Estoy sola, recostada en el gélido piso de lo que parece una cabina de vigilancia, aunque mucho más grande, hay decenas de pantallas transmitiendo, hay cámaras por todos lados, sé que me vigilan, tengo un poco de sangre seca en mi rostro y un fuerte dolor en mi vientre, pero nada es comparado con el gran dolor en el pecho, el gran hueco que se abre desgarrándome poco a poco el corazón y torturándome con las últimas imágenes de mi amado Jasón. Las lágrimas ruedan, no puedo creer que él ya no este, los recuerdos se me vengan a la cabeza, sus frases, sus sonrisas, su forma de protegerme, su forma de amar. Escucho unos pasos aproximarse hacia donde me encuentro, alzo la mirada y... —¡vaya! Al fin despiertas Hannah— —¿qué quieres? — —que modales los tuyos niña, tu abuelo no te crio muy bien

