristeza me traspasaba porque sinceramente no quería decir esas palabras para retractarme. En cierto modo, aunque no sentía lo mismo por él como por Jon, lo amaba también. De no ser así jamás habría decidido contraer matrimonio por vez segunda. Respiré hondo retomando valor para escindir de nuestro compromiso. ¡Cuánto me partía el alma renunciar a él! Pero lo preferí mil veces antes de verlo morir. Elevé la mirada al techo abovedado de la capilla para luego fijarme en Nigromante. — ¡Nigromante te amo, pero no te acepto! ¡No puedo casarme contigo! Renuncio a ti…— Grité con todas mis fuerzas. La luz dejó el altar para reposar sobre Nigromante envolviéndolo. Él alzó la mirada a mí y a la velocidad de un relámpago su hermoso semblante recobró vida y fuerza. Con una maniobra acertada logró con gran impulso golpear a Esteban, lo cual lo obligó a estrellarse contra el suelo. Sin embargo, parecía recuperarse a gran rapidez. Su atención se fijó en mí y entonces miré una preciosa sonrisa en sus labios. Sonreí también un tanto aliviada. Elevó la palma de su mano y la espada tomó forma hasta solidificarse, apareciendo de la nada. La empuñó, moviéndola hasta equilibrarla, para apuntarle posteriormente con el filo a Esteban. Mi padre seguía boquiabierto, pero al darse cuenta que Esteban retomaba fuerzas para enfrentarse a Nigromante, se apartó de Sarbelia, persuadiéndola; pues ella se aferraba a él en un intento de evitarle que se inmiscuyera en la pelea. —¡Fue suficiente Esteban, no te atrevas, te lo prohíbo! Tú estás en mis dominios y aunque te parezca demasiado injusto, tú eres quien tiene cuentas pendientes con la justicia. Es toda una trasgresión hacerte pasar por muerto. ¿Tienes idea de cuánto hemos sufrido por tu muerte tu padre y yo? Si continuas con tan ridícula afrenta serás desterrado de Halvard, y jamás podrás heredar el Alba— Mencionó mi padre interponiéndose, entre ambos. Esteban no dijo nada. Mi padre le clavaba la vista con una seriedad cortante, mientras más guardias iban a su encuentro rodeándole. Se escuchó el claro rumor de los casquillos de un caballo galopar hacia nosotros. Alcé la mirada hacia la entrada, y Galimatías venía a mi encuentro a toda marcha. Al estar junto a mí, quedé impresionada, pero él se inclinó hasta el sueño en evidente señal que me trepara. No lo pensé tanto, le obedecí, sin descuidar lo que ocurría entre Nigromante, mi padre y Esteban. Nigromante se aproximó a mi padre, parándose al frente de él con intención de resguardarle. La contienda inicio entre mi esposo y mi prometido, en instantes Nigromante lo había sometido, justo cuando creí que lo ultimaría, Esteban sonrió mirándole fijamente, sus labios pronunciaron algo que no comprendí, pero Galimatías emprendió de nuevo su avance yendo gradualmente a toda prisa sacándome del salón. Antes de atravesar el umbral, miré que Esteban se había convertido en una sombra al colocar sus brazos cruzados sobre el pecho, velozmente la silueta de su cuerpo se absorbió en el suelo, desapareciendo del salón. No pude hacer nada excepto mirar. Galimatías me llevaba a toda prisa en dirección hacia la entrada del castillo. Justo en el paso que daba hacia la barbacana noté el rastrillo bajado impidiéndonos salir. Pero lo que me horrorizó fue darme cuenta que el bloqueo de la salida significaba que nuestros soldados una vez combatían. No me quedó duda que una guerra se iniciaba, al ver a muchos combatiendo desde el muro dentado. Si Galimatías quería huir, ya no fue posible. Entonces pensé en volver al