Karen con los ojos hinchados y el alma hecha trizas. Caminó con paso vacilante hasta la barra, Brian, el cantinero de siempre, la observó con gesto preocupado. Ella intentó disimular su estado con una sonrisa forzada.
—¿Estás bien? —preguntó él, con la voz suave, como si no quisiera quebrarla más de lo que ya lo estaba.
—Sí, tranquilo —murmuró Karen, bajando la mirada al vaso que tenía delante—. Solo estoy teniendo un mal día.
Brian no pareció convencido, pero decidió no insistir. Se inclinó un poco hacia ella cuando escuchó su petición.
—¿Podrías poner una canción para mí y llamar a Elvis? Solo a él, por favor —añadió con un gesto sutil hacia un grupo reunido cerca de la cabina telefónica. No quería testigos, solo necesitaba a su amigo de siempre.
Brian asintió, comprendiendo más de
