—Mírame —ordené, y su mirada se fijó en la mía. La mantuvo así.
Bajé sus brazos y me moví para que mi espalda estuviese contra la pared; le di la vuelta y tiré de ella para que quedase frente a mí, posicionando su espalda de un modo que estuviese presionando contra mi pecho.
Blade observaba con una sonrisa de complicidad en el rostro, esperando pacientemente por lo que estaba a punto de ofrecerle.
El dulce y húmedo coño de nuestra compañera.
—¿Qué estás...? —Mi compañera nunca terminó su pregunta, pues enredé mis manos en su cabello, en la base de su cuello, e incliné su mentón hacia arriba hasta que nuestros labios casi colisionaron. Esa posición la dejaba girada y vulnerable. Abierta a las atenciones de Blade.
Bajé mis labios para rozar los de ella, y susurré:
—Blade va a bajarte los pantalones y saborearte, Harper. Va a chupar tu clítoris con su boca y te hará gritar.
Harper jadeó, con sus ojos dilatados del deseo mientras yo tiraba de su cabello. La leve punzada de dolor la hacía jadear, su corazón latía en su pecho más rápido de lo que nunca lo había oído, tan frenética como estaba.
—¿Quieres venirte? —pregunté.
Las manos de Blade se posaron en sus caderas, en la cintura de sus pantalones, y aguardamos su respuesta.
Un estremecimiento la recorrió, pero no dejó de mirarme.
—Sí.
Con mis labios apenas tocando los suyos, la sujeté mientras Blade desabrochaba la parte frontal de sus pantalones y los bajaba para que su coño estuviera expuesto. Aunque yo no tenía una vista directa, Blade sí, y observé mientras su mandíbula se apretaba con deseo. Se relamió los labios como si estuviera babeando por darle una probada. Los dos estábamos en alerta máxima, escuchando por si venía compañía no deseada, pero conocía esta estación y a la mayoría de su gente. A menos que los entrometidos miembros de su equipo vinieran en su búsqueda, nadie se atrevería a interrumpir.
Blade se arrodilló frente a nuestra compañera, quien seguía de pie, con las piernas ligeramente separadas, pero no lo suficiente. No nos había dado todo, todavía no; seguía pendiendo de un hilo de control.
—Abre las piernas, Harper —ordené.
Blade sacudió la cabeza.
—No lo suficiente. Quiero que las abra bien por mí.
Tiró de una de sus botas y se la quitó, y entonces bajó sus pantalones por una de sus piernas. Enganchando una mano por detrás de su rodilla desnuda, la colocó sobre su hombro para que estuviese abierta y a la vista para él. Perfecto.
—No te muevas hasta que Blade te dé permiso. ¿Entiendes?
Ella tragó con fuerza, y se acomodó, entregándose para lo que estábamos haciéndole. Aquel gesto simple era sumisión. Confianza. Era tan dulce. Cargué con su peso para que estuviese abierta, con su coño exhibido. Abierta y ansiosa por la boca de Blade.
Echándome un poco hacia atrás, vi cómo sus mejillas se enrojecían, y oí su respiración cambiando de ritmo.
Blade deslizó su mano por sus muslos, hacia los labios de su sexo, y los separó; su cuerpo se tensaba con una lujuria apenas controlable. Él se acercó a ella, pasando su lengua sobre sus pliegues una vez, mientras un estremecimiento recorría su cuerpo.
—Está caliente y tan jodidamente húmeda por nosotros, Styx. Está empapada.
Esperó mi siguiente orden; sabía que si la tocaba antes de que le diera permiso, lo torturaría, y les haría esperar a los dos. Harper era mía. Blade era mío. Su placer era mío también. La necesidad de controlarlos era simple instinto animal, y no luchaba contra él; ni cuando estaba en una batalla, ni cuando tenía a una mujer dispuesta en mi poder. El hecho de que Harper fuese mi compañera solo aumentaba mis ganas de dominar.
Blade se quedó completamente quieto, los labios vaginales de Harper estaban separados y listos para su lengua. Para sus dedos. Su pene.
Pero no permitiría aquello. Aquí no.
Su coño era mío y no lo tomaría aquí, en un pasillo. Cuando la follara, me tomaría mi tiempo; la llenaría una y otra vez durante horas.