interior de la fortaleza para encontrar a mi padre y a Nigromante y contarles lo que presenciaba. Me preocupó mucho comprender que, si se trataba de los secuaces de Inés, irían por el niño y él estaba con Sarbelia. Tenía que ayudarlos a estar a salvo. Con Nigromante de nuevo tal cual, sabía que el castillo estaría protegido y también los invitados que seguramente seguían en el salón capitular. Seguramente si Nigromante no hubiera renunciado a sus místicas habilidades, Esteban no habría encontrado la manera de llegar a mí, menos obligarme a seguirle. Me volví hacia el caballo blanco, tocándole la cabeza. —Galimatías no podemos huir, es imposible, debemos ayudar a mi padre, por favor llévame con él. Relinchó amistosamente, me subí lo más rápido que pude sobre su lomo. Iba de nuevo trepada sobre Galimatías, inmediatamente emprendió galope, pero tomó otro rumbo. Se detuvo al lado del muro que ocultamente, contenía la entrada hacia la habitación del Príncipe Perdido. Por un momento creí que Galimatías no me había entendido. Pero salí de mis cavilaciones al escuchar que una cuadrilla a caballo se acercaba. Miré a mi padre comandarla, obligando al potro que montaba ir más a prisa en cuanto notó mi presencia. Antes de que mi padre llegara a mi lado, miré un pequeño remolino oscuro, que al disiparse el viento un hombre tomó forma sujetando una lanza en sus manos horizontalmente. El caballo no pudo advertir el peligro, sus patas dieron contra la varilla, forzando a mi padre a salir despedido. Mi corazón se redujo dentro de mí pecho, al comprender que el hombre que había causado ese horrible accidente había sido Esteban. Mi padre no se estrelló contra el suelo, sino que levitó en el aire muy cerca de Esteban, se aproximó a él capturándolo. — ¡No, Esteban, no lo hagas! — Dije desmontándome con gran dificultad por los pliegues largos de la falda del vestido. El resto de los soldados se apearon, yendo hacia ellos con espadas en manos. Pero Esteban lo arrastró al muro opuesto, sus ojos sombríos se posaron en los míos. Murmuró de nuevo algo, y un fulgor verde amarillento los cubrió. Sonrió divertido, cruzando el muro para luego desaparecer ante nuestras narices. Nadie pudo interferir. Comprendí tarde que su visita recaía en tener la atención de mi padre y así poderlo capturar. Corrí al muro, tocando los bloques de piedra sellados uno contra el otro. ¡Cómo imaginar que había un portal, uno que no podía atravesar! —¡No!!— Exclamé aturdida. Lloré compungida, deseando deshacer el muro para llegar a él. Pero un atronador estallido me hizo volver en sí. Alguien me sujetó con fuerza de los hombros. Me volví bruscamente. — ¡Hija! —Sarbelia estás bien. Gracias a Dios. ¿Cómo llegaste aquí? —Sí hija. Su padre salió a buscarla, perseguí las pisadas de los caballos. Temía que algo le pasara, debemos ir adentro. Tengo que darle de comer al niño. Volvió a sonar otro terrible estallido. Me limpié las lágrimas, sujetándola de un brazo. No la iba a preocupar. ¿Qué caso tendría. Ninguna de las dos podía hacer algo respecto, excepto Nigromante. —Sarbelia, vamos. Llamé a Galimatías. Me trepé en él a como pude. Con ese inmenso vestido fue muy difícil montar a caballo. —Vamos dame tu mano— Ordené a Sarbelia. Obedeció, pero me costó un poco subirla; según recordaba para Jon no era tan complicado. —Galimatías si sabes dónde está el niño, el pequeño hijo de Esteban, llévanos. Galimatías emprendió una carrera hacia la torre de homenaje. Se detuvo frente a la habitación donde Esteban y yo la habíamos