Valiente Kira.

2356 Words
Kira cubre su boca y cierra los ojos con fuerza. Es difícil esconderse bajo un auto y contener la respiración; el más mínimo ruido podría significar su final. Sostiene una bolsa con provisiones. Frank le insistió en que no saliera, pero su obstinación la llevó a salir corriendo al primer descuido de él, decidida a buscar suministros para ambos. Sin embargo, esta vez no tiene tanta suerte. Ya logró evadir a un infectado en el automercado; realmente, Kira es rápida, y su primer premio en la carrera de obstáculos de una academia olímpica lo demuestra. Además, ha destacado en gimnasia, ganando torneos estatales, lo que le brinda la confianza necesaria para arriesgarse a sobrevivir. Pero esta vez se enfrenta a más de un obstáculo. Desde su escondite, ve a cinco o seis infectados en el estacionamiento y, hace un instante, oyó el ladrido de un perro muy cerca. Debe ser rápida si quiere llegar al refugio sin ser vista. Una mujer pasa muy cerca del auto, arrastrando los pies, y se nota que pronto el virus acabará con su vida. Se detiene al lado del vehículo, atrapada en un estado de shock, y finalmente cae justo al lado del vehículo. Su mirada se encuentra con la de Kira, quien abre los ojos como platos al sentirse descubierta. La infectada la observa; aunque no puede ponerse de pie, lanza gritos con las pocas fuerzas que le quedan, atrayendo a los demás infectados. Intenta levantarse, mostrando sus dientes con rabia y empujando su cuerpo hacia debajo del auto. Kira siente que su corazón se sale del pecho y una intensa necesidad de gritar. Con un empujón, sale de su escondite dispuesta a huir. Se levanta rápidamente, pero ve que otros infectados se acercan a ella, acelerando el paso. Corren hacia ella, gritando con desesperación. Kira mira hacia el final del estacionamiento, donde debe saltar una pared que la llevará a un pasillo estrecho, por el cual tendrá que correr hasta llegar a otra pared inmensa. Allí, deberá arrastrarse por una abertura que la conducirá a un terreno deshabitado, donde hay galpones en ruinas que solían albergar a constructores. Está despejado, así que sin perder más tiempo, cobra impulso y corre, imaginando que está en esa maratón donde le espera una medalla de oro si no se deja alcanzar. Corre velozmente, oyendo a los demás participantes que vienen detrás, gritando con furia. Kira sostiene con fuerza la bolsa de provisiones, bien asegurada para que nada se caiga. Lleva puesta su máscara, que no debe quitarse por nada del mundo, aunque la ansiedad la invade. Teme que algún perro furioso se cruce en su camino. Recuerda que en una carrera no debe dejarse distraer; debe concentrarse en la meta. Así que se imagina que los gritos de los corredores que vienen detrás son aplausos, animándola a llegar. Corre lo que siente como una larga distancia y, por fin, llega al impulso final. Salta y, con un movimiento magistral, da dos pasos sobre la pared que la impulsan hacia el otro lado. Con el corazón palpitante, se lanza al otro lado, cayendo de pie. Se detiene un instante para tomar aire mientras visualiza el pasillo. Está solo. Mira a su alrededor; no hay peligro a la vista. Entonces, oye los fuertes golpes y gritos de los infectados tras la pared, del otro lado. Debe ser rápida, porque si alguno de ellos logra saltarla, podría descubrir la abertura. Decidida, corre por el pasillo y se encuentra rápidamente frente a la abertura. Suelta la bolsa, la introduce y luego pasa ella, arrastrándose con dificultad. Mientras lo hace, siente un miedo intenso de ser arrastrada de nuevo hacia fuera por un infectado o a que unos dientes desgarren su piel con brusquedad. Esa es su peor pesadilla. Finalmente, logra llegar al otro lado. Al levantarse, toma impulso e intenta normalizar su respiración, recoge la bolsa y se prepara para correr hacia el galpón. Justo cuando va a hacerlo, un gruñido agudo la hace desviar la mirada: es un perro. Olvidó cerrar la abertura al salir de los muros. De inmediato, corre sin pensarlo dos veces. El animal la sigue de cerca, ladrando con fuerza y pisandole los talones a una velocidad sorprendente. Kira siente sus ladridos cada vez más cerca. Entonces, el perro furioso logra alcanzarla, arrojándola al suelo. Kira suelta rápidamente el paquete y forcejea con el animal, intentando alejar su cuello que está descubierto de sus afilados dientes. El perro intenta morderla y logra herirle la mano. Kira intenta clavar sus dedos en sus ojos, sintiendo que ya no tiene fuerzas. Comienza a rezar mientras el animal ladra con más fiereza, haciéndole inhalar su asqueroso aliento a carne podrida. Desesperada, Kira grita cuando escucha una detonación seguida de un chillido. El peso del animal cae sobre ella, junto con su sangre y pedazos de piel. Kira lo aparta y se sienta, inspeccionando su mano, temblando y sintiendo unas ganas intensas de gritar. Frank corre hacia ella, toma su mano y respira hondo, negando con la cabeza. Ella se pone de pie, sin levantar la mirada. Él limpia su máscara, cubierta de sangre del animal, y ella grita rabiosa, dándole la espalda. Grita varias veces. Frank se coloca frente a ella y la abraza, acariciando su cabeza. —¿Por qué tuvieron que hacerme esto? ¿Por qué me trajeron a este horrible lugar? —pregunta Kira , respirando agitada. —Vamos, hay que resguardarse —responde Frank sin prestar atención a las interrogantes de Kira y no sin antes correr hacia la abertura bajo la pared y cubrirla con piedras. Luego regresa a su lado y recoge el paquete de provisiones, caminando hacia el refugio, alertas y mirando en todas direcciones. Minutos más tarde, Kira observa su mano, ya desinfectada y vendada por Frank. Un profundo suspiro emana de lo más hondo de ella, y su mirada refleja frustración. Una lágrima resbala por su mejilla mientras Frank revisa el paquete de provisiones, que contiene enlatados, naranjas, agua embotellada, algunas golosinas, toallas sanitarias, un rollo de papel higiénico, chocolate, un paquete de pan de sándwich y una caja de té. Frank ríe sarcástico, sin percatarse de su llanto. —Vaya, con razón te arriesgaste tanto. ¿Estás en tus días, princesa? —Ella gira a verlo, muy enojada; él sostiene el paquete de toallas en su mano.—Ya veo que sí —dice, comiendo un trozo de pan y devolviendo las toallas a la mesa. —Quiero irme. Quiero irme con Karl. —No se va a poder. Karl está trabajando —ella rueda los ojos. —¿Por qué me trajeron hasta aquí? ¿Dónde está Karl? Él vendrá por mí... vendrá, y tú no lo conoces, bastardo. Tiene un arma, te va a matar... —dice, apuntándolo con el índice. —¿Por qué tuviste que salir? ¿No te he dicho muchas veces que yo iré por provisiones? —le pregunta, colocando una silla frente a ella y sentándose muy cerca, ignorando sus preguntas y su amenaza. —Pues tú no sabes hacerlo. Galletas y gaseosas... Estás con una chica, ¿Entiendes? Necesitamos cosas, no solo galletas y gaseosas —Karl ríe sarcástico. —Eres ruda y corres muy rápido, pero pudiste morir. Ese perro te hubiera arrancado la carne por trozos, estando viva aún... No es una forma bonita de morir. A partir de ahora, iré por provisiones y tú te quedarás aquí. Puedes hacer una lista si deseas —dice en tono burlón. —Ah, y este bastardo te salvó la vida; un poquito de gratitud no vendría mal—Ella suspira, sin entender qué pasa. ¿Por qué fue secuestrada? ¿Por qué la trajeron a un lugar tan peligroso?... respira hondo, sin comprender por qué no la ponen en contacto con Karl.... Es de noche, todo está muy oscuro. Frank, como cada noche, asegura bien las ventanas y las puertas. Se encierra en el baño y recibe una llamada de la agencia. "¿Cómo está la chica?"" "Bien, algo irritante, pero vive"" "Debes cuidarla con tu vida, Frank. ¿Has podido averiguar algo?" "Hasta ahora, nada fuera de lo que le he dicho, señor. El virus acaba con la vida rápidamente, pero estas cosas no morirán sin antes matar lo que sea que encuentren"" "Debes tener cuidado, Frank. Estoy seguro de que el gas lo preparan justo ahí. Mantén los ojos bien abiertos. Mantenme informado". "Claro, señor"" Al amanecer, Frank sale muy equipado con flechas, granadas, su revólver, municiones de repuesto y su máscara antigás. Debe inspeccionar la zona sur por si ve algo fuera de lo normal. Realiza un recorrido minucioso, pero no ve nada que le llame la atención, salvo muchos cadáveres. Hace esto cada mañana antes de que Kira despierte. En los días siguientes, comienza a notar que no ha vuelto a aparecer la nube de gas rojo, así que decide dejar que Kira lo acompañe, lo que mejora su ánimo. Las personas empiezan a dejar sus escondites y salen a recibir el sol de un nuevo día sin peligro acechando. Caminar por las calles a plena luz del día revela una horrorosa realidad: casas destruidas, ventanas rotas, puertas arrancadas a la fuerza, sangre en las aceras. El hedor en la zona sur hace que las personas comiencen a limpiar las calles, apilar cadáveres y quemarlos, intentando recuperar la tan anhelada normalidad y esperando que nunca más un gas rojo invada sus vidas de esa manera. Pero algunos aún no se atreven a salir de sus escondites; prefieren estar seguros antes de hacerlo. Frank cree oportuno contactar a Karl. "¿Dónde estás? ¿Dónde está Kira? ¿Ella está bien? Por favor, Frank, dime que está bien. "Ella está bien; estaba en la zona sur" "¿En la zona sur? ¿Ese es tu concepto de protección? ¿Estás loco, Frank? Necesito hablar con ella" "Y lo harás, pero no ahora, Karl. Escúchame, al parecer se han retirado de la zona sur. Aunque esto sigue siendo un caos, en serio, son puras ruinas. Debo investigar en este lado y conseguir alguna pista. Mientras tanto, ten cuidado; tal vez esparzan el gas rojo en otras zonas. Toma medidas, Karl. "Bien, lo haré, pero ahora ponla al teléfono". "Hoy no, Karl. Mañana. Haz lo que te digo y ten cuidado"dice, colgando la llamada. De seguro, esto ha enfurecido mucho más a Karl. Frank sale antes del anochecer y recorre cada rincón de la zona sur. Los caminos polvorientos y solitarios se entrelazan mientras busca algo que quizás no ha notado antes, algo que tal vez había pasado por alto. Atraviesa un claro donde un pequeño riachuelo se cruza en su camino. Luego se adentra en un maizal, un lugar que nunca había explorado en sus recorridos diarios. A medida que avanza, se topa con cinco galpones, uno al lado del otro. Su mano se posa instintivamente en el arma, frunciendo el ceño ante la inesperada presencia de estas estructuras, aparentemente ocultas tras el maizal. Al acercarse, se percata de lo que parece ser un cementerio de perros. Varios cadáveres, claramente eran perros de peleas, yacen en el suelo, muchos de ellos afectados por la infección provocada por el gas rojo. Por un instante, observa la escena con un gesto de tristeza, y luego avanza con cautela, esquivando los cuerpos con cada paso. Aguanta la respiración mientras se acerca a los galpones, ya que el hedor se intensifica con cada movimiento. Sin darse cuenta se encuentra en la parte trasera de los galpones y acelera el paso para llegar al frente, pero un ruido de vehículo lo detiene en seco. Frank se mueve sigilosamente, empuñando su arma al frente. Con cuidado, se coloca de lado, ocultándose detrás de uno de los galpones y asomando apenas un poco la cara. Observa tres autos. Del primero, bajan dos hombres vestidos de n***o, con gafas oscuras y chalecos antibalas, portando rifles. Estos resguardan a un tercero que desciende a continuación: un hombre de mediana estatura, corpulento, calvo y vestido con ropa casual. Frank fija su atención en las cadenas de oro que cuelgan de su grueso cuello y en un anillo dorado que brilla en su dedo. Mientras espera, del siguiente vehículo bajan cuatro hombres más, también armados y vestidos de n***o. Se colocan frente al tercer auto, del cual emerge un hombre rubio, con lentes de espejo y una camisa hawaiana. A este último lo acompañan dos hombres elegantemente vestidos, que también llevan gafas oscuras; uno de ellos porta un maletín. Uno de los guardaespaldas que bajó del primer auto toma un manojo de llaves y se acerca a uno de los galpones. Abre una puerta y todos entran, excepto los hombres armados del segundo auto, que toman posición de vigilancia fuera del galpón. Frank respira hondo, esperando que no se arme un enfrentamiento y que estos hombres se marchen pronto. Toma su teléfono, asegurándose de que esté en silencio, y se prepara para tomar algunas fotos. Media hora después, todos salen del galpón. Los guardaespaldas del hombre rubio cargan unos paquetes que Frank supone contienen drogas; parecen panelas cubriendo un material blanco, alrededor de 50 envoltorios organizados en dos pisos. El hombre del primer auto y el rubio se estrechan las manos, mientras los del segundo auto cargan dos cajas grandes en el maletero. Frank captura cada detalle con su cámara, observando cómo el que abrió la puerta del galpón la cierra de nuevo. Cada uno sube a sus autos y se marcha. Frank espera un tiempo, asegurándose de que realmente se han ido. Minutos después, camina hacia la puerta, que está cerrada. Con un par de disparos de su pistola, logra romper la cerradura. Mira a ambos lados y entra. No ve nada especial: solo algunas mesas, una silla y basura esparcida por el suelo. Frank respira hondo; parece un sitio de entrega de drogas. ¿Tendrá algo que ver con el gas rojo? Suspira, consciente de que debe irse pronto. Antes de hacerlo, recoge los casquillos y, tras asegurarse de que no hay peligro, corre para alejarse de aquel lugar putrefacto.
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