Habían pasado toda la mañana encerrados en el cuarto de él, entre besos y anécdotas de los días vividos en ausencia. Karen, con una mezcla de dulzura y duda, le había preguntado si realmente la amaba. Deivis, mirándola con absoluta entrega, respondió:
—Más que a mi vida.
Fue entonces cuando algo ardió en su interior. Sintió que ese hombre la deseaba únicamente a ella, que jamás la cambiaría.
—Yo también —susurró ella, y añadió con una sonrisa temblorosa—: Bésame.
Cayeron al colchón, uno sobre el otro. Los besos se intensificaron, la llama se avivó. Él le quitó la franela, y sus labios encontraron su piel, jugando con la fina tela de su blusa hasta liberarla por completo. La piel de Karen se erizó al sentir la lengua de Deivis recorriéndola con suavidad.
—No puedo dormir pensando en ti