El silencio reinó en el vestíbulo como un manto, y vi cambiar su expresión, fascinado por la honestidad sin filtro que veía en sus ojos. Apoyando su peso en mis muslos, usé mi mano libre para explorar la curva de su seno, de su cadera.
Sin poder privarme, me dirigí hacia abajo, hacia su cálida humedad, y me clavé hasta lo más profundo, enterrando dos dedos en su húmedo coño.
Su gemido hizo que mi pene palpitara mientras la estimulaba lo suficiente como para llevarla al borde, pero no para lanzarla por él. La mirada de Blade seguía el movimiento de mi mano fijamente. Respiró hondo mientras su aroma llenaba el vestíbulo. Era dulce, almizcleño, adictivo.
Cuando comenzó a temblar, con su cabeza floja contra mí, me detuve, saqué mis dedos, y los lamí. Dios, sabía tan bien.
—Styx.
Mi nombre en sus labios era un sonido que nunca olvidaría; sus mejillas se ruborizaban, su cuerpo se estremecía al borde de un orgasmo.
—Por favor.
—Blade te dará una probada, pero no te vendrás sin mi permiso. ¿Entiendes? Me mirarás, y mantendrás los ojos abiertos. Pero no te vendrás.
—No puedo...
La boca de Blade se cerró alrededor de su clítoris, y ella se sacudió en mis brazos, olvidando sus palabras.
—Fóllala con los dedos, Blade. Siente lo estrecha y caliente que está. Pero no dejes que se venga.
Su sonrisa era salvaje, llena de ansiedad, y sabía que no discutiría.
Analicé su expresión, grabándome cada matiz y destello de emociones mientras Blade estimulaba su clítoris con su lengua; sus caderas se movían hacia adelante y hacia atrás, su jugoso trasero descansaba sobre mis duros muslos.
Era tan perfecta. Tan reactiva. Tan sumisa.
Su mirada estaba fija en la mía, pero sus ojos lucían desenfocados; no veían, perdidos en lo que Blade le hacía a su cuerpo.
Él comenzaba y paraba, provocándola como le había ordenado hacer. Ella lo sabía, su cuerpo estaba complaciente y ligero en mis brazos. Blade la estimuló hasta que su expresión aturdida cambió por una de deseo desesperado; hasta que comenzó a tirar de la mano que yo seguía teniendo enterrada en su cabello con la fuerza suficiente como para hacer que sus ojos se humedecieran. Una palabra salía de sus labios una y otra vez.
—Por favor, por favor, por favor.
El cántico era silencioso, desesperado; no eran palabras en sí, sino una súplica constante.
—Mírame.
Mi voz era firme, imponente; y su mirada se despejó por el tiempo suficiente para que pudiera hacerle saber quién la sujetaba, quién controlaba su cuerpo ahora, a quién le pertenecía.
—Eres mía, Harper. Dilo.
—Sí.
Con una sonrisa que sabía era más animal que humana, levanté mi mano libre y la enredé alrededor de su cuello.
Como sospechaba, sus párpados temblaron y se cerraron; todo su cuerpo reaccionaba a la dominancia en mi roce, derritiéndose. Por fin satisfecho, me incliné y rocé su oreja con mis labios.
—Vente, Harper. Vente ahora.
La orden la hizo estallar como una explosión de iones, y la besé para ahogar el grito mientras Blade conquistaba su coño, mientras la follaba con sus dedos, chupaba su clítoris, la hacía sacudirse y gimotear y perder todo el control de sí misma.
La hizo venirse una y otra vez hasta que estuvo temblando en mis brazos, con lágrimas bajando por sus mejillas.
Las aparté con besos mientras Blade la bajaba lenta y delicadamente. Sus besos ya no eran agresivos o exigentes, sino tiernos. Suaves. Llenos de dulzura, y destinados a consolar antes que excitar.
—¿Harper?
Solté su cabello para tomar su mejilla con mi mano. Era tan pequeña, tan delicada. La imagen de su sumisión era algo de lo que nunca me cansaría.
Alzó el mentón, y abrió su boca justo cuando sus ojos se cerraron.
—Sí.
Respiró, sus músculos se relajaron mientras la sujetaba, y las manos de Blade recorrían sus piernas y caderas con movimientos lentos y delicados para calmar a nuestra salvaje compañera.
—Eres hermosa —murmuré, incapaz de moverme de mi posición junto a la pared, incapaz de dejarla ir.
La presión de mi m*****o contra la parte baja de su espalda era casi dolorosa; mis pelotas estaban apretadas y listas para llenarla con mi semilla. Pero no aquí, sino en una cama, y luego...
Un pitido vino de su muñeca, y yo miré hacia abajo, notando que la banda iluminada en su muñeca ya no era azul claro, sino rojo.
—Cielos, no. Su unidad de muñeca está haciendo señas —dijo Blade, alzando su mirada preocupada hasta la mía a modo de pregunta.
Sabíamos para qué era la unidad en su muñeca, lo que significaba para nuestra compañera. ¿De verdad permitiríamos que Harper fuese a otra misión? ¿Sola? ¿Desprotegida? ¿Especialmente ahora, que la habíamos visto venirse y sabíamos el nivel de confianza que tenía en nosotros? Reconocía la ira que se acumulaba detrás de sus ojos. No estaba muy feliz con la idea.
Y yo tampoco.
Pero Harper no era parte de la legión de Styx. Era humana, y una oficial de la Coalición. No estábamos aquí para iniciar una guerra con la Flota de la Coalición. Y puede que nuestra pequeña compañera fuese sumisa ahora, puede que tuviese su coño satisfecho a la vista para nosotros, ¿pero y si tratábamos de interponernos entre ella y su deber? Tenía el sentimiento de que la dulzura de Harper era condicional, que su confianza era temporal. Para ella, esto entre nosotros era —¿cómo le había llamado— ¿un rapidito?
Harper estaba completamente inmóvil, excepto por sus respiraciones profundas, y el subir y bajar de sus exquisitos pechos. Me encantaba verla así, en un éxtasis de placer tal que ni siquiera reconocía que su unidad la estaba llamando.
No procesó las palabras de Blade hasta que sacudí la cabeza y levanté mi mentón, apuntando hacia su ropa, en una orden silenciosa para que le volviese a poner las botas y los pantalones.
Bajó su pierna de su hombro. El movimiento la hizo volver en sí, yo aparté mi mano de su cuello y su rostro y bajé mis manos cuidadosamente a sus lados para sostenerla mientras Blade la vestía.
—Harper —dije.
Esta vez, cuando los pitidos vinieron de su unidad de muñeca, eran mucho más fuertes y cayó en la realidad. La vi controlando sus pensamientos, sus sentimientos; vi la transformación de una amante satisfecha a un m*****o eficiente de la Coalición en cuestión de unos pocos segundos.
Su control hizo que mi pene brincara, y luché para evitar que mis colmillos salieran de mi boca. Quería morderla. Marcarla. Poner mi olor en ella. Reclamarla. Ahora. Jodidamente ahora.
Pero no era un animal de Hyperion; era un hombre. Era Styx, una legión de nombres tatuados en mi piel con el peso de las vidas que debía proteger.
No podía guiar a toda la Coalición a la legión secuestrando a esta mujer. No me iría de la estación Zenith sin ella, pero tendría que encontrar otra manera.
—Mierda. Latiri 4 otra vez.
Se apartó de mí y metió su pie con fuerza en la bota que Blade había comenzado a abrir con una destreza que sabía que provenía de meses de entrenamiento. Ahora estaba completamente concentrada, controlada, sin miedo ni pánico por la misión que tenía adelante. Saber que había renunciado a su preciado control por nosotros hace tan solo unos momentos hacía que algo en lo profundo de mi pecho doliera. Ahora era feroz; hermosa y feroz, y podía apartar su placer para encargarse del deber con una fría eficiencia que no podía evitar admirar.
Mi compañera podría sobrevivir a la vida en las legiones. Quizás podría prosperar allí. Conmigo.
Con nosotros.
Blade quitó su mano de su cuerpo y dio un paso atrás cuando ella lo apartó. Luego vine yo, pues me despidió con una amable palmada en el hombro, como si fuese una mascota.
Traté de no tomar su despedida a pecho, pero prometí hacerla pagar más tarde por la falta de respeto.
Nunca más me despediría así. Nunca olvidaría a quién le pertenecía. Cuando fuera mía no habría dudas; no se alejaría nunca.
Pero ahora no era el momento de deleitarme con ese conocimiento, ni de hacer algo al respecto. La estaban llamando para otro despliegue post-batalla. Tenía un trabajo que hacer. Y a menos que estuviese dispuesto a sacrificar vidas para empezar un conflicto con la Coalición, no tenía otra opción que dejarla ir.
