Violeta tragó saliva y luego suspiró cuando Leontios empezó a tocarle los pezones. El calor llegó a su feminidad, mojando e hinchando los tejidos. “Creo que es probable”, admitió. “Al menos los hombres que he conocido, los hombres que quieren poseerme, piensan que esto...”, gimió ella, incapaz de contener el sonido mientras él agarraba suavemente un tierno pico con cada mano, haciendo rodar los sensibles nudos. “Que esto es algo que pueden quitarme. Como mi herencia. Como mi padre. Ohhhhhhh.”
Leontios la mordió donde su hombro se unía a su cuello. No, no fue una mordida. ¿Raspó sus dientes sobre mi piel? Repitió la caricia rasposa, y la cabeza de Violeta cayó a un lado, permitiéndole un mayor acceso. El placer gratuito de sus caricias le estaba quitando el miedo gota a gota. Poco a poco,