pasado como recién casados. Del otro lado de la puerta estaba Nigromante con el niño en brazos. — ¡Nigromante! — Dije en un murmullo al verlo, yendo a su encuentro. Él me miró enternecido. —Joven usted tiene al niño. ¡Qué alegría! Pero no pude ver a Alejandro, aunque seguí las pisadas de los caballos— Exclamó Sarbelia yendo también hacia Nigromante. Nigromante pasó el pequeño a los brazos de Sarbelia. Me aproximé a él y rápidamente sentí sus brazos rodearme. Lo estreché a mí, cerrando los ojos aturdida. —No podré huir Nigromante y mi padre ha sido raptado por Esteban, tengo encontrarlo. Sé de lo que es capaz.   —Me lo temía, Alexia. Pero no envié a Galimatías para que huyeras, sino para que encontraras a Jon. Y, por cierto, gracias… Abrí los ojos de golpe, buscando su mirada. Pero Nigromante sonrió amablemente. — ¿Jon? Y ¿Gracias? —  Pregunté desconcertada, aún sin salir de mi asombro. —Sí, me salvaste, te lo agradezco mucho. Ahora date prisa, antes de que sea demasiado tarde. Y no te preocupes por mí, nada malo pasará, cuidaré del niño y claro de Sarbelia. Necesitamos de él cuanto antes. Tú puedes traerlo de regreso. ¿Quieres hacerlo? — Dijo soltándome delicadamente. Respiré hondo sin creer lo que escuchaba. —Por supuesto, Nigromante. Tú has hecho tanto por mí, quiero hacerlo. Su magnífica sonrisa despejó por un instante el dolor que aquejaba mi espíritu. — ¿Y es verdad? Ya sabes eso que dijiste. Por un momento toda esa terrible guerra dejó de ser. Le sonreí muy contenta, aproximándome a él hasta estar a una diminuta distancia de su rostro, él se inclinó para que lo logrará fácilmente. —Es algo que no puedo explicarte en palabras, pero sí, eso es lo que siento. Ansiaba mucho que me desposaras. Él tomó mis manos, y eso me hizo sentir el suave calor que emanaba de sus manos. Apreté las suyas sin dejar de observar su hermoso semblante, podía ser tan bello como Jon. Sus grisáceos ojos se veían perfectos posados sobre los míos. —El amor es un sentimiento muy fuerte y también es una decisión. Alexia quería hacerlo, pasar mi vida a tu lado habría sido un sueño hecho realidad, sé cuánto quieres a Jon, pero… te amo. Es raro porque me hace bien nuestra amistad, creo que nuestro amor es aprueba de tres, o no lo sé tal vez nos amamos los tres. Ambos rompimos a reír. —Nunca quiero perderte, no sé cómo explicarlo… Apartó una de sus manos, sólo para acariciar dulcemente una de mis mejillas. —Lo sé y te entiendo. No te preocupes. Me decías que Galimatías te había llevado a la entrada. Había dado por terminada nuestra conversación, me sentía muy feliz de que estuviera con vida, aunque ya no fuera a ser mi esposo. Traté de volver en sí, pero no pude evitar entristecerme al saber que mi compromiso con él se había roto. Observé el anillo en mi dedo, muy apesadumbrada. —Por favor consérvalo— Mencionó rápidamente. Le clavé la mirada sin poder contener todo lo que sentía. —Sí… Bueno, Galimatías me llevó a la entrada del castillo; hacia el pasaje que queda entre la barbacana. Nigromante, ¿Jon está en el castillo? —No, en la entrada está el portal. Lo encontrarás eres muy inteligente, sé que lo veras. Seguía frente a él sin creerlo. Mostré una tímida sonrisa. No pude reprimir cierta dicha al saber que vería a Jon. Volverlo a mirar, me ánimo de algún modo y que no me sintiera tan mal por la cancelación de nuestra boda. —Ya tendremos oportunidad de conversar— Agregó —Date prisa, ahora ve. Me trepé en Galimatías yendo a toda marcha. 
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