Una violenta ola de necesidad de proteger me invadió, hundiéndome en una sensación de... ¿pánico? Aunque conocía su rol en Zenith, el peligro que enfrentaba no me había afectado hasta ahora; hasta que la probamos, la sujetamos, la vimos venirse. Ahora, quería ponerla sobre mi hombro y regresar a Rogue 5, en donde estaría a salvo. No solo de mis enemigos, sino de su propio trabajo.
Pero no. No teníamos derecho sobre ella. Todavía. Si la tomaba ahora, no solo se resistiría, sino que también estaría violando una docena de leyes de la Flota de la Coalición Interestelar. Me habían dejado en paz porque me mantenía al margen de su radar.
Secuestrar a un m*****o de una de sus unidades de RecMed, y además, un m*****o femenino, me valdría la atención de miles de guerreros decididos a salvarla.
Los prillones, los atlanes, los triones, e incluso los humanos protegían a sus mujeres. Si trataba de llevármela contra su voluntad, tendría un pequeño ejército de naves yendo a toda velocidad a Rogue 5 en cuestión de días.
No. Tenía que venir voluntariamente. Ahora no era el tiempo para eso. Era nuestra compañera por quien era, por lo que era. Una sanadora. Intrépida. Valiente. Teníamos que dejarla ir. Me mataría hacerlo, pero la unidad de su muñeca no era solo un aviso para un despliegue, sino para que nosotros aceptáramos su partida.
Ella jadeó y se puso rígida cuando volvió en sí.
—Mierda. Lo siento —murmuró, alzando su muñeca—. Yo... yo tengo que irme.
Blade se puso en pie. Dio un paso atrás, permitiéndole que pasara. Ella me miró, y luego a Blade.
—Esto ha sido... divertido. Gracias por... ya sabéis.
Blade asintió, en silencio. Apretaba las manos a su costado, como si estuviera conteniéndose de tomarla y evitar que se fuese. Sentía la pérdida tan intensamente como yo, y ella seguía estando aquí con nosotros.
No podía hablar ahora; no podía decirle que estaríamos aguardando su regreso, que cuando regresara sana y salva continuaríamos en donde lo dejamos, que ahora sería mi turno de estar arrodillado por ella, de probarla —y no solo lamer su sabor de mis dedos. No había tiempo. La necesitaban de inmediato.
Asintió brevemente, y se precipitó por el vestíbulo con un paso rápido.
Puede que haya escapado esta vez, pero podríamos usar el tiempo en el que estuviera trabajando para aprender más sobre su rol, sobre el tiempo que debía servir en la flota. Y cómo sacarla de ese deber en particular sin iniciar una guerra que no podía ganar. Miré a Blade, sabía lo que pensaba.
Se acomodó su m*****o en el pantalón. Si estaba tan duro como yo, nada más que el ansioso coño de nuestra compañera aliviaría la incomodidad.
—Si tiene compañeros oficiales, ya no podrá ir a las zonas de combate.
—No somos parte de la Flota de la Coalición. No podemos reclamar una compañera.
—Tonterías —replicó Blade—. Ese bastardo de la Central de Inteligencia nos ofreció un montón de beneficios de los que nunca nos hemos aprovechado. Incluyendo ser procesados para tener una Novia Interestelar.
Blade tenía razón, pero no quería llamar a aquel prillon bastardo, el doctor Mervan. Era un espía, su corazón era tan n***o y despiadado como el frío del espacio exterior.
—¿Y qué si nos sometemos al proceso y no nos emparejan con ella?
Blade bufó, pasando sus manos por su largo cabello plateado.
—Tienes razón. De todos modos no estará en la base de datos del Programa de Novias. Es del RecMed. Nos emparejarían con alguien más. Maldición.
—Exacto. Y no quiero que el doctor Mervan sepa sobre ella. Le dará mucha ventaja sobre nosotros.
Blade golpeó la pared con su mano, frustrado.
—¿Cuánto? ¿Por cuánto tiempo es de la Coalición?
—No lo sé.
Pero estaba determinado a averiguarlo. Y en cuanto pudiésemos llevarla sin poner en peligro al resto de la legión, estaría a salvo en Rogue 5, y en mi cama.