Michael Redford
📍 Casino. Oficina Central
El control es prioridad. Mi vida está construida sobre bases firmes, sobre estrategias precisas, sobre cálculos donde no hay margen de error. No permito que nada ni nadie altere mi equilibrio. Y, sin embargo, aquà estoy, con una firma pendiente en un contrato que puede cambiarlo todo.
No es ansiedad lo que siento, pero sĂ una extraña inquietud. No me gusta el desorden, las variables impredecibles. Mia Davis Morgan lo es. DifĂcil. Desafiante. Un problema que, por alguna razĂłn que aĂşn no logro descifrar, quiero enfrentar. Me detengo un segundo en mi propia lĂnea de pensamiento. ÂżDesde cuándo busco problemas que no necesito?
La observo desde mi escritorio mientras ella revisa cada cláusula. Su ceño fruncido, el movimiento sutil de sus labios mientras lee en silencio. Cuando encuentra la secciĂłn de los beneficios que obtendrá tras este acuerdo, la sorpresa en su rostro es evidente. Sus ojos azules se clavan en mĂ.
—Aquà dice que dura un año el matrimonio, y son… —se detiene, con expresión incrédula—. Son bastantes beneficios…
Suelto un leve suspiro, anticipando la misma pregunta que ya respondà más de una vez.
—Es lo que ofrezco por el servicio de una prometida y esposa falsa durante un año.
Ella sigue atĂłnita. Hace *p*n*s unos minutos, habĂa intentado provocarme con aquella frase de "disfruta la vida si pierdes el control". Me dejĂł sin palabras en su momento, pero ahora, es ella quien no sabe quĂ© decir.
Le hago un gesto para que continĂşe leyendo, aunque, en realidad, yo mismo me encuentro inusualmente paciente. Es la primera vez en mucho tiempo que no tengo prisa por seguir con mi rutina. Miro el reloj: ya deberĂa estar en mi ronda habitual por el casino, pero no me levanto.
—Ofrece todo esto, ¿solo por fingir? —murmura finalmente.
Suelto un suspiro más pesado. Ya lo he dejado claro. No quiero vĂnculos emocionales ni con ella ni con nadie.
—Señorita Davis, ¿no quedó claro que esto es solo una farsa? —Ella se sonroja al instante. Un detalle peculiar. Sus mejillas toman un tono rosado que, por alguna razón, me llama la atención.
Su silencio la delata. Entreabro los labios con una leve sonrisa.
—¿O acaso está haciendo la pregunta equivocada?
El sonrojo en sus mejillas se intensifica. Interesante. Casi puedo ver cĂłmo su mente intenta desviar la conversaciĂłn.
—¿S*x*? —pregunto sin rodeos.
Ella abre los ojos como si hubiera visto un fantasma. Es divertido, aunque no dejo que mi expresiĂłn lo refleje.
—No hablaba de ese tema, señor Redford. —Su tono ofendido me hace arquear una ceja.
—¿Entonces? Si no es s*x*, ¿cuál es la pregunta que no está haciendo?
Mia se remueve en su asiento, incĂłmoda.
—Quiero saber si hay que fingir… besos y abrazos delante de los demás.
Ah, ya veo.
—Hacer más real nuestra farsa podrĂa ser Ăştil, pero… —Me recargo en el respaldo de la silla y entrelazo los dedos sobre el escritorio—. No soy un hombre que muestre afecto. Ni en pĂşblico ni en privado.
Su ceño se frunce con incredulidad.
—No suelo tomar de la mano a nadie, pero en situaciones donde se requiera, podrĂ© hacerlo. Lo mismo con colocar mi mano en tu espalda para guiarte a algĂşn sitio. Pero será lo mĂnimo.
Mia ladea el rostro con una expresiĂłn que parece decir "Âżen serio?". Luego sonrĂe.
—Es raro escuchar que un hombre no muestre afecto a su… novia. Qué digo, a su futura esposa.
La ironĂa en su tono es evidente, pero no me molesta.
—Mi novio… —comienza a decir, y su expresión cambia. Su mirada se desenfoca en un punto de mi escritorio.
Reconozco ese tipo de mirada. Está recordando.
—Suele dejar besos en la curva de mi cuello, un beso en mi hombro, o detrás de mi oreja. —SonrĂe, perdida en sus pensamientos. Pero yo no sonrĂo.
—Susurra que me quiere y luego muerde mi lĂłbulo. A veces, cuando menos lo espero, me da una palmada en el trasero y se rĂe. Frente a nuestras amistades, me abraza, entrelaza nuestros dedos, deja besos en mi mejilla o en mi frente…
Se rĂe para sĂ misma.
Mis dientes se aprietan. No sé por qué su monólogo sobre su novio me irrita. Tal vez porque está ignorándome en mi propia oficina. O quizás porque está describiendo momentos que jamás tendré con ella.
Por un instante, el impulso de decirle que se detenga cruza por mi mente. Pero no lo hago.
En su lugar, decido devolverla a la realidad con un recordatorio.
—Eso me recuerda que nuestro primer encuentro con mi familia es este fin de semana. Volaremos a Napa.
Mia parpadea, sorprendida. Luego, su postura se tensa.
—Claro, si firmas ese contrato en el que llevas horas —agrego con tono impaciente.
Ella me mira con una mezcla de desafĂo y diversiĂłn.
—Todo contrato debe ser revisado minuciosamente, señor Redford. ¿O usted no se toma el tiempo para leer lo que firma?
Buena jugada.
Me inclino ligeramente hacia adelante, evaluando su reacciĂłn.
—SĂ, pero nunca me ha tomado tanto tiempo.
Mia presiona los labios, claramente molesta. Me divierte verla frustrada.
—Claro, tengo más experiencia leyendo contratos que tú. Pero dado que es tu primera vez, seguiré esperando.
Miro el reloj deliberadamente.
—De hecho, ya he pospuesto mi rutina por más de diez minutos.
Mis ojos vuelven a los de ella. En silencio, veo cómo baja la mirada nuevamente al contrato. Mi paciencia se agota, pero por alguna razón, también encuentro cierto entretenimiento en esto.
Una leve sonrisa se dibuja en mi rostro.
Este juego acaba de empezar